La Iglesia es una y universal - Alfa y Omega

La Iglesia es una y universal

La principal aportación del Concilio fue La eclesiología de comunión, según destacó el cardenal canadiense Marc Ouellet, Prefecto de la Congregación para los Obispos, en el Congreso Eucarístico Internacional celebrado, en junio, en Dublín. Esta doctrina muestra que no hay oposición entre Iglesia universal e Iglesia particular, sino un primado universal de Cristo, y una fe común, que rechaza que existan compartimentos estancos o regímenes autónomos dentro de la Iglesia. Éste es un fragmento de la intevención:

Redacción
Reunión de obispos durante el Concilio (2º de la derecha, monseñor Morcillo).

Cincuenta años después de la apertura del Concilio ecuménico Vaticano II, la Iglesia comprende aún más la amplitud de ese evento y el alcance de sus textos, que han marcado profundamente su vida y su relación con el mundo, en la transición al tercer milenio.

El Beato Juan XXIII había atribuido al Concilio Vaticano II dos objetivos principales: poner al día la presentación de la doctrina de la Iglesia y promover la unidad de los cristianos, dos objetivos que querían renovar la relación de la Iglesia con el mundo moderno y, de este modo, relanzar su misión universal. Para alcanzar estos objetivos, los Padres conciliares emprendieron una reflexión de fondo sobre la eclesiología, con la esperanza de definir mejor la naturaleza profunda de la Iglesia, su estructura esencial y el sentido de su misión en un mundo en camino de emancipación con respecto a su influencia y su tradición.

La eclesiología de comunión es el fruto de esta reflexión, que ha madurado en el transcurso de la progresiva recepción de los textos conciliares, con notables divergencias según la interpretación teológica o pastoral que privilegiara la reforma en la continuidad, o la ruptura con la Tradición. De este modo, después de haber favorecido la explicación y la recepción del Concilio, se hizo necesario orientar su interpretación, algo que cumplió el Sínodo de los Obispos de 1985, declarando que «la eclesiología de comunión es la idea central y fundamental de los documentos del Concilio».

El Papa Benedicto XVI ha contribuido en gran medida a esta reflexión, teniendo en cuenta su necesidad. En su discurso a la Curia romana, el primer año de su pontificado, el 22 de diciembre de 2005, el Santo Padre dijo: «¿Por qué la recepción del Concilio, en grandes zonas de la Iglesia, se ha realizado hasta ahora de un modo tan difícil? Pues bien, todo depende de la correcta interpretación del Concilio o, como diríamos hoy, de su correcta hermenéutica, de la correcta clave de lectura y aplicación».

Basta recordar la reforma litúrgica, la colegialidad episcopal, la sinodalidad, el ecumenismo, para tocar puntos neurálgicos, bien conocidos de la eclesiología de comunión y de su interpretación […].

El Papa y los obispos

Gran flexibilidad es posible para la disciplina eclesiástica en los ámbitos de la liturgia, del clero, de la sinodalidad, del nombramiento y del gobierno de los obispos, etc., pero la unidad de la enseñanza de la Iglesia en materia de fe y de moral exige una autoridad doctrinal que decida en última instancia, según el papel tradicionalmente reconocido al Sumo Pontífice.

Cardenales moderadores del Vaticano II: Agagianian, Lercaro, Doepfner y Suenens.

Entre la Iglesia universal y la Iglesia particular no se da, por tanto, oposición, sino más bien una recíproca inmanencia, que deriva del primado de Cristo sobre la Iglesia. Por lo tanto, no existe una Iglesia particular que no sea, antes que nada y siempre, Iglesia universal, que acoge a los hijos de Dios que le dona Cristo a través de la fe y de los sacramentos, celebrados en un lugar determinado.

Iglesia universal e Iglesia particular

La Iglesia particular será justamente valorada si es considerada como una porción de la Iglesia universal y no sólo como una parte o región geográfica. Porción significa que la Iglesia universal está presenta en esta porción y fundamenta su comunión con todas las demás porciones que forman una sola Iglesia. Esta presencia de la única Iglesia en cada una implica una relación de comunión entre los obispos, que, para cada uno de ellos, significa una plena autoridad episcopal sobre la porción sobre la que tiene la tarea de apacentar y sobre la cual debe asegurar la comunión con la Iglesia universal.

El Papa carga con la preocupación por todas las Iglesias (véase 2 Cor 11, 28), en cuanto pastor de la Iglesia universal, pero desempeña este servicio como garante de la unidad, es decir, no sustituye a la autoridad del obispo local, sino que la confirma. Tiene la autoridad universal sobre los pastores y sus fieles en cuanto obispo de Roma, que preside el colegio de los obispos, de los que es la cabeza. Su papel consiste en velar por la unidad de toda la Iglesia, atendiendo, en primer lugar, a la comunión de los obispos con él y entre ellos. Por su parte, los obispos no son vicarios del Papa, sino que son también vicarios de Cristo, pero dependen de la cabeza del colegio en todo lo que afecta a la unidad doctrinal y disciplinar de la Iglesia universal.

En resumidas cuentas, la relación entre la Iglesia universal y las Iglesias particulares presupone una eclesiología eucarística edificada previamente sobre una eclesiologia bautismal. Esta relación implica la comunión entre los obispos y con el sucesor de Pedro, comunión respetuosa del primado de Pedro y de la colegialidad de los obispos.

Muchos progresos se han dado desde el Concilio Vaticano II, pero la reflexión debe continuar, a nivel teológico y práctico, para hacer que la comunión eclesial y episcopal sea cada vez más fiel a la vocación sacramental de la Iglesia.