No es fácil hacer rodar la silla de ruedas sobre el suelo de tierra de su poblado, pero Laura la empuja con fuerza, empeñada en perfeccionar la técnica. De fondo, una sinfonía de aplausos y sonrisas de los más peques de la aldea pone banda sonora a esta esperanza. Antes de que llegara la silla, todo era muy difícil para Laura. Se ha pasado los primeros siete años de su vida arrastrándose por el suelo, apoyada sobre manos y rodillas, que hoy son puro callo. Nació con discapacidad motora en Mangundze, una pequeña aldea de Mozambique, lo que equivale a una condena de por vida en un país donde sus 27 millones de habitantes son muy pobres. Ser inquilinos de la nada marca para siempre. Cada día, su madre la cargaba en brazos para llevarla al colegio. Cuatro largos kilómetros descalza y por caminos sin asfaltar para poder ofrecer a su hija una mínima formación.
Tras esta foto hay unos protagonistas que no se ven, pero que han convertido una simple silla de ruedas en una epopeya. El responsable de esta instantánea es el sacerdote argentino Juan Gabriel, que está al frente de la misión humanitaria San Benedicto de Mangundze. Un misionero de los que siempre están cuando se llama a su puerta y de los que nunca abandonan a pesar de las pandemias. A muchos kilómetros de distancia y fuera de todos los focos se encontraba Roberta, la madre de Silvina, que tuvo que utilizar silla de ruedas en la última parte de su vida. Apenas unos días después de su marcha al cielo, el Papa Francisco ponía rumbo a Mozambique. Silvina mantenía contacto habitual con Juan Gabriel y sabía que las dos sillas de ruedas de su madre serían recibidas como el mayor de los tesoros. Es periodista y suele acompañar al Papa en sus viajes internacionales. ¿Por qué no meter las dos sillas de ruedas plegadas en el avión papal? La idea era fantástica, pero tras muchas gestiones, y este equipaje extra se convirtió en una empresa imposible. La logística y la seguridad en los viajes papales es exhaustiva y parecía que nadie entendía la urgencia de esta silla. Aprovechando una conversación con el Papa, Silvina le contó lo que ocurría. Al poco recibió una llamada de Francisco: «No te preocupes. Me encargo yo de las sillas. Me las llevo como equipaje personal».
Así, de esta forma tan sencilla, llegó la silla de Laura a Mozambique. Facturada en bodega a nombre de Francisco. Una forma de querer que define este pontificado y que distingue a quienes optan por vivir el Evangelio de forma radical: amar pensando en las personas sin buscar agradecimientos. Esta es una de esas historias que nunca se hubiera llegado a saber, y en la que todos acaban sonriendo. Roberta Martha Esturo, la madre de Sivina, era médico pediatra. Sobra imaginar su alegría al comprobar que su silla está siendo utilizada por una niña de 7 años, como tantas a las que dedicó 42 años de su vida. Satisfacción también para su hija, con el dolor aún tibio por la pérdida, pero ahora diluido en la felicidad de Laura. Y un misionero agradecido, inmortalizando en vídeo este final lleno de luz. La metáfora de una silla de ruedas en el equipaje de un Papa, como ejemplo del cariño lleno de detalles, que apenas ocupa titulares, pero que ha cambiado la vida de una niña de Mozambique.