La Virgen leyendo - Alfa y Omega

La Virgen leyendo

Concha D’Olhaberriague
Foto: María Pazos Carretero.

Recientemente, un óleo perteneciente al Museo del Prado, que se creía obra del pintor madrileño Diego González de la Vega, discípulo de Francisco Rizi, ha sido atribuido a Alonso Cano por el historiador y experto en arte sacro de Madrid José María Quesada. Los pormenores de la investigación pueden leerse en Ars Magazine del pasado 13 de abril. El cuadro, La Virgen leyendo, procedente del antiguo Museo de la Trinidad, se encuentra depositado desde 1898 en la parroquia de San José (antes iglesia del convento de carmelitas descalzos de San Hermenegildo), situada en la calle de Alcalá, justo al comienzo de la Gran Vía.

El granadino Alonso Cano (1601-1667) fue uno de los artistas más completos y notables del Siglo de Oro. Hijo de un maestro de carpintería retablero, practicó la pintura, escultura y arquitectura y destacó por la finura de su dibujo y la manera precisa de plasmar la anatomía. De adolescente se trasladó con su familia a Sevilla y allí aprendió en el taller de Pacheco, donde entabló amistad con Velázquez. Con su buen hacer se ganó el respeto de los colegas, que le otorgaron la presidencia del Gremio de Pintores.

En 1638 se trasladó a Madrid como pintor y ayudante de cámara del conde duque de Olivares. Su estilo se alejó del naturalismo sevillano, al tiempo que asimiló veladuras luminosas de los venecianos del XVI, amén de formas y tonalidades transparentes a lo Van Dyck. Le encargaron retratos imaginarios de reyes medievales para el Alcázar pero, sobre todo, se desempeñó como retablero y pintor religioso. A él se deben el Retablo de san José y el Cristo de la Humildad, de San Ginés, y numerosos cuadros del Prado, como El milagro del pozo, La Virgen con el Niño y María Magdalena en el desierto.

Quesada concluye que La Virgen leyendo es una pintura velazqueña en la apostura y elegancia de la figura de la Virgen, grave y serena, y en el dibujo de corte clasicista. A su vez, las carnaciones de manos y rostro de piel muy blanca, con pincelada rápida de carmín, dan viveza y naturalidad, y contrastan con el claroscuro de la vestimenta: el rosa de la túnica, el azul ultramar del manto y el blanco de la toca. Por último, el óvalo facial y la estilización de las manos de la Virgen evocan, quizá, las Dolorosas del imaginero granadino Pedro de Mena.