Tiempo de priorizar a las personas - Alfa y Omega

Golpeados por la pandemia, pedimos por los profesionales que siguen haciendo frente al COVID-19 día a día y por el trabajo de los investigadores, para que logren una vacuna pronto. Pero esta petición debe ir acompañada de un cambio de actitud personal: hemos de asumir que somos custodios de los demás. Hemos de ser cuidadosos y respetar las pautas que fijan las autoridades sanitarias para evitar contagios, pero eso no basta. También hemos de ver en los demás a hermanos nuestros y tratarlos con el amor con el que el Padre nos trata.

Para nosotros los creyentes, la unión con Cristo es unión con todos los demás a los que Él se entrega. A este respecto recuerdo aquello que decía san Agustín a los cristianos del norte de África después de celebrar la Eucaristía: «De lo que habéis comido, de lo que os habéis alimentado, es de lo que tenéis que dar». Ahora que poco a poco vamos retomando la Eucaristía con pueblo, uno debe entender con especial fuerza que no puede guardarse a Cristo solamente para sí, sino que debe manifestar que pertenece a Él con obras y así restaurar la justicia, la reconciliación y el perdón.

En estos momentos, cuando la crisis sanitaria ha dado pie también a una crisis económica y social, me atrevo a formularos varias actitudes que deberíamos cultivar:

1-. Fuera egoísmos y competiciones malsanas. Sembremos unidad y esperanza. Entre todos veamos qué es más urgente y sumemos esfuerzos en la misma dirección para reconstruir nuestro mundo y hacer posible que sea mejor. ¿Cómo y desde dónde lo hacemos? ¿Qué claves y orientaciones podemos dar juntos y podemos asumir? Hemos de estar comprometidos en escuchar lo que claman los hombres, sus necesidades; hemos de ser valientes para cuidar la casa común para que todos puedan vivir y mantener la dignidad que tienen como personas. Sembremos esperanza después del desconcierto, del sufrimiento y del dolor que tantos han padecido a causa de la enfermedad y padecen aún al ver su trabajo y su sustento en cuestión. Respondamos a la vulnerabilidad que hemos vivido con firmeza, determinación y solidaridad. No podemos volver a lo de antes, sino que estamos llamados a una conversión para buscar el desarrollo humano integral.

2-. Eliminemos la desigualdad y la mala gestión que hemos realizado en el cuidado de la tierra. Se trata de hacer verdad en nuestra vida el capítulo 25 del Evangelio de san Mateo: «Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, estaba desnudo y me vestisteis, en la cárcel y vinisteis a verme, enfermo y me visitasteis, sin casa y me hospedasteis…». Hemos de comenzar ya, sin reparos, la nueva época de la solidaridad donde se reconozca realmente la igualdad de dignidad de cada ser humano y contribuir todos a ello.

3-. Dejémonos renovar por el amor de Dios. Os invito a contemplar la página del Evangelio que mejor nos ayuda a contemplar y comprender el amor de Dios que hemos de dar a todos, que cambia la existencia del hombre y como consecuencia cambia toda la sociedad. Es cierto que Dios es justicia, pero nunca olvidemos que sobre todo es amor. Ama infinitamente a toda persona, nos ama a cada uno de nosotros, nunca se desanima para acercarnos su amor. Recordemos cómo el Señor quiere que mostremos ese amor en el prójimo con la parábola de buen samaritano. No pasemos de largo ante quien se encuentra tirado: acerquémonos a él, mirémoslo, agachémonos y curémoslo. Hagámonos cargo de él, pongamos los medios para que se recupere totalmente, no lo abandonemos, sigamos su curación hasta que él pueda curar a otros…

4-. Desenmascaremos nuestras falsas seguridades poniéndonos a hablar con el Señor. Orar no es secundario. El Señor nos interpela siempre y en estos momentos, aún más. Tengamos la fuerza y la valentía de hablar con Él. Quiere conversar con nosotros, como nos decía el Papa Francisco en la adoración del 27 de marzo. Él nos escucha y nos reconoce, nos invita a contemplar su Persona en todas las actitudes que descubrimos en el encuentro con los demás, sus modos de hablar, de mirar, de escuchar, de obrar, de acoger a todos sin excepción, de acompañar. Se trata de ver cómo Él tomó la cruz y vivió su entrega con amor. Acojamos a María, nuestra Madre, que nos enseña a vivir mirando a Jesús y sabiendo que Él siempre está dispuesto a ayudarnos: «Haced lo que Él os diga».

El después de la pandemia es ya el hoy. Lo afrontaremos bien si, con la vista puesta en el Señor, damos prioridad a las personas.