Benedicto XVI, de la A a la Z - Alfa y Omega

Benedicto XVI, de la A a la Z

Fe, fe, fe… Un repaso por la bibliografía del cardenal Ratzinger podría tal vez darnos pistas de cuáles serán las prioridades pastorales de Benedicto XVI. La variedad de temas en sus múltiples publicaciones y entrevistas es inmensa, pero el mensaje siempre remite a la necesidad de descubrir la presencia de Dios y vivir la fe hasta sus últimas consecuencias

Ricardo Benjumea
Benedicto XVI se asoma a la ventana de su antigua residencia, la que ocupó como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, desde donde se ve la cúpula de San Pedro.

Alegría: «La alegría es el elemento constitutivo del cristianismo (somos amados por Dios de modo absoluto). Alegría, no en el sentido de diversión superficial, que puede ocultar en su fondo la desesperación. Sabemos bien que el alboroto es, a menudo, una máscara de la desesperación. Me refiero a la alegría propiamente dicha, que es compatible con las dificultades de nuestra existencia… Precisamente cuando se quiere resistir al Mal, conviene no caer en un moralismo sombrío y taciturno, que no es capaz de alegrarse con nada; por el contrario, hay que mirar toda la belleza que hay y, a partir de ahí, oponer una fuerte resistencia a lo que destruye la alegría» (en La sal de la tierra).

Arte: «No es un simple divertimento. El arte es fundamental para el hombre. La respuesta del hombre a la realidad no puede ser sólo la razón, ni tampoco puede expresar todo lo que el hombre quiere y debe expresar. El arte, con la ciencia, es el mayor don que Dios le ha podido dar» (en La sal de la tierra).

Concilio Vaticano II: «El Concilio quería señalar el paso de una actitud de conservadurismo a una actitud misionera. Muchos olvidan que el concepto conciliar opuesto a conservador no es progresista, sino misionero. (Existe) una auténtica crisis (de fe) que hay que cuidar y sanar. Para esta curación, el Vaticano II es una realidad que debe aceptarse plenamente. Con la condición, sin embargo, de que no se le considere como un punto de partida del cual hay que alejarse a toda prisa, sino como una base sobre la cual hay que construir sólidamente» (en Informe sobre la fe).

Cultura de la fe: «Deberíamos tener el coraje suficiente para romper con mucho de lo que el hombre (contemporáneo) considera normal, para volver a descubrir la fe en toda su sencillez. Ese descubrimiento sería muy fácil mediante un encuentro personal con Cristo. Cuando la fe ya ha penetrado en el alma, la vida se orienta de forma muy distinta. Entonces sí podría surgir una cultura de la fe» (en La sal de la tierra).

Encarnación: «Es prodigioso que Dios se convierta realmente en hombre. Que no se disfrace, que no se limite a interpretar durante un tiempo un papel en la Historia, sino que lo sea de verdad, y que finalmente, con los brazos en cruz, se convierta en el espacio abierto en el que podemos entrar» (en Dios y el mundo).

Fe, esperanza, caridad: «La fe es la raíz de todo en nuestra vida. Esta fe significa esperanza: conocer la existencia del mal y, de todos modos, enfrentarse al futuro con confianza. Porque la fe se basa, fundamentalmente, en saberse amados por Dios, y eso significa no sólo una respuesta afirmativa a Dios, sino también a la Creación, intentando ver en cada uno la imagen de Dios, y de ese modo llegar a ser personas capaces de amar.

La esperanza no tiene nada que ver con la utopía. La espera en un mundo mejor no sirve, porque ése no es nuestro mundo, y porque cada uno debe encontrar una solución para su propio mundo» (en La sal de la tierra).

Grano de mostaza: «Es probable que estemos ante una nueva época de la historia de la Iglesia, en la que volvamos a ver una cristiandad semejante a aquel grano de mostaza, que ya está surgiendo en grupos pequeños que gastan su vida en luchar intensamente contra el Mal y devolver el Bien al mundo. Probablemente no habrá conversiones en masa, pero existe una presencia nueva y muy fuerte de la fe. Ahora hay más dinamismo, más alegría. Hay una presencia llena de significado para el mundo» (en La sal de la tierra).

