Lolo, el Venerable - Alfa y Omega

Buen contraste de pareceres. El mismo día, leemos dos textos muy distintos: El País se cuestiona la presencia de la cruz en la España laica, sobre todo en la toma de posesión de los nuevos ministros que, además, han prometido sus cargos, no los han jurado. (Nadie sabe por qué se creó esta diferencia artificial, como si jurar fuera una exclusiva de los creyentes cuando muchos han jurado siempre sólo por su honor). Lo que molesta es que la cruz y los evangelios estén sobre la mesa del Palacio. Olvida ese diario que la mayoría de los españoles se proclaman creyentes. El Estado puede ser laico, pero la mayoría en España no lo es. Y retirar el crucifijo no es una asignatura pendiente; sería una cacicada más, como el fácil aborto o el matrimonio homosexual.

Mientras, una Tercera en ABC del catedrático de Derecho Político en Zaragoza, don Manuel Ramírez defiende los derechos de los obispos: pueden –y deben– «decir lo que les venga en gana y hasta a favor de quien mejor estimen». El profesor, como otras veces, explicó claramente una verdad de a puño.

Y, al fondo, están las personas. Es el caso de Lolo, como siempre llamaron sus muchos amigos a Manuel Lozano Garrido, que en 1930 nació en Linares, donde murió a los 41 años, sujeto a una silla de ruedas desde muy joven, ciego además los últimos nueve de su vida. Alguien a quien quiero y respeto me pide que «salga en Alfa y Omega un vibrante artículo donde resuene por todo lo alto la enorme calidad humana y profunda religiosidad del joven linarense Lolo». Y me lo dice desde otro extremo de España, desde La Felguera. Jienenses y asturianos se unen en su admirado amor a una vida heroica, donde el permanente dolor no mermó la alegría que Lolo contagiaba a sus visitantes. Su corta vida le llevó a la cárcel por su fe durante la Guerra Civil y le privó de un título universitario, pero no le impidió aceptar su vocación de enfermo ni publicar muchos artículos y nueve libros de espiritualidad. Como bien dijo el padre Martín Descalzo, Lolo «se dedicaba a ser cristiano, se dedicaba a creer». Y no lo fue por libre, sino dentro de la Acción Católica, en plena comunión con los fieles y con quienes cargan con la responsabilidad de gobernar la Iglesia. Supo sublimar el dolor. A los que sufrían, como él, recomendaba: «Embalsad vuestro dolor en el ancho mar de la esperanza para que no se pierda».

Por su vocación, le interesaban mucho los periodistas. Tanto que fundó Sinaí, a la que definió de un modo muy simple: «Grupos de oración por la prensa».

Y llegó la gran noticia que emocionó a los Amigos de Lolo que, por cierto, están en Internet: Benedicto XVI firmó en diciembre el Decreto que declara a Lolo Venerable. Es un paso en el lento y riguroso camino hacia la beatificación por la que viene trabajando una asociación canónica. Que Dios y los hombres ayuden su esfuerzo.