Los excluidos que dan de comer a los mayores
El sacerdote Emiliano Tapia y las personas vulnerables que viven con él en la casa de acogida de su parroquia en el barrio de Buenos Aires de Salamanca trabajan en un huerto que abastece de alimentos a un catering social
Emiliano Tapia es sacerdote de la Parroquia de Santa María de Nazaret, en el barrio salmantino de Buenos Aires. Es la cara visible y uno de los líderes de un trabajo comunitario en favor de los más vulnerables. Una tarea que se realiza a través de la asociación de vecinos del barrio, Asdecoba, —en la que también está implicada la comunidad cristiana— y que responde a tres necesidades en concreto: la exclusión, la promoción del medio rural y las personas mayores.
Vive en los locales de la parroquia, que hace las veces de casa de acogida, con personas en exclusión. Además, gestiona tres pisos de apoyo, dos financiados por el Ayuntamiento de Salamanca y uno por el obispado, para estos colectivos. En total, más de 25 personas de mediana edad, entre 48 y 50 años, golpeadas por las drogas, las rupturas familiares, la cárcel, la pobreza o la irregularidad y que, según afirma el sacerdote, van a tener muy pocas posibilidades de vivir de una vida de manera autónoma. Emiliano busca, al menos, incorporarlos a una dinámica de vida comunitaria y de trabajo. «Porque tenemos que vivir», añade.
Precisamente, el desarrollo de estas personas pasa por el trabajo en un huerto de ocho hectáreas en zonas rurales de la provincia, donde él también arrima el hombro. Se trata de una iniciativa que nació bajo el amparo de la asociación de vecinos en 2008, en pleno azote de la crisis financiera. Comenzó como una herramienta para satisfacer la alimentación de los residentes en la casa de acogida y ahora nutre en parte a un catering propio, una empresa de economía social, que reparte unas 500 comidas al día a personas mayores en la ciudad y a una asociación que hace lo propio a 52 en pequeños pueblos. Una actividad, la del reparto de menús, que da empleo a 37 personas, algunas de ellas de la casa de Emiliano. Esta actividad ha suscitado, además, una pequeña red de productores y consumidores para comercializar los productos con un precio pactado, así como un centro de transformación que trabaja con el excedente.
Los alimentos que producen son respetuosos tanto con el entorno como con las personas. No utilizan, por ejemplo, productos químicos. «Todo lo hacemos con la responsabilidad de lo que significa el cuidado de la tierra», apunta. Aunque es la cara visible de los proyectos, recuerda que detrás de todo esto «hay un entramado de estructuras, de asociaciones, de colectivos, porque es imposible que una persona lo lleve. Es una tarea de equipo, coordinada entre distintas personas. Las parroquias estamos implicadas, pero no solo».
Emiliano abandona un instante su tarea en el huerto para atender por teléfono a Alfa y Omega. El canto de los pájaros y la inestabilidad de la comunicación nos hablan del medio rural. Allí está, con 17 residentes de la casa de acogida. Unos siembran, otros riegan, algunos plantan. Aun con la crisis sanitaria, no han dejado de ir ni un solo día a trabajar ni tampoco han faltado a la cita con las personas a las que llevan diariamente la comida.
—Nos ha pillado en el tiempo de preparación de la tierra y hemos podido trabajar
—¿Cómo habéis vivido esta situación en la casa, con tantas personas?
—Nos hemos organizado, por ejemplo, con turnos de comida para evitar estar muy juntos y cuidando las normas. Nos han echo las pruebas y hemos dado todos negativo.
Entre patatas, calabacines y tomates, Emiliano recuerda que la clave fundamental que les mueve es la ecología integral que plantea Francisco en su encíclica Laudato si, que «no solo tiene que ver con el cuidado de la tierra, sino también con el de las personas». «Esta ecología integral es clave para los que estamos detrás dando sentido, hondura y contenido a todas estas iniciativas. Y esto es lo que nos ha llevado a las parroquias a participar con otras personas en este esfuerzo por cuidar la vida», concluye.