Iglesia: «La Iglesia es por atribución la propiedad de Dios en el mundo. El auténtico templo son los seres humanos en los que Él vive y le pertenecen. Una historia cuenta que Napoleón afirmó un día que iba a exterminar la Iglesia. Un cardenal contestó: Eso no lo hemos conseguido ni siquiera nosotros» (en Dios y el mundo).

Individualismo: «Cuando nos creemos dueños de nosotros mismos y con poder para juzgarlo todo, nos destruimos. Porque no estamos en una isla con nuestro propio yo; hemos sido creados para el amor, para la renuncia. Sólo si nos damos, sólo si perdemos la propia vida, tendremos vida. Vivir sólo de derechos no es una buena receta para la vida. Negarse al sufrimiento, negarse a ser criatura equivale a negarse a estar sometido a unas normas, y eso, al final del todo, es la negación del amor y la causa de la ruina del hombre. De algún modo, el hombre tiene conciencia innata de que debe ser sometido a prueba, y que debe confrontarse con una unidad de medida superior, y también que debe aprender a darse y a perderse» (en La sal de la tierra).

Jesucristo: «En Cristo coinciden verdad y caridad. En la medida en que nos acercamos a Cristo, también en nuestra vida, verdad y caridad se confunden» (en la homilía de la misa Pro Eligendo Pontifice). «Debemos creer en Dios, pero no sólo teóricamente; debemos considerarlo como la realidad más real de nuestra vida: Él debe penetrar en todos los estratos de nuestra vida y llenarla completamente: el corazón debe saber de Él y dejarse alcanzar por Él; el alma, las energías de nuestro querer y decidir, la inteligencia, el pensamiento. Y nuestra relación de fondo con Él mismo debe llamarse amor. La consecuencia es tremenda: todos nosotros debemos aprender a hacer, por medio de la fe, una especie de giro copernicano. Cada uno de nosotros se ve a sí mismo, al principio, como una pequeña tierra en torno a la que todos los soles deberían girar. La fe nos enseña a salir de este error y a entrar junto con todos los otros en la danza del amor en torno al Único centro, en torno al centro que es Dios» (en Mirar a Cristo).

Liturgia: «La liturgia no es un show. En la liturgia opera una fuerza, un poder que ni siquiera la Iglesia entera puede conferirse: lo que en ella se manifiesta es lo absolutamente Otro que, a través de la comunidad (la cual no es dueña, sino sierva), llega a nosotros» (en Informe sobre la fe).

Oración: «Tener trato con Dios para mí es una necesidad. Tan necesario como respirar todos los días. El hombre vive de relacionarse, y la calidad de su vida depende de que sean justas sus relaciones esenciales –con el padre, la madre, el hermano, la hermana, etc.–, o aquellas fundamentales que están escondidas en su ser. Pero si la primera de todas esas relaciones, es decir, si la relación con Dios no es buena, entonces ninguna de las otras podrá ser buena. Yo diría que esta relación es, en definitiva, el verdadero contenido de la religión» (en La sal de la tierra).

Juan Pablo II se despide del entonces arzobispo de Munich, el cardenal Joseph Ratzinger, en su primera visita a esta ciudad alemana, en noviembre de 1980.

Perdón: «El perdón está lleno de pretensiones y compromete a los dos: al que perdona y al que recibe el perdón en todo su ser. Un Jesús que aprueba todo es un Jesús sin la cruz, porque entonces no hay necesidad del dolor de la cruz para curar al hombre. El perdón tiene que ver con la verdad y, por tanto, exige la cruz del Hijo y exige nuestra conversión. Perdón es, precisamente, restauración de la verdad, renovación del ser y superación de la mentira oculta en todo pecado» (en Mirar a Cristo).

Progreso: «Progresivamente se ha ido desmoronando la confianza que la razón tenía en sí misma. La idea de que, en los asuntos humanos, necesariamente se evoluciona a mejor, no tiene en el cristianismo fundamento alguno; en cambio, es propio de la fe cristiana tener la certeza de que Dios nunca abandonará al hombre. El cristiano sabe, como cualquier hombre dotado de razón, que en la Historia puede haber grandes crisis; tal vez ahora nos encontremos ante una de ellas. Pero su optimismo profundo descansa en que Dios tiene al mundo en sus manos, cuidando de él, de tal forma que, incluso, horrores como el de Auschwitz deben ser considerados a partir del hecho de que Dios es más fuerte que el mal» (en La sal de la tierra).

