La nueva normalidad - Alfa y Omega

La nueva normalidad

Ricardo Ruiz de la Serna
Foto: EFE / Chema Moya.

Algunos la llaman así, pero en realidad para muchos eso es solo otro nombre que resume la suma de las adversidades cotidianas. Millones de seres humanos en todo el planeta viven en lugares donde el aire es irrespirable, las epidemias golpean de tanto en tanto y, en general, la pretendida normalidad es el combate cotidiano.

Esta emergencia nos brinda, pues, una oportunidad para reflexionar sobre tantas cosas que damos por supuestas y que ahora escasean: las muestras físicas de afecto con los que queremos, la cercanía con los otros, la confianza en que salir de casa no tiene por que ser el prólogo de una desgracia.

Ahora es frecuente ver mascarillas. Como toda máscara, desvela en lugar de ocultar. Quien la lleva sabe que una máscara puede revelar otros rostros que la cara esconde. Vivimos rodeados de personas a las que nadie les ve la cara desde hace mucho tiempo porque hace mucho tiempo que nadie los mira. Nadie los saluda. Nadie les presta atención o, como se dice en Argentina, nadie les da bola. A veces, desempeñan oficios nocturnos y poca gente está despierta para mirarlos cuando llegan a casa al rayar el alba. Otras veces, trabajan en medio de una muchedumbre que pasa junto a ellos sin percatarse de su presencia. En ocasiones, simplemente son personas pobres sentados en los bancos o las aceras. A todos ellos los cubren las máscaras de la noche, el anonimato o la indigencia.

Ahora bien, lo que escasea se vuelve valioso. Tal vez las iglesias sin fieles –una iglesia jamás está vacía mientras esté el Santísimo en ella– anticipen una época de iglesias llenas. Ahora sabemos lo que sienten tantos cristianos en el mundo que no pueden ir a Misa diaria ni semanal por falta de sacerdotes. Hoy sabemos que los sacramentos son dones que no deberíamos dar por supuestos.

Cuando se cerró el Santo Sepulcro, me conmovió la imagen de la Anástasis sin gente, pero recordé lo que celebraríamos en Pascua: «No está aquí, ha resucitado». En medio del dolor y el miedo de esta pandemia, cuyas secuelas y efectos sociales estamos lejos de haber visto por completo, la Resurrección nos recuerda que Cristo vive.

Dios dejó impresa su huella en cada uno de nosotros, que estamos hechos «a su imagen y semejanza». Hay algo de su rostro en nuestros rostros. Cristo vive entre nosotros. Entre nosotros padece y se conmueve. Llora junto a los lechos y consuela a los desconsolados. Que Él, que no se bajó de la cruz, nos ayude a sobrellevar la nuestra en este tiempo de distancia y mascarillas.