Liberados de la orfandad - Alfa y Omega

Liberados de la orfandad

Sexto domingo de Pascua / Evangelio: Juan 14, 15-21

Francisco Javier Martínez Fernández
Benedicto XVI saluda a un grupo de niños, al día siguiente de ser elegido Papa.

El estilo del evangelista san Juan me recuerda al de Charles Péguy. Aunque es al revés, es el estilo de Péguy el que recuerda al de san Juan. Es como mirar al mar desde la orilla: siempre quieto, y siempre en movimiento; siempre igual a sí mismo, y siempre diferente. San Efrén de Nisibe (Irak, siglo IV), un gran poeta cristiano, no desdeñaría la imagen del mar para hablar del misterio de Dios revelado en Cristo, pero preferiría acaso la imagen de la perla, «toda ella rostro, por todas partes»; llena de facetas, y, al mismo tiempo, inalterable, inmaculada, indivisible. A veces se describe este estilo como circular. La denominación no es feliz, porque en el círculo no hay lugar para la incesante novedad de lo verdaderamente eterno.

El texto de san Juan es tan fino que sólo puede nacer de la experiencia del Padre que tiene el Hijo. «No os dejaré huérfanos: volveré a vosotros». Luego resulta que el que viene es el Espíritu, otro Paráclito, es decir, otro Defensor, otro Consolador. El término otro subraya la continuidad con Cristo. El mundo no le recibe, porque no lo ve ni le conoce. Los de Cristo sí, porque mora en ellos, está con ellos. ¿O es Cristo el que está con ellos, precisamente por su Espíritu? Porque tampoco a Cristo el mundo le ve, y los suyos sí. ¿Cómo? Por la palabra, por el sacramento y por la caridad, que resume los mandamientos, la vida que ha nacido en ellos, obra de Cristo. De Cristo y de su Espíritu. Y del Padre, porque Cristo está en el Padre. Y nosotros en Cristo.

¡Qué desvarío! En la tierra, lo más en unión es la de los esposos: «Serán dos en una sola carne». Pero esa misma unión, esa alianza, no es más que una pobre imagen de algo más grande: «La alianza nueva y eterna» que Cristo ha sellado con nosotros, Dios morando en nosotros, y nosotros en Dios. Es la experiencia de Dios que tiene el mismo Cristo, que tiene la Virgen, que tiene la Iglesia después de Pentecostés.

De esa alianza es de lo que es garante el Papa. Y por eso la elección de Benedicto XVI como sucesor de Pedro es, ante todo, el signo del cumplimiento de la promesa del Señor: «No os dejaré huérfanos». Es el signo de que la historia que comenzó en la Encarnación está viva, y de que el Señor nos acompaña «todos los días, hasta el fin del mundo». El pueblo que corría, el pasado día 19, a llenar la Plaza de San Pedro al saber que había habido fumata bianca, no iba allí sólo por curiosidad, o por ver cómo le caía la imagen del nuevo Papa: aquello, en la plaza, y en los televisores y en las radios de las casas, y en las campanas de las iglesias, era un acto de fe. Aquello proclamaba nuestra alegría porque Jesucristo permanece con nosotros, y nos sigue comunicando su Espíritu, y mostrando al Padre, y por ello no cesa de suscitar en nosotros la gratitud y la esperanza (estas dos van siempre de la mano). Una forma especialísima, única, de esa presencia de Cristo en medio de nosotros, se llama hoy Benedicto XVI.

Sexto domingo de Pascua / Evangelio: Juan 14, 15-21

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque vive con vosotros y está con vosotros.

No os dejaré huérfanos, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis, y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama, lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él».