Homilía del cardenal arzobispo de Madrid en el funeral por Juan Pablo II: «El Papa nos ha enseñado a confesar con gozo nuestra fe» - Alfa y Omega

Homilía del cardenal arzobispo de Madrid en el funeral por Juan Pablo II: «El Papa nos ha enseñado a confesar con gozo nuestra fe»

A la misa de exequias por Juan Pablo II, celebrada el lunes pasado, en Madrid, acudieron cerca de 30.000 personas. La ceremonia contó con la presencia de Sus Majestades los Reyes de España y los Príncipes de Asturias, así como el Duque de Lugo. También asistieron el Presidente del Gobierno, don José Luis Rodríguez Zapatero; los Presidentes del Congreso y del Senado, don Manuel Marín y don Javier Rojo; la Presidenta del Tribunal Constitucional, doña María Emilia Casas, el Presidente del CGPJ y del Tribunal Supremo, don Francisco José Hernando; el Presidente de la Audiencia Nacional, don Carlos Díaz; la Presidenta de la Comunidad de Madrid, doña Esperanza Aguirre; el Alcalde de la capital, don Alberto Ruiz-Gallardón; el ministro de Asuntos Exteriores, don Miguel Ángel Moratinos; y el Presidente del Partido Popular, don Mariano Rajoy, entre otras personalidades. Concelebraron con el cardenal Rouco Varela, arzobispo de Madrid, veintitrés obispos españoles, entre ellos el arzobispo de Sevilla, cardenal Carlos Amigo, y el arzobispo de Toledo y Primado de España, monseñor Antonio Cañizares, junto con el Nuncio Apostólico en España, monseñor Manuel Monteiro de Castro, y también el Secretario General de la Conferencia Episcopal Española, padre Juan Antonio Martínez Camino. He aquí la homilía pronunciada por el cardenal Rouco:

Antonio María Rouco Varela
Un aspecto del altar para la celebración del funeral, ante la fachada de la catedral de la Almudena.

La Iglesia de Cristo ha vivido intensas horas de conmoción espiritual, con motivo de la muerte de nuestro amadísimo Papa Juan Pablo II. Todos somos conscientes de que la página del Evangelio que hemos proclamado hoy se ha actualizado en la vida y en la muerte del sucesor de Pedro, a quien recibimos el 16 de octubre de 1978 como regalo de la Providencia, y que nos ha conducido hasta esta hora trascendental del paso de un milenio a otro. La biografía espiritual del Papa Juan Pablo II se ha escrito sobre la pauta de la vocación de Pedro a orillas del mar de Galilea, símbolo de ese otro mar inmenso que es el mundo, donde el Papa ha introducido la barca de la Iglesia en el tercer milenio con toda la confianza puesta en el Señor de la Historia: Duc in altum, nos ha dicho, con las mismas palabras de Cristo.

Este buen Pastor, en el que hemos contemplado con luminosa transparencia los rasgos del mismo Cristo, ha cruzado ya el mar de este mundo para llegar a la orilla de la eternidad adonde el Resucitado le ha llamado con el último Sígueme. «Deseo seguirle –ha dejado escrito en su testamento, pensando en su muerte–, y deseo que todo lo que forma parte de mi vida terrena me prepare para este momento». ¡Qué glorioso habrá sido el encuentro con su Señor de este humilde y valiente servidor del Evangelio, que ha gustado hasta el fin de su vida el cáliz de los padecimientos de Cristo! ¡Qué grande la gloria de este Papa, a quien la Iglesia entera le debe haber sido confirmada en la fe cristiana con la frescura del primer anuncio del Evangelio!

Hoy, nuestra Iglesia de Madrid, a la que se unen otros obispos de España, con la cooperación de la Conferencia Episcopal Española, y en la que participan Sus Majestades los Reyes de España, el señor Presidente de Gobierno y los representantes de las más altas instancias del Estado, de la Comunidad Autónoma y del Ayuntamiento de Madrid, ofrece el sacrificio de Cristo por el Santo Padre para que participe ya eternamente de la gloria del Resucitado, y expresa el más profundo agradecimiento por su ministerio de Pastor universal y por el afecto paternal que mostró siempre al pueblo de España.

