Los mocasines del pescador - Alfa y Omega

Los mocasines del pescador

Mercedes Gordon

En la basílica de San Pedro, no lejos del baldaquino de Bernini, antes de las escaleras que bajan a la tumba del primer Papa, reposan los restos mortales de Juan Pablo II, revestido de pontifical púrpura, que es el luto de los Papas, mitra, abrazando junto al corazón el cayado rematado por el Crucifijo que ha llevado consigo a recorrer el mundo. En las manos el rosario entrelazado. Los pies, calzados con los mocasines marrones. El rostro sereno, marcado por las huellas del sufrimiento.

Inspira ternura, no produce miedo, muerto, este Padre santo. La multitud pasa delante suya con niños y bebés en brazos. La atmósfera es de gran piedad y de total sencillez. No hay flores, no hay cánticos, sólo el murmullo del rezo de la gente. Pasan 16.000 personas cada hora, después de hacer colas de tres y más horas y esperar, al sol o a la luna de este abril cálido y luminoso de Roma, a que les llegue su turno.

Cerca, la estatua de san Pedro en bronce, con el pie gastado por el saludo de las multitudes que han pasado por la Basílica desde hace siglos. En las manos, las llaves del Reino.

Diálogo entre Jesús y Juan Pablo II

¿Qué diálogo habrán mantenido el primer Papa, el pescador venido de Galilea, y su doscientos sesenta y cuatro sucesor, venido de lejos, de la Polonia eslava?

Ambos, pescadores de hombres. El Papa que instaló la Iglesia en Roma durante el primer siglo y el que ha conducido la Iglesia al tercer milenio. Ambos, mártires. San Pedro fue crucificado aquí, en esta plaza que lleva su nombre y antes era el Circo de Nerón, y enterrado en una necrópolis al lado del circo. Los cristianos le honraron desde el día de su muerte en este lugar donde se alza la basílica. Juan Pablo el Grande, en esta plaza, sufrió el atentado mortal del que le salvó la Virgen María y ha vivido abrazado a la Cruz imitando a Jesús, que no quiso bajarse de ella. A su muerte, el pueblo cristiano le ha rendido también aquí un homenaje de amor inconmensurable.

El primero llevaba sandalias, el segundo mocasines. Los dos han apacentado las ovejas de Cristo en tiempos difíciles. Los dos han acabado siendo ciudadanos romanos en esta Ciudad eterna, desde la que, si uno evocaba el dulce mar de Tiberíades, en cuyas orillas conoció a Jesús, el otro recordaba los montes Tatra y la catedral de su amada Cracovia, donde fue consagrado obispo.

Los dos han sido apóstoles de Cristo, han sido sus testigos ante el mundo.

Desde su capilla ardiente, Juan Pablo II seguía reclamando a todo el que pasaba ante sus restos mortales aquel primer mensaje: «Abrid las puertas a Cristo».

Todos tenemos que rezar por el Cónclave

La elección del Papa es cosa de todos los católicos. No atañe sólo a los cardenales electores. Nuestro amado Juan Pablo II, el Grande, que cambió tanto el mundo, también renovó las normas de la elección del Pontífice que le sucediera. Los cardenales no viven en la misma Capilla Sixtina, sino en la hospedería del Vaticano, el edificio de Santa Marta, aunque las votaciones sí siguen celebrándose en la Capilla Sixtina y se mantiene el rito de la fumata bianca.

El tiempo de sede vacante, durante el cual la Iglesia está especialmente en manos de Cristo, es un tiempo fuerte. Juan Pablo, el Grande, ha querido subrayar, especialmente en la Universi Dominici gregis, cap. VI, al tiempo que alerta con excomuniones a los cardenales que no voten en conciencia sin dejarse influenciar por agentes exteriores (potencias políticas, ambiciones y pactos), al tiempo, digo, dispone que toda la Iglesia se mantenga unánime y unida insistentemente en oración con el Colegio cardenalicio, para pedir a Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo que sea fructuosa la elección para la salvación de las almas y el bien de todo el pueblo de Dios. O sea, que todos intervenimos en la elección del 265 sucesor de San Pedro, que suscita tantas expectativas.

El ambiente en Roma es de verdadera conmoción por el masivo, popular y universal homenaje a Juan Pablo II que ha sido una gran manifestación de fe y de amor. Tanto, que se piensa que este homenaje impresionante viene a ser como un clamor para su canonización. Muchos, y yo misma, hemos confiado su alma a Dios durante sus últimas horas, pero ahora le rezamos pidiendo su intercesión. Ya es patente esa intercesión: ¡cuántas gracias está derramando en este momento extraordinario llamado por la ingeniosa prensa italiana Jubileo de Juan Pablo el Grande!

El cardenal Etchegaray ha comentado a Radio Vaticana que éste es el momento más importante de su pontificado, que deja ver su grandeza humana y espiritual. Humanamente, los cardenales están preocupados. ¿Quién aceptará llevar la carga que él ha llevado?

El director de la librería Leonina, don Gino, espectador de la historia de la Iglesia desde Pío XII, que conoce a fondo las interioridades del Vaticano, me decía, conmovido ante la riada de gente que, desde el Lungotevere, desfilaba por Vía della Conciliazione, y por los Borgos adyacentes, rezando el Rosario o cantando las letanías, leyendo pasajes del evangelio y frases del Papa: «Es impresionante ver estas manifestaciones de amor al Papa. Es algo extraordinario, nunca visto. Sobre todo, ver a tantos jóvenes. Me han dicho que son el 70 por ciento. Vienen incluso enfermos y minusválidos, a los que tanto amó. Creo que es prueba patente de cómo el Papa conectaba con la gente sencilla, con el pueblo que posee el sensus fidei, con creyentes o no creyentes, mientras tantos eclesiásticos progresistas y seudointelectuales, literatos a la moda, le menospreciaban, criticaban los viajes pastorales, su permanente cercanía al pueblo, sus numerosos escritos… En verdad, que no se enteraban de nada, pobrecillos, mientras durante 26 años y medio Cristo nos había regalado un Papa pobre, santo y evangélico, a quien la Historia ya tiene por un gigante del espíritu».