Servidor de nuestra alegría - Alfa y Omega

Servidor de nuestra alegría

Escribe el director del Secretariado de la Comisión episcopal para la Doctrina de la Fe, de la Conferencia Episcopal Española

José Rico Pavés
Benedicto XVI durante la celebración de la Eucaristía.

Entre las numerosas publicaciones de Joseph Ratzinger, figura un volumen de no muchas páginas que recoge las meditaciones que él impartió durante una semana de Ejercicios espirituales a un grupo de sacerdotes y seminaristas, con el título Servidor de vuestra alegría. Las palabras que dan unidad de sentido a esas meditaciones están tomadas del Apóstol san Pablo, quien escribe a los cristianos de Corinto: «No es que pretendamos dominar sobre vuestra fe, sino que somos servidores de vuestra alegría, pues os mantenéis firmes en la fe». El ahora Benedicto XVI empleó entonces las palabras del Apóstol para formular la grandeza del ministerio pastoral. Las mismas palabras pueden servir para describir bien la figura del nuevo Papa al inicio de su pontificado.

¿No es acaso un servicio a la verdadera alegría de todo hombre proclamar al mundo entero la presencia viva de Cristo? El ministerio del nuevo Papa se ha iniciado renovando su adhesión total y confiada al Señor, consciente de que «su deber es hacer que resplandezca ante los hombres y mujeres de hoy la luz de Cristo; no la propia luz, sino la de Cristo». El Hijo de Dios hecho hombre es la medida del verdadero humanismo. Nada hay tan humanizador como el Evangelio de Jesucristo, y no hay fe adulta y madura si no está profundamente arraigada en la amistad con Cristo. La oración del cardenal Ratzinger, pronunciada en la homilía de la Misa Pro eligendo Pontifice, ha sido atendida en su persona: «En este momento, pidamos sobre todo con insistencia al Señor que, después del gran don del Papa Juan Pablo II, nos dé de nuevo un pastor según su corazón, un pastor que nos guíe al conocimiento de Cristo, a su amor, a la verdadera alegría».

La Eucaristía, corazón de la vida

¿No es acaso un servicio a la verdadera alegría recordar que la Eucaristía, corazón de la vida cristiana y fuente de la misión evangelizadora de la Iglesia, constituye «el centro permanente y la fuente del servicio petrino »? La Providencia ha querido que el ministerio de Juan Pablo II se consumara en el Año de la Eucaristía, como sobre el gran Altar del mundo, haciendo incluso de su muerte una manifestación de «la potencia de Dios que, a través de su Iglesia, quiere formar con todos los pueblos una gran familia», mediante la Verdad y el Amor. La misma Providencia ha regalado al mundo, a través de su Iglesia, la persona de Benedicto XVI, quien, en el Año de la Eucaristía, nos ha pedido a todos intensificar «el amor y la devoción a Jesús Eucaristía».

Vienen a la memoria en estos momentos las palabras del Santo Padre Pablo VI, cuando, en su Exhortación apostólica Gaudete in Domino, nos recordaba: «En la vida de los hijos de la Iglesia, esta participación en la alegría del Señor es inseparable de la celebración del misterio eucarístico». Pablo VI concluía su Exhortación invitando a permanecer fieles a la celebración de la Eucaristía, participación en el banquete del amor. Sin amor, no hay alegría. La Eucaristía es comunión en el Amor extremo de Dios a los hombres. Por eso, sin Eucaristía no hay alegría. Y es que, de la comunión con Cristo Eucaristía –nos ha dicho Benedicto XVI– brota cada uno de los elementos de la vida de la Iglesia: «la comunión entre todos los fieles, el compromiso de anuncio y testimonio del Evangelio, el ardor de la caridad hacia todos, especialmente hacia los pobres y pequeños».

¿No es acaso un servicio a la verdadera alegría «proseguir en el compromiso de realización del Concilio Vaticano II», dando prioridad al trabajo, sin ahorrar energías, en favor de la «reconstitución de la unidad plena y visible de todos los seguidores de Cristo»? Benedicto XVI es plenamente consciente de que, habiendo recibido la tarea de confirmar a los hermanos, ha de hacerse cargo de modo muy particular del deseo manifestado por Cristo en el Cenáculo: «Que todos sean uno». Necesaria es la conversión interior y la purificación de la memoria, para que el dolor por la separación de los cristianos deje paso a la alegría de la unidad.

Un futuro sin miedo

¿No es acaso un servicio a la verdadera alegría recoger la riquísima herencia del Papa Juan Pablo II, que nos ha dejado una Iglesia más valiente, más libre, más joven? La mirada esperanzada de Benedicto XVI a los jóvenes nos permite afrontar el futuro sin miedo. La alegría espontánea de tantos jóvenes, que estamos viendo estos días, contrasta con la amarga tristeza de algunos envejecidos, que consideran el regalo de Dios para nuestros días, que es el nuevo Papa, como una amenaza para sus vidas. Los jóvenes, una vez más, nos han enseñado la necesidad de un corazón generoso y libre de prejuicios para reconocer la mano de Dios en la Historia.

En la alegría serena de Benedicto XVI, «humilde y sencillo trabajador en la viña del Señor», resplandece el gozo de Jesús en el Espíritu cuando proclamaba: «Te doy gracias, Padre, porque has revelado estas cosas a los sencillos».

La sabiduría del cardenal Ratzinger no era la de los sabios de este mundo –aun cuando nunca rehusó el diálogo con ellos–, sino la de quien se sabe instrumento insuficiente en las manos del Señor. Esa sabiduría ha sido ahora elegida por el Señor para confirmar en la fe al pueblo cristiano. En Benedicto XVI, Dios nos ha regalado un servidor sencillo de nuestra alegría.