Así piensa el nuevo Papa - Alfa y Omega

Así piensa el nuevo Papa

Redacción

«El verdadero milagro de nuestro tiempo es la fe que hay en el mundo»: así se lo confesaba recientemente el entonces cardenal Joseph Ratzinger, hoy Benedicto XVI, al vaticanista Giuseppe de Carli. El nuevo Papa añadía algo que después reiteró solemnemente en la homilía de la misa Pro Eligendo Pontifice: «El problema central es nuestra sordera a la voz de Dios, el agnosticismo que se hace rutina diaria, opción de vida».

Cuando el periodista le preguntaba cuáles son las palabras claves del pontificado de Juan Pablo II, no dudó en responder inmediatamente: «No tengáis miedo de Cristo; abrid, más aún, abrid de par en par las puertas a Cristo». El periodista insistía y le pidió tres palabras más, y el cardenal pronunció estas tres: «Paz, unidad, verdad». No sorprende en absoluto que, en la citada homilía en la basílica de San Pedro, dejara sentada como frase que quedará lapidaria para su pontificado: «En la medida en que nos acercamos a Cristo, también en nuestra vida, verdad y caridad se funden. La caridad sin verdad sería ciega; la verdad sin caridad, sería como un címbalo que tintinea».

De Carli le planteaba las acusaciones de excesivo centralismo que, de diversas partes, se hacen a Roma. El cardenal Ratzinger señaló: «Es una impresión un tanto superficial, ni siquiera tendríamos el aparato suficiente para controlarlo todo. Puede que, ciertamente, aquí y allá pueda haber algún centralismo equivocado, pero a lo que apuntamos es a una colaboración entre centro y periferia».

Valentía y autocrítica

Todavía se recuerda –y se recordará por mucho tiempo– la fortísima autocrítica que el cardenal hizo durante el vía crucis del Viernes Santo de este año en el Coliseo, cuando tuvo el honor de sustituir en la presidencia del mismo al Papa Juan Pablo II, ya muy enfermo. Se lamentó entonces el cardenal con lúcida responsabilidad, no carente de amargura: «¡Qué poca fe hay en muchas teorías! ¡Cuántas palabras vacías! ¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a Cristo! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia!».

En la entrevista a Giuseppe de Carli también señalaba: «Una serie de posiciones derivadas de un mal entendimiento del Concilio han hecho pensar a algunos que le podría bastar a la Iglesia con identificarse con los comportamientos del mundo. Muchos sacerdotes han perdido su anclaje a la comunión de Cristo. Ahora tenemos que reflexionar sobre cómo, por una parte, conservar la apertura al mundo, es decir, ser solidarios con nuestros contemporáneos, y, por otra, sobre cómo permanecer en profunda comunión con Cristo: sólo así se puede garantizar la posibilidad de vivir según el Evangelio en este tiempo nuestro».

Se podrá decir más alto, pero más claro, imposible. A la vista de sus lapidarias palabras sobre que la caridad sin verdad sería ciega, y la verdad sin caridad sería como un címbalo que tintinea, ¿alguien puede dudar sobre la verdadera realidad del corazón sacerdotal del nuevo Papa?, ¿alguien puede quedarse en deficientes e injustos clichés político-ideológicos y no ver la realidad verdadera del fondo de misericordia, de esperanza, de fe que hay en el binomio caridad-verdad de Benedicto XVI?

Sobre la libertad de espíritu y, hasta del sentido del humor del nuevo Papa, ya hay una anécdota curiosa en esta entrevista concedida al vaticanista italiano:

«Usted es cardenal desde hace muchos años –le dice–, así que quizás participe en un tercer Cónclave…». Respuesta de Joseph Ratzinger: «¡Si vivo!».

Sobre los laicos, sobre el pueblo de Dios, el cardenal afirma: «La teología del laicado debe ser repensada de modo muy realista». «¿En qué sentido?», pregunta inmediatamente el periodista. «En el sentido de no clericalizar a los laicos. El problema consiste en cómo el cristiano puede cooperar para que el Evangelio sea levadura en el mundo».

«¿Volvería a escribir la declaración Dominus Iesus?», le interpela el periodista. «Ciertamente sí –responde el aún cardenal–. Etiquetar un documento como fundamentalista es una manera de sustraerse al diálogo y es una etiqueta que no acepto porque no es justa. La Iglesia no es sólo un sueño para mañana, es una realidad para el hoy, y es bueno que una Iglesia trate de custodiar a la Persona que la ha generado. Es a partir de una identidad bien definida como se puede discutir».

El vaticanista italiano le pregunta: «¿Las religiones son todas iguales para alcanzar la salvación?, ¿ son todas complementarias de la Revelación? Dígame sí o no». Y el cardenal contesta: «La palabra complementarias no me gusta; me sorprende siempre que, incluso personas que no se interesan lo más mínimo por la salvación eterna, formulen la teoría de la convergencia de todas las religiones».

«¿Es lo mismo una religión que otra?», insiste el periodista. «No, no –contesta–. No son idénticas. Con tal fraseología se nos ahorra el compromiso de conocer realmente las religiones».

«Usted, declaró hace tiempo: Lo que me llena de estupor no es la incredulidad, sino la fe. Lo que me sorprende no es el ateo, sino el cristiano. ¿Sigue convencido de ello?» El cardenal responde: «No he cambiado de idea. El mundo nos aconseja el agnosticismo. Tendemos a pensar que somos demasiado pequeños, que nuestra razón es demasiado frágil para creer en Dios, y sin embargo, en un mundo tan oscuro y fragmentado, millones de personas siguen creyendo. Éste es el milagro. Es el signo de que Dios actúa en medio de nosotros. La Iglesia no siempre satisface la sed de felicidad, la sed de infinito que alberga el corazón humano, pero sigue siendo una fuente. Dios a veces se esconde para invitarnos a buscarlo más, con mayor fuerza. La Iglesia, hoy como en el pasado, tendrá que sufrir tantas tentaciones, sufrimientos, persecuciones, pero de todos modos permanecerá como un manantial de vida, de alegría, como una razón de esperanza».