Mi primera carta al alma de Juan Pablo II - Alfa y Omega

Me llamo Mar y tengo 32 años. Ya nos conocemos: te he visto varias veces, te he escrito muchas más y te he rezado en un número incontable de ocasiones. Ya estás feliz en el cielo, gozando del merecido descanso. Pero, ¡ay, aquí te echamos mucho de menos, muchísimo!

Tu cuerpo no te daba más que preocupaciones y sufrimiento. Y todos sufríamos contigo. Hemos visto cómo el tiempo iba actuando en él, pasando de un enérgico y valiente joven a un anciano entrañable y digno en su enfermedad, pero igual de tenaz y firme. Tu mirada, llena de sinceridad y profundidad, y tus palabras, tan precisas siempre, dejaban siempre ver al incansable Karol que nos contagiaba una y otra vez de su fe, de su perseverancia y de su amor infinito por la vida.

Me gustaría agradecerte en nombre de todos los ancianos y enfermos lo mucho que has hecho por ellos. Te doy las gracias en nombre de mi abuela. Ella tiene 88 años, y gracias a ti ha vuelto a sonreír y recuperar la ilusión. Has conseguido, en medio de una corriente social que trataba a los mayores como muebles viejos e inservibles, devolverles la esperanza y el respeto por parte de los no tan mayores.

Quiero pedirte algo: ayúdanos a mantener siempre vivas en nuestro recuerdo tus palabras y tus obras, para que puedan seguir siendo nuestro ejemplo y puedas sentirte siempre orgulloso de nosotros. Sé que nosotros somos débiles, pero con la ayuda de tu alma, siempre joven y enérgica, no podemos fracasar. Queremos que sigas siendo la inspiración de cada día y el aliento de cada segundo de nuestra vida.

Este verano, millones de jóvenes te esperábamos en Colonia. Nos habíamos propuesto llegar a cinco millones para superar la reunión de Manila, y agradecerte, de este modo, tu labor incansable. Sabemos que tu alma guardará siempre un lugar privilegiado para los jóvenes y tú también sabes que nosotros te tendremos siempre en lo más profundo de nuestro corazón. Eres nuestro gran amigo, el padre perfecto que enseña sin reprochar, que sabe escuchar y que aporta verdaderas soluciones a los problemas de la vida.

Ahora que estás con Dios, ya tengo un motivo más para no temer a la muerte: podré darte ese abrazo que tanto he deseado desde que tenía 9 años, cuando vi por televisión la noticia de tu atentado y pasé la noche rezando por ti. Desde ese día te seguí, e iluminaste y diste sentido a mi vida enseñándome a confiar en la Misericordia y Bondad infinitas de Dios. Ésta es la primera de las cartas que le escribiré a tu alma. Espero que te guste, porque no pienso dejar de hacerlo. Te quiero y te querré cada día de mi vida.

Mar Fornos