Poner nombre a los silencios - Alfa y Omega

Poner nombre a los silencios

Carlos Pérez Laporta
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Al escribir parecía que «todas las penas podían ser soportadas cuando eran situadas en una historia, o cuando contaba una historia sobre ellas». De ello acusaron a Isak Dinesen sus amistades, y no andaban desencaminadas. Lo reconoció ella misma en una entrevista para The New York Times en 1957. Precisamente ese era el motivo por el que no se consideraba una novelista, y ni siquiera una escritora. Ella era solo una narradora que se limitaba a captar la melodía de algunas vidas, como hacía con la suya propia.

Quizá sea esa la única manera de arrostrar el sufrimiento. Lo afirma Hauerwas en la sugerente obra Poner nombre a los silencios, que ha tenido a bien traducirnos ahora Nuevo Inicio. Solo una historia concreta en una comunidad determinada es capaz de absorber el sufrimiento, integrándolo en su propio sentido. El argumento no es en sí psicológico. El problema del sufrimiento es que no es un problema. Los sufrimientos son siempre concretos hasta el extremo, porque si algo hacen es afligir a personas determinadas, con un recorrido y unas relaciones del todo particulares: el sufrimiento, «sencillamente, no es siempre y en todo lugar “un” problema que tiene sentido desde el punto de vista de “cualquiera”».

Esa es su esencia: hacer padecer a alguien. Extraerlo de su contexto es, pues, perderlo de vista por completo. Eso, sin embargo, sería lo que había tratado de hacer la tradición ilustrada: un dios despojado de su comunidad de fieles, de su historia con ellos, caracterizado como el relojero del mundo, debía de dar cuenta de su maquinara fallida. Pasaron por la pluma de los mayores filósofos todos los argumentos teóricos posibles: la libertad humana, la maldad divina, la ventaja de este mundo respecto de los posibles… Ninguna logra acallar los gemidos del sufriente. Tampoco lo consigue una medicina moderna que, tendente a olvidar el cuidado, se centra en su poder de solución del sufrimiento. Pero no ha podido y nunca podrá enmendar por completo los defectos de aquel relojero.

Por ello, este reputado teólogo americano no hará otra cosa en sus escritos que recorrer historias, una tras otra, tratando de atisbar la melodía que logra componerlas. Se acercará particularmente al sufrimiento de los niños con leucemia. Ahí descubrirá que lo verdaderamente angustiante es la falta de historia: en ellos el dolor aparece desencarnado, porque afecta a seres sin apenas pasado, y ahoga su futuro. «Nuestra única esperanza reside en que seamos capaces de situar junto a la historia del sufrimiento sin sentido de una niña como Carol, otra historia de sufrimiento que nos ayude a descubrir que no estamos desamparados». Cuando el sufrimiento de un niño cae en el seno de una comunidad, es la historia común la que permite absorberlo y abrir un camino.

Puede que esté ahí la clave para comprender nuestra hodierna crisis sanitaria. Su rasgo característico ha sido el habernos pillado sin historia. España, sumida en un individualismo atroz, hace tiempo que no sabe de dónde viene y a dónde va. También para los cristianos toda noción de comunidad real resulta abstracta. Y para colmo, además, hemos sido confinados, y los enfermos aislados. Con todo, quizá todo este dolor logre empujarnos a renovar nuestras comunidades, al «descubrir lo largo, lo larguísimo, que es el banco de los dolientes en el que estamos todos sentados, con nuestros brazos encadenados en sincera amistad, todos nosotros, diminutos eslabones en la cadena de la eterna piedad».

Poner nombre a los silencios
Autor:

Stanley Hauerwas

Editorial:

Nuevo Inicio

Año de publicación:

2019

Páginas:

178

Precio:

20 €

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