El Rey Juan Carlos a saluda al cardenal Rouco Varela, arzobispo de Madrid.

¿Me amas más que éstos?

Al ser elegido para el supremo pontificado, el cardenal arzobispo de Cracovia escuchó de labios de Cristo la pregunta sobre el amor, antes de recibir en plenitud el officium amoris (san Agustín): «¿Me amas más que éstos?» Preparado a lo largo de su vida para escuchar y responder a esta pregunta, Juan Pablo II respondió, en la obediencia de la fe y confiado en Jesucristo Salvador y en su Madre Santísima, con toda generosidad: «Tú lo sabes todo, Tú sabes que te quiero». Al término de su pontificado, toda la Iglesia y los hombres de buena voluntad hemos sido testigos de que el Papa ha amado a Cristo sin reservas, hasta identificarse totalmente con Él. Ése, y no otro, ha sido el secreto de su fecundo pontificado. Su historia ha sido la de un amor apasionado a Cristo, a quien ha seguido sin reservas, con una disponibilidad y obediencia heroicas en la entrega diaria y crucificada de su vida hasta los últimos momentos de su crudelísima enfermedad. El Papa se ha dejado ceñir por Cristo, que le ha llevado a la cumbre del abandono total de sí mismo, a la cruz, de donde no se ha querido bajar para revelarnos así el amor de Cristo por su pueblo «hasta el fin, hasta la consumación». Cuando hoy la Iglesia -y los jóvenes de modo especial- le aclama como a un santo, es porque han visto, en su entrega a la Iglesia y a la Humanidad, el amor del Buen Pastor que, como Cristo, ha dado la vida por su rebaño, según el mandato de Cristo: «Apacienta mis ovejas».

Juan Pablo II ha apacentado el rebaño del Señor de una forma directa e inmediata, visitando a las Iglesias y comunidades cristianas, por pequeñas que fueran, para conocer su realidad concreta. Dándose así, ha hecho que el mundo en general comprenda y valore el verdadero sentido del ministerio de Pedro, que, por voluntad de Cristo, ha sido instituido para que la Iglesia aparezca como la casa de la salvación. Por ello, son muchos los que, sin pertenecer a la Iglesia de Cristo, se han sentido pastoreados y apacentados por este Vicario del Señor en la tierra, cuya ansia evangelizadora ha marcado su pontificado. Es esta entrega a su ministerio lo que ha renovado dentro de la misma Iglesia la gozosa certeza de que Cristo vive en Pedro, y de que Pedro hace visible, cercano y tangible al mismo Cristo. ¡Gracias, Santo Padre, por habernos mostrado a Cristo, Supremo Pastor!

«No rompáis vuestras raíces cristianas»

En su largo ministerio como Pastor universal, Juan Pablo II no ha dejado de dar solemne testimonio del señorío de Cristo, que ahuyenta de la conciencia de los cristianos toda sombra de miedo. El Papa nos ha enseñado a confesar con gozo nuestra fe, y ha recuperado para la Iglesia entera la convicción de que la fe es nuestra victoria. Como sucesor de Pedro, ha sido el testigo cualificado de la fe en Cristo muerto y resucitado, en quien obtenemos el perdón de los pecados. Este solemne testimonio le ha llevado, como pastor infatigable, a todas las partes del mundo para confirmar en la fe a sus hermanos y para anunciar a todos los hombres que Cristo ama a los hombres sin acepción de personas; es el único Salvador del mundo, Aquel que nos ofrece el sentido último de la vida y de la muerte. Juan Pablo II no se ha predicado a sí mismo, sino a Cristo, y a éste crucificado. Y lo ha hecho con la palabra de la verdad y con el testimonio de su propia vida, conformada según la imagen del Buen Pastor. Ha cumplido este ministerio de modo tan ejemplar que, ya desde el inicio de su pontificado, víctima de un terrible atentado terrorista, fue marcado martirialmente con la cruz de Cristo, la cruz que ha sido su apoyo, su fuerza y su consuelo.