Relativismo: «Los movimientos ecologistas arremeten con pasión muy comprensible y justificada contra la contaminación del medio ambiente, mientras tratan la autocontaminación espiritual del hombre como si fuera uno de sus derechos a la libertad. Eliminamos la contaminación visible, pero no prestamos atención a la contaminación espiritual del hombre ni a la imagen de cultura que hay en él, para poder respirar humanamente, y, en cambio, defendemos con un concepto falso de la libertad todo lo que el arbitrio humano produce. Mientras sigamos manteniendo esa caricatura de libertad –la libertad de destrucción interior y espiritual– no cambiarán siquiera sus consecuencias exteriores. No sólo la naturaleza tiene sus leyes. También el hombre es criatura. Pablo nos dice que la Creación sólo respirará cuando se vea sometida a hombres que sean un reflejo de Dios» (en La sal de la tierra).

San Benito: «Quizá no nos hemos dado cuenta todavía de lo que fue san Benito. Su singularidad se convirtió nada menos que en el arca de supervivencia para Occidente. Pienso que hoy en día hay muchos cristianos que se retiran, en ese sentido, huyen de ese extraño consenso de la existencia moderna y buscan nuevos modelos de vida; ahora tampoco llaman la atención de la opinión pública, pero con el tiempo, en el futuro, se reconocerá lo que en realidad están haciendo» (en La sal de la tierra).

Santos y reformadores: «De momento, no tenemos necesidad de reformadores. Lo que necesitamos, en realidad, son hombres cautivados por el cristianismo en lo más íntimo de su interior y que lo vivan como una gran dicha y esperanza, convirtiéndose así en personas que viven llenas de amor. Los santos han sido los auténticos reformadores de la Iglesia» (en La sal de la tierra). «Lo que necesita la Iglesia para responder en todo tiempo a las necesidades del hombre es santidad, no managment» (en Informe sobre la fe).

Sexualidad: «En la cultura del mundo desarrollado se ha destruido, en primer lugar, el vínculo entre sexualidad y matrimonio indisoluble. Separado del matrimonio, el sexo se ha encontrado privado de puntos de referencia: se ha convertido en un problema y, al mismo tiempo, en un poder omnipresente. Consumada esta separación, la sexualidad se ha separado también de la procreación. El sexo, sin una razón objetiva que lo justifique, busca una razón subjetiva en la satisfacción del deseo. Resulta entonces natural que se transformen en derechos del individuo todas las formas de satisfacción de la sexualidad. Así, por poner un ejemplo, la homosexualidad se presenta como un derecho inalienable. Al desgajarse el matrimonio, deja la fecundadita de ser bendición (como ha sido entendida en toda cultura), para transformarse en una amenaza para la libre satisfacción del derecho a la felicidad del individuo. He aquí por qué el aborto se transforma en otro derecho» (en Informe sobre la fe).

Vida pública: «La fe es un don recibido para trasmitirlo a los demás, y no ha sido debidamente acogida si se piensa que es sólo para uno mismo. He hallado algo que puedo hacer y no puedo conformarme con decir: Esto me basta. Porque en ese mismo instante se destruiría el bien hallado. Es como cuando se recibe una gran alegría: existe la necesidad de compartirla con alguien, porque, si no, no es una alegría completa. En el interior de la Iglesia siempre debe estar presente esa intranquilidad: ha recibido un don destinado a toda la Humanidad» (en La sal de la tierra).

Zeitgeist (Espíritu de los tiempos): «La Iglesia no puede pactar con el Zeitgeist, con el espíritu de los tiempos» (en La sal de la tierra).

«En medio de un mundo donde el escepticismo ha contagiado también a muchos creyentes, es un escándalo la convicción de la Iglesia de que hay una Verdad con mayúscula. Es un escándalo que comparten también católicos, que han perdido de vista la esencia de la Iglesia, que no es una organización únicamente humana, y debe defender un depósito que no es suyo. No son los cristianos los que se oponen al mundo. Es el mundo el que se opone a ellos cuando se proclama la verdad sobre Dios, sobre Cristo y sobre el hombre. El mundo se rebela siempre que al pecado y a la gracia se les llama por su propio nombre» (en Informe sobre la fe).