Recordar es volver a vivir - Alfa y Omega

Recordar es volver a vivir

Miguel Ángel Velasco

Lo que yo viví. Memorias políticas y reflexiones: así ha querido titular José Manuel Otero Novas –y cada palabra tiene su porqué– el libro que acaba de publicar, en la editorial Prensa Ibérica, en el que, según reconoce, recoge sus andanzas políticas… y muchas cosas más. Son 530 páginas que demuestran que Otero Novas jugó, en la Transición española a la democracia, un papel que, a pesar de haber quedado envuelto en una cierta y no sé hasta qué punto buscada penumbra durante años, fue, sin la menor duda, mucho más importante, y desde luego más decisivo, que el de otros personajes de nuestra reciente historia, tal vez de mayor rebuscado relumbrón.

Otero Novas fue la mano derecha de Adolfo Suárez –no en vano fue definido como «el hombre oculto de la reforma suarista»–. La legalización del partido comunista y el 23-F, la inicial apertura de Fraga y las primeras elecciones generales, la lucha contra los asesinos etarras, la Constitución, las Autonomías y Europa, tuvieron en él no sólo a un testigo de excepción, sino a un protagonista, desde la primera línea de la más exigente y arriesgada vanguardia política. Confiesa que, aunque su profesión le hubiera resultado económicamente más rentable, siente «una mezcla de gusto y deber por la cosa pública», y dice que ha querido «dar a luz estas memorias que mezclan relatos con reflexiones que alguien puede aprovechar»; considera que, hoy, «probablemente, el principal problema de España es la desintegración de la nación», y trabaja activamente a favor de una reforma constitucional que no elimina las Comunidades Autónomas, pero que permite que el poder central del Estado vuelva a ser capaz de gestionar eficazmente los intereses de la nación en su conjunto.

Católico, miembro de la Asociación Católica de Propagandistas, fue uno de los más destacados componentes del famoso grupo Tácito y, sin el menor género de duda, la Iglesia católica española, sobre la que habla con claridad meridiana, especialmente cuando recuerda aquello, tan cierto como certero, de cuerpo a tierra que vienen los nuestros, tiene con él una deuda no pagada y nada fácil de pagar, aunque, seguramente, él diría que hay deudas que no hay por qué cobrarlas. Concluye su libro con una singular y selectiva panoplia de perfiles de personajes de primera magnitud «con los que me relacioné» –son todos los que están, pero no están, ni muchísimo menos, todos los que podrían estar–, y hay nada menos que diez páginas de índice onomástico, con casi un millar de los nombres propios que aparecen citados, por algún motivo, a lo largo del libro… Y, si quieren que les diga toda la verdad, yo al menos me he quedado con las ganas de una especie de balance, de epílogo para españoles de hoy, o algo parecido, porque se me antoja demasiado brusco, por apasionante que pueda ser, acabar con lo del Carrillo de Paracuellos…