After Life. La vida definitiva - Alfa y Omega

After Life. La vida definitiva

Isidro Catela
Ricky Gervais en un capítulo de la segunda temporada de ‘After Life’. Foto: Natalie Seery

En el Reino Unido han puesto en marcha un Ministerio de la Soledad. No es broma. El Gobierno se ha tomado en serio una pandemia que está con nosotros desde mucho antes de que llegara el coronavirus. Bien podría haberse inspirado en After Life, una ficción de Netflix que, si bien exagera los rasgos de la realidad, pinta un cuadro tan reconocible como desolador y desesperanzado, con algunas pinceladas de ternura melancólica de las que no alcanzan para levantar del todo la mirada del suelo.

La serie se convirtió en una de las sorpresas del año 2019. Con episodios breves, de apenas media hora de duración, nos metió en casa a un tipo deprimido, dirigido y protagonizado por Ricky Gervais, que coquetea con el suicidio tras el fallecimiento de su mujer y que, al fin, ha decidido sobrevivir aunque sea por cuestiones tan banales como echarle de comer a su perra, o decirle a la cara a la gente, ahora ya sin filtro, lo que de verdad piensa de ella. A su alrededor desfilan una serie de personajes, a cual más excéntrico, que exhiben con dolor (y a veces con humor) su terrible soledad.

Periodista en un surrealista diario local, nuestro protagonista es, en realidad, un ser humano arrumbado, al que le pesa tanto la vida que se pregunta una y otra vez si merece la pena cargar con semejante fardo. La pregunta decisiva es, por lo tanto, la que anida en todo corazón humano; una pregunta por la vida buena y definitiva, que ha de hacer necesariamente esta vida terrenal mucho mejor. Por fortuna, a medida que avanza la serie, el planteamiento nihilista se abre al menos al otro, a un cierto sentido encontrado en el animal social que somos. El sexo, las drogas y el rock and roll que, en ocasiones de forma obscena y con humor grueso, lo envuelven todo, van colocándose poco a poco en los márgenes de una vida que, salvo que quiera destruirse, no puede instalarse en la eterna adolescencia. El materialismo que subyace impide, no obstante, ir a más. Y aquí menos es menos, se queda muy corta. Se torna imposible navegar por tales aguas sin dirigirse a un puerto que le dé al viaje dirección y sentido.

Se acaba de estrenar la segunda temporada. Si se animan, y aprovechando que no está disponible todavía el doblaje en español, véanla en versión original. Quédense con las preguntas y prueben a poner encima de la mesa otras respuestas posibles, las que apunten hacia una vida realmente mejor, definitiva.