Hasta el último momento de su vida, Juan Pablo II ha querido dar solemne testimonio de la fe en Cristo muerto y resucitado, invitando a la Iglesia a vivir con la mirada puesta en la patria definitiva del cielo, de donde aguardamos un Salvador. Al final de su vida, la imagen de su naturaleza desgastada dejaba traslucir, sin embargo, la energía y el poder de la Resurrección con que Cristo se someterá a sí todo lo creado. «Él transformará -dice san Pablo- nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso». Esta certeza del poder de Cristo, de su Cruz gloriosa y de su Resurrección, ha animado la vida entera del Santo Padre, hasta llegar al momento mismo de su muerte en el que, abandonado a la Divina Misericordia, ha consumado su carrera con las palabras de Cristo en la cruz, con que acaba su testamento: «In manus tuas, Domine, commendo spiritum meum». El solemne testimonio de la fe ha sido rubricado con la entrega de su vida al Señor, consumando así el amor confesado a Jesucristo: «Señor, Tú conoces todo, Tú sabes que te quiero».

La Reina Sofía saluda al cardenal Rouco Varela, arzobispo de Madrid.

Su amor a España

España, de modo especial, ha sido testigo de este amor del Buen Pastor. No nos ha faltado su cuidado. Con toda verdad hemos podido decir en los años de Juan Pablo II: «El Señor es mi pastor, nada me falta…, aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo». En los cinco viajes pastorales a nuestra patria, siempre luminosos, ha encendido, reavivado y fortalecido nuestra esperanza, ayudándonos, con su magisterio y el testimonio de su vida, a vivir nuestra fe sin miedos ni complejos, como respuesta a los problemas de la sociedad. En su última visita, en mayo de 2003, de imborrable recuerdo por el esfuerzo personal que hubo de hacer dadas sus condiciones de salud, en una despedida con sabor de último testamento, nos urgía a vivir nuestra identidad. Merece la pena recordar el párrafo entero de su homilía en la Plaza de Colón, en la que se refería a ello, con el trasfondo de los cinco santos españoles contemporáneos que acababa de canonizar: «Surgirán nuevos frutos de santidad en España si la familia sabe permanecer unida, como auténtico santuario del amor y de la vida. La fe cristiana y católica constituye la identidad del pueblo español, dije cuando peregriné a Santiago de Compostela en 1982. Conocer y profundizar el pasado de un pueblo es afianzar y enriquecer su propia identidad. ¡No rompáis con vuestras raíces cristianas! Sólo así seréis capaces de aportar al mundo y a Europa la riqueza cultural de vuestra historia».

