Pastor y Puerta - Alfa y Omega

Pastor y Puerta

IV Domingo de Pascua

Daniel A. Escobar Portillo
‘El Buen Pastor’. Vidriera de la iglesia de Santa Catalina en Nueva York (Estados Unidos). Foto: Lawrence OP

Conocemos múltiples imágenes a través de las que comprendemos cómo es Jesús. Son figuras tomadas del ámbito corriente, que buscan, sobre todo, ayudarnos a palpar la acción del Señor en nuestra vida. Camino, Verdad, Vida, Luz, Piedra angular, Hijo del hombre, Rey o Cordero engloban realidades de todo tipo, permitiéndonos pensar en Jesucristo como alguien que tiene que ver con nuestra vida. En este domingo del Buen Pastor, san Juan se referirá a Jesucristo de dos modos: como Pastor y como Puerta. Tras varios domingos del tiempo pascual, donde el Evangelio se ha focalizado en las narraciones de las apariciones, con la finalidad –entre otras– de mostrar que Jesucristo está vivo en medio de su Iglesia, en esta cuarta semana la liturgia destacará que Jesucristo no solo vive, sino que cuida de su pueblo, que es alguien cercano y familiar.

«El Señor es mi Pastor»

Más allá de la metáfora del pastor y la puerta, san Juan va a mostrarnos ante todo la posibilidad de una relación de máxima profundidad con el Señor. Sabemos que algo que los niños reconocen desde una etapa muy temprana es la voz de su madre. El bebé sabe que una madre proporciona seguridad, ayuda y protección. Al mismo tiempo, no es extraño que el recién nacido reaccione llorando ante quien no conoce, debido a la sorpresa o confusión producida por una novedad en su corta vida.

De modo parecido, el Evangelio de este domingo asume expresiones unidas a la confianza y al acceso a la vida: atender, llamar, seguir, conocer la voz. No hay duda de que las ovejas que no escuchan y siguen al pastor corren el peligro de perecer, quedando a merced de ladrones y bandidos que las pueden confundir y engañar. Para facilitar la comprensión, las parábolas del Señor adoptan esquemas sencillos, a menudo con antagonismos. Por ejemplo, en el texto leemos que la voz del pastor se contrapone a la de los ladrones y bandidos. Sin embargo, en la vida corriente no es sencillo distinguir simplemente entre buenos y malos. Y no es esto lo que trata de enseñarnos Jesucristo. Cuando Jesús está refiriéndose a los ladrones y bandidos, sus oyentes entendían sin dificultad que con ellos se refería a los líderes político-religiosos de Israel. De hecho, el pasaje del Buen Pastor es continuación del relato de la curación del ciego de nacimiento, donde aparece la polémica con los jefes de los judíos, que se niegan a reconocer a Jesús como el Mesías. Así pues, como tantos otros pasajes del Evangelio, la Palabra de Dios que la liturgia nos ofrece para este domingo, más que el consejo de acercarnos a los buenos pastores y huir de los malos, es una clara llamada a centrar nuestra vida en el único verdadero Pastor en quien podemos confiar. No necesitamos ya adivinar de quién fiarnos. Dios, a través de su Palabra (en el doble sentido de Escritura y de Palabra encarnada) nos está revelando quién es el Pastor al que debemos escuchar y seguir. En definitiva, con esta bella imagen se nos indica que la salvación pasa inexorablemente por la mediación de Jesucristo, y que fuera de Él vivimos confundidos. Incluso cuando la vida terrena se desvanece, los funerales cristianos prevén el célebre salmo: «El Señor es mi Pastor, nada me falta» que, naturalmente, este domingo escuchamos.

Jesucristo, Puerta de acceso a la salvación

La fuerza del icono del Buen Pastor no puede llevarnos a olvidar la referencia a Cristo como Puerta. Con sus palabras, el Señor nos indica que Él mismo es esa entrada en la vida divina, en esa salvación y seguridad. Para los cristianos existe una relación estrecha entre Jesucristo como puerta y el sacramento del Bautismo como modo de acceso a Jesucristo y a su comunidad. Precisamente, la primera lectura de este domingo se refiere a la necesidad de convertirnos y bautizarnos. El tiempo pascual es un periodo especialmente bautismal puesto que, junto con la proclamación de la Resurrección del Señor, se narra el crecimiento de la Iglesia, cuerpo de Cristo, a la cual nos incorporamos mediante el Bautismo. De este modo, escuchar y seguir al Señor, en nuestros días se sigue concretando en la atención a la Palabra de Dios y en la incorporación a la vida de Jesucristo a través del Bautismo y del resto de los sacramentos.

Evangelio / Juan 10, 1-10

En aquel tiempo, dijo Jesús: «En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ese es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A este le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños». Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús: «En verdad, en verdad os digo: yo soy la Puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la Puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estragos; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante».