Un seguro de ternura - Alfa y Omega

Un seguro de ternura

La Iglesia acaba de elevar a los altares a un periodista contemporáneo, seglar y no mártir. El primero: Manuel Lozano Garrido, Lolo. Don Venancio Luis Agudo, también periodista, seglar católico, ex director del diario Ya, recuerda, entre otras cosas, cómo vivieron la ceremonia algunos de los 17.000 asistentes

Venancio-Luis Agudo
‘Lolo’, en su silla de ruedas

No. No fue milagro, pero… El cielo amaneció amenazante. El pronóstico era de lluvias. Y la mañana las trajo, inicialmente, suaves. Por algunas esquinas de Linares, los ciegos anunciaban el cupón: Hoy, el «Lolo». Y en la enorme explanada del recinto ferial, trabajaban en los últimos preparativos para el gran momento soñado desde hace 14 años: a las 7:30 de la tarde, un representante del Papa iba a proceder solemnemente a la proclamación de Beato de un linarense triturado por el dolor y por las circunstancias adversas, pero rebosante de alegría, de optimismo, de trabajo para los demás: Manuel Lozano Garrido, Lolo.

Él sí fue un milagro

Él sí que fue un milagro permanente. Por la mañana, un pequeño grupo, principalmente de periodistas como él, hicimos un recorrido para visitar sus recuerdos, y la exposición que recogía sus cosas. En ella, detalles como su DNI con la inscripción No puede en el lugar de la firma; las cajitas de latón de pastillas juanola, donde, durante la guerra, llevaba a la cárcel, camufladas, las formas consagradas, y por cuyo crimen fue encarcelado; el Cristo yacente de madera, de medio metro de longitud, que le regaló un amigo escultor, ennegrecido en el pecho de tanto pasarle Lolo, ya paralítico y ciego, sus retorcidos dedos como caricia… Rafael Higueras, el sacerdote que le acompañó en su muerte, y postulador de la causa, hombre espiritual y lleno de alegría y humor —como Lolo— nos leía algunos textos de sus libros. Por ejemplo, aquellas palabras que puso en boca de Jesús cuando nos entregaba a su madre en el Calvario: «Os regalo un seguro de ternura». Fuera seguía lloviendo. Y añadió Rafael: «Vamos a pedirle a la Virgen que esta tarde en el recinto no haya más agua que la de nuestros ojos».

Un poco más allá, la Iglesia donde el nuevo beato fue bautizado. Y también, san Pedro Poveda. Con las manos tocando la pila de piedra, rezamos en voz alta el Credo: la fe recibida en el Bautismo. Y, otra vez, el recuerdo del regalo de la ternura, pensando en la lluvia pronosticada que comenzaba a arreciar.

Un hueco en las nubes

A media tarde, 17.000 personas marchábamos hacia el recinto. En la puerta de entrada, se apretaba un mar de paraguas. Y toda la espera, lloviendo con intensidad. Era la hora fijada: 19:30 en punto. La procesión iniciaba su recorrido: la cruz, los evangelios en alto, acólitos, cientos de sacerdotes, una veintena de obispos, cardenales y el legado del Papa. Entre las nubes se abrió un hueco, entró la luz y paró de llover. Se cerraron los paraguas. Algunos recordamos lo de la ternura y sentimos un estremecimiento.

La ceremonia comenzó con el rito de la beatificación, que culminó con la lectura del documento papal que proclamaba que aquel paralítico y ciego, lleno de alegría, gozaba ya de la gloria de Dios y debe ser modelo de cristianos.

La gente de Lolo

El cielo seguía abierto y los paraguas cerrados. Se descorrieron las cortinas que cubrían el retrato del nuevo Beato, soltaron cientos de globos amarillos y todas las campanas de Linares comenzaron a repicar. Desde el fondo del recinto, empezaron a avanzar las andas con los restos del nuevo Beato. Las portaban los amigos de Lolo, aquellos chiquillos a los que él enseñaba a ser cristianos y que han sido los héroes que han sacado adelante el proceso que hoy culminaba. Al frente, sin fuerzas para cargar las andas, pero agarrado al brazo del primer portador, el Presidente de la Asociación, de 94 años. Dejaron la urna junto al altar. Había acabado el rito de la beatificación. Las campanas cesaron de repicar y empezaron a caer algunas gotas. Los paraguas se fueron abriendo mientras un ciego hacía la primera lectura; un inválido en silla de ruedas, la primera ofrenda; y tres periodistas, las peticiones: la gente de Lolo.

Los milagros son otra cosa

Llovió el resto de la Eucaristía. Y, justo en el momento que acabó, comenzó el diluvio torrencial, arrollador, mientras la gente volvía a sus casas, a sus hoteles y a sus autobuses. Con un comentario en muchas bocas: No; no se puede llamar milagro; los milagros son otra cosa.

Por allí andaba, esquivando todo atisbo de protagonismo, el niño sobre el que se operó el milagro, probado con los informes técnicos y que ha servido para culminar el proceso: un niño de dos años, hoy personaje conocido en las competiciones internacionales de un cierto deporte. No; no sería milagro… Pero la Virgen, quizás ya por intercesión del nuevo beato, había tenido un detalle de ternura. Lo demás, las molestias de la lluvia…, era lo propio de Lolo. ¿Es que, en algo relacionado con él, hubiera sido justo esquivar las molestias, la superación, el sobrellevar una dificultad con alegría? ¿Y el diluvio final? Fue el broche de oro: ahí tenéis lo que la simple naturaleza llevaba en sus entrañas, en el cielo negro, ya preanunciado por la ciencia.