El Papa nos ha invitado a ser testigos de Jesucristo, luchando contra la fascinación de las ideologías materialistas, que atacan directamente a la dignidad de la persona. El Papa que se forjó en la lucha contra el humanismo ateo contemporáneo, que padeció en su propia carne los terribles años del nacionalsocialismo y el comunismo, en su patria y en toda la Europa arrasada por la guerra, el que conoció en directo la inconcebible tragedia de la Shoah, ha sido entre nosotros un testigo veraz de Dios, un defensor del hombre y de sus derechos nacidos de su condición de hijo de Dios. Este Papa, místico adorador de Dios y maestro de profunda oración, ha sido al mismo tiempo el abanderado del hombre, en su condición histórica, concreta, que es para la Iglesia el camino por el que debe llevar adelante su misión, como dijera en su encíclica programática del pontificado. Por eso, hoy le lloran los hombres agradecidos que han encontrado en él una voz de indiscutible autoridad moral, siempre valiente, que ha sabido fundamentar los derechos inalienables de la persona en su nivel más radical: el de la trascendencia de Dios; y que ha propagado sin desfallecer la cultura de la vida, basada en el respeto incondicional al plan de Dios sobre el matrimonio y la familia, y en el amor solidario a los más débiles y pobres de nuestra sociedad. Por eso le lloran y le aclaman los jóvenes, a quienes ha invitado siempre a la santidad y a una vida de virtudes, en la escuela de María, para ser los constructores de una nueva civilización del amor, la única que puede seducir y comprometer a las nuevas generaciones. Es en la escuela de María donde los jóvenes podrán conocer, contemplar y tratar a Jesucristo en la experiencia de la vida interior. Así responderán generosamente a la vocación de Dios, en el sacerdocio, en la vida consagrada, en el matrimonio y la familia y en el compromiso del seglar cristiano en las tareas de la nueva evangelización. ¡Queridos jóvenes, no olvidéis este legado del Papa! ¡Acogedlo como su último testamento en nuestra patria! ¡Responded con fidelidad a quien tanto os ha amado! Su ¡Adiós! a nosotros y a vosotros se expresó con un: «¡Hasta siempre, España! ¡Hasta siempre, tierra de María!».

Una de las pancartas, durante el funeral en Madrid por Juan Pablo II.

Totus tuus

En su testamento espiritual, Juan Pablo II pone su vida entera en manos de la Virgen, a quien se consagró totalmente con su lema Totus tuus. Como hizo Cristo en la cruz, también él ha querido, al salir de este mundo, dejarnos en manos de María: «En estas mismas manos maternales dejo todo y a todos aquellos con los que me ha unido mi vida y mi vocación. En estas manos dejo sobre todo a la Iglesia, así como a mi nación y a toda la Humanidad». También nosotros queremos colocar en manos de María a nuestro amado Juan Pablo II. Lo hacemos en esta catedral dedicada por él, cuyo recuerdo permanecerá imborrable como signo de su pastoreo universal y de su afán evangelizador. A Ella, Madre de Cristo y de la Iglesia, encomendamos a su hijo el Papa Juan Pablo II y le rogamos con todo el afecto de nuestro corazón:

Madre, Virgen de La Almudena, acoge a quien te consagró toda su vida y su ministerio con amor filial lleno de ternura; preséntalo a tu Hijo, a Quien amó y sirvió con la entrega total de su vida hasta el último aliento; colócalo junto a Él para que, en la compañía de todos los santos, goce para siempre de la luz que iluminó su vida en la tierra y cante eternamente las misericordias del Señor. Y a nosotros danos la alegría de vivir siempre en la fe que él conservó, trasmitió y vivió como el Pastor bueno que tu Hijo quiso concedernos en esta hora magnífica de la Iglesia. Amén.

Oración por el Cónclave

El sábado día 16, a las 21 h., tendrá lugar en la Catedral, una vigilia de Oración, con la celebración de la Eucaristía (culminación al mismo tiempo de la Jornada de Oración por las Vocaciones), para pedir al Señor que conceda a la Iglesia el Sucesor de San Pedro que le agrade a su santidad, nos presida en la unidad y en la caridad y sirva a su pueblo con vigilante dedicación pastoral.

Vigilia de oración de los jóvenes en la catedral de la Almudena

La Delegación de Juventud de la archidiócesis de Madrid ha invitado a todos los jóvenes a participar en unos encuentros de oración en la catedral de la Almudena para rezar por el Papa. Desde del domingo pasado, la catedral de la Almudena acoge, todos los días, la celebración de una Vigilia de oración para los jóvenes. Los encuentros tienen comienzo a las nueves de la noche y se prolongan hasta las once. Con ellos se pretende unir a los jóvenes de Madrid en oración por el Papa Juan Pablo II, bien a través de la Eucaristía, del rezo del Rosario, o de las Vísperas.