Larry Darrell, entre la espiritualidad y la religión
Se han cumplido 75 años de la publicación de una de las novelas más populares del siglo XX, El filo de la navaja, de William Somerset Maugham
La historia de Larry Darrell atrae por sus atractivos escenarios: el período de entreguerras, con un París como encrucijada del mundo y con una Costa Azul como refugio de millonarios y artistas. Larry es un joven norteamericano, piloto voluntario en la Primera Guerra Mundial que está muy afectado por la muerte de un compañero que falleció por salvarle la vida. Esta experiencia le llevará a romper su compromiso con Isabel Bradley, una rica heredera de Chicago, y a iniciar una peregrinación por el mundo en espera de que las bibliotecas de filosofía y literatura le den alguna respuesta a la experiencia traumática vivida. Isabel se niega a acompañarle en ese peregrinaje, pues supondría una renuncia a la vida de fiestas y de lujo que siempre ha deseado. Esa vida solo se la dará si se une con un millonario, Gray Maturin, y se casará con él. Mientras tanto, las inquietudes espirituales de Larry le llevan a trabajar en una mina en Bélgica, en una granja en Alemania e incluso a un monasterio benedictino en Francia. Finalmente emprende camino a la India, donde encuentra a un gurú, Shiri Ganesha, que irradia serenidad, bondad y paz. El joven creerá haber encontrado allí la felicidad definitiva y volverá a EE. UU., tras pasar por Francia, con el fin de llevar una vida escondida, como mecánico o taxista, que le mantenga para llevar una vida de «sosiego, caridad, compasión, desprendimiento y coherencia».
A muchos lectores de El filo de la navaja les admira el itinerario espiritual de Larry hacia las filosofías orientales. Dichas filosofías triunfan hoy porque sustituyen el arduo camino del encuentro con un Dios personal por la búsqueda de lo Absoluto, traducida en una paz interior que salvaguarde al individuo de los sinsabores de la vida. Me he acercado muchas veces a la novela en un intento de comprender a Larry, pero finalmente me ha dado cuenta de que tengo que comprender primero a Maugham y sus experiencias vitales. Perdió a sus padres a temprana edad y fue educado por un rígido vicario anglicano desde los 10 años. Tuvo que estudiar, sin demasiado convencimiento, la carrera de Medicina en Londres, y lo abandonó todo por su vocación de escritor. Luego vendría la fama de la mano del teatro, la novela o los guiones cinematográficos. El éxito le sirvió para comprarse una residencia, la Villa Mauresque, en Cap Ferrat, donde se confinaría para escribir; caso que me recuerda al de Vicente Blasco Ibáñez, recluido también en su Fontana Rosa de la no muy lejana Menton. En mi opinión, en su confinamiento ambos autores tuvieron que experimentar heridas irreversibles en su propia alma y en la de sus principales personajes. El escritor británico se protegió, además, con una pose de cinismo.
El hombre religioso que no cree en Dios
Larry tiene muchas de esas heridas. Un monje benedictino, el padre Ensheim, dice de él que es un hombre profundamente religioso que no cree en Dios. Esta afirmación está en concordancia con aquella célebre profecía de André Malraux, que «el siglo XXI será religioso o no será». Pero ciertas espiritualidades, que no religiones, son una expresión del individualismo. En ellas se experimenta satisfacción en hacer el bien y ayudar a otros, aunque no siempre con la suficiente empatía. Quizás el punto débil de estas buenas intenciones es que los necesitados, sobre todo si son enfermos graves o pobres miserables, pueden revolverse contra sus benefactores y que estos huyan horrorizados. La protesta, nacida de la desesperación, revela que existen benefactores que solo se buscan a sí mismos.
Larry confiesa a un amigo que le hubiera gustado vivir en la Edad Media, cuando la fe se sentía sin pensar en ello. Ahora es imposible, porque no le ha sido concedido el don de la fe. El joven se niega a aceptar el consejo de Ensheim de que si uno se comporta como si tuviera fe, la fe le será concedida. Tampoco entiende que un hijo se dirija a su Padre en el padrenuestro para pedirle el pan de cada día. ¿Por qué pedirlo a un Creador omnipotente que sabe de sobra lo que sus hijos necesitan? ¿Por qué alabar a Dios diariamente? ¿Se puede comprar el cielo a base de halagos?
Llego a la conclusión de que Larry, y el propio Maugham, han tenido una educación rígida, apenas cristiana en el nombre. La fe se ha reducido al sentimiento, las obras no importan para salvarse. El pecado no es solo algo personal sino también un efecto de los condicionantes sociales. En consecuencia, la religión es para el individuo. El sentido de pertenencia a una comunidad, o el concepto de Dios como Trinidad, se diluyen. La insatisfacción resultante ya no aguarda a un Salvador, y solo se aspira a un bienestar psíquico, sin mayores compromisos, que se cree haber encontrado en las religiones orientales.