Job desolado - Alfa y Omega

«¡Consoladores funestos sois todos vosotros!». Así trata de silenciar el Job bíblico a sus amigos, harto de discursos. El dolor segrega al individuo, lo aísla de los suyos, lo expulsa del mundo. La arbitrariedad estigmatiza. Creen que apagan el dolor al enmarañarlo en sus sistemas, encajando al sufriente en su controlado mundo. Pero la esencia del dolor no se deja atrapar: «¡Oh, si os callarais la boca! Sería eso vuestra sabiduría».

Lo mismo sufre Mendel, el Job de Joseph Roth, con el que Acantilado quiso instruirnos al inicio del confinamiento. Ante su catástrofe, uno tras otro, sus amigos fueron clavando sus teorías en el árbol caído. Pero el dolor es siempre demasiado totalizante y demasiado personal, y se escurre del manoseo exasperante de los teóricos: «¿Por qué me desgarras el corazón? […] Mis heridas aún no han cicatrizado y tú ya las estás abriendo». Ellos se asustan, tratan de encauzarlo, y el se revuelve: «¡No, amigos míos! Estoy solo y quiero estar solo. Todos estos años he amado a Dios y Él me ha odiado. Todos estos años le he temido. Ahora ya no puede hacerme nada».

Él abandonó todas sus costumbres religiosas. Pero, paradójicamente, aquella lejanía le hacía más sensible a Dios: «Le dolía no rezar. Su cólera le dolía. Y la impotencia de aquella cólera. A pesar de que Mendel estaba enojado con Dios, Dios seguía dominando sobre la tierra. El odio podía alcanzarlo tan poco como la devoción». Su rabia era una heterodoxa forma de fe. Hasta que un día, la belleza de la canción de Menuchim —algo muy distinto de un sistema— supo recomponer su desdibujada vida: «¿Cómo es posible que el mundo entero pueda estar grabado en un disco tan pequeño como este? […] por primera vez en mucho tiempo empezó a llorar». La escuchó sin cesar. Era nueva, pero extrañamente familiar; eso reabría su historia: «una canción única que hacía mucho tiempo que no escuchaba».

Quizá lo que nos falte sea esa canción, para no enmascarar el sufrimiento en nuestras crisis. Sobrarían los agoreros que culpan o inculpan a Dios –dejemos ahora la pachamamay Adam Smith–; proyectan pesados engranajes del amor o la justicia, tan perfectos que prescinden de Él (ay, y de nosotros…). Sus ídolos tratan de devolvernos el control de nuestro mundo. Pero el mal es un misterio que no podemos vadear. Dios calla en la novela, y agiganta la pregunta en la Biblia. Y «los malos espíritus son mis amigos», dirá Mendel. Quizá tenga razón Hadjadj, y la última y más terrible tortura de Satán a Job fuese la palabrería de sus amigos.

Job
Autor:

Joseph Roth

Editorial:

Acantilado

Año de publicación:

2011

Páginas:

224

Precio:

16 €

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