«La verdad es esencial a la fe cristiana» - Alfa y Omega

«La verdad es esencial a la fe cristiana»

El nuevo Papa Benedicto XVI pronunció, el 16 de febrero del año 2000, una conferencia, con el título Fe, verdad y cultura –publicada, en su día, en estas páginas como Documentos Alfa y Omega 6– en el Palacio de Congresos de Madrid, en un acto organizado por la Facultad de Teología San Dámaso, de Madrid. Ofrecemos un extracto que constituye una clara y lúcida muestra de su pensamiento teológico

Papa Benedicto XVI
El entonces cardenal Ratzinger, con el cardenal Rouco Varela, arzobispo de Madrid.

Lo propio de la fe cristiana en el mundo de las religiones es que sostiene que nos dice la verdad sobre Dios, el mundo y el hombre, y que pretende ser la religio vera, la religión de la verdad.

Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida: en estas palabras de Cristo según el evangelio de Juan (14, 6), está expresada la pretensión fundamental de la fe cristiana. De esta pretensión brota el impulso misionero de la fe: sólo si la fe cristiana es verdad, afecta a todos los hombres; si es sólo una variante cultural de las experiencias religiosas del hombre, cifradas en símbolos y nunca descifradas, entonces tiene que permanecer en su cultura y dejar a las otras en la suya. Pero esto significa lo siguiente: la cuestión de la verdad es la cuestión esencial de la fe cristiana.

Hoy, la mayoría coyuntural se convierte en un absoluto. Porque, de hecho, vuelve a existir lo absoluto, lo inapelable. Estamos expuestos al dominio del positivismo y a la absolutización de lo coyuntural, de lo manipulable. Si el hombre queda fuera de la verdad, entonces ya sólo puede dominar sobre él lo coyuntural, lo arbitrario. Por eso no es fundamentalismo, sino un deber de la Humanidad proteger al hombre contra la dictadura de lo coyuntural convertido en absoluto y devolverle su dignidad, que justamente consiste en que ninguna instancia humana puede dominar sobre él, porque está abierto a la verdad misma.

Nunca es anacrónica la confianza en buscar la verdad y en encontrarla. Es justamente ella la que mantiene al hombre en su dignidad, rompe los particularismos y unifica a los hombres, más allá de los límites culturales, por su dignidad común.

Hoy se contrapone de buen grado la relatividad de las culturas a la pretensión universal de lo cristiano, que se funda en la universalidad de la verdad. Como expresión del único ser del hombre, las culturas están caracterizadas por la dinámica del hombre que trasciende todos los límites. Por eso, las culturas no están fijadas de una vez para siempre en una forma. Les es propia la capacidad de progresar y transformarse, y también el peligro de decadencia. Están abocadas al encuentro y fecundación mutua. Puesto que la apertura interior del hombre a Dios las impregna, tanto más cuanto mayores y más genuinas son, por ello llevan impresa la predisposición para la revelación de Dios. La Revelación no les es extraña, sino que responde a una espera interior en las culturas mismas.

Richard Schäffler ha dicho certeramente al respecto que la predicación cristiana ha exigido, desde el principio, a los pueblos de Europa (que, por lo demás, no existía como tal antes de la evangelización cristiana) «la renuncia a todos los respectivos dioses autóctonos de los europeos, mucho antes de que entraran en el campo de su visión las culturas extraeuropeas». A partir de ahí hay que entender por qué la predicación cristiana entró en contacto con la filosofía, y no con las religiones.

Cuando se intentó esto último, cuando, por ejemplo, se quiso interpretar a Cristo como el verdadero Dionisio, Esculapio o Hércules, tales intentos cayeron rápidamente en desuso. Que no se entrara en contacto con las religiones, sino con la filosofía, tiene que ver con el hecho de que no se canonizó una cultura.

Con el indiferentismo de los contenidos y de las ideas, que todas las religiones sean distintas y sin embargo iguales, no se puede ir adelante. El relativismo es peligroso, concretamente para la formación del ser humano, en lo particular y en la comunidad. La renuncia a la verdad no sana al hombre.

La búsqueda de la verdad por parte del creyente se realiza, según esto, en un movimiento, en el que siempre se están confrontando la escucha de la Palabra proclamada y la búsqueda de la razón. De este modo, por una parte, la fe se profundiza y purifica, y, por otra, el pensamiento también se enriquece, porque se le abren nuevos horizontes. Me parece que se puede ampliar algo más esta idea de la circularidad: tampoco la filosofía como tal debería cerrarse en lo meramente propio e ideado por ella. Jan Ross sintetiza con mucha precisión el núcleo de la instrucción papal, cuando dice que el destronamiento de la teología y de la metafísica «no ha hecho al pensamiento sólo más libre, sino también más angosto». Sí, él no teme hablar de entontecimiento por increencia: «Cuando la razón se apartó de las cuestiones últimas, se hizo apática y aburrida, dejó de ser competente para los enigmas vitales del bien y del mal, de muerte e inmortalidad ». Si se deja de hablar de Dios y del hombre, del pecado y la gracia, de la muerte y la vida eterna, entonces todo grito y todo ruido que haya será sólo un intento inútil para hacer olvidar el enmudecerse de lo propiamente humano.

+ Joseph Ratzinger