La fiesta tendrá que esperar a Meskel - Alfa y Omega

La fiesta tendrá que esperar a Meskel

La importancia del ayuno (practicado 200 días al año) y la influencia del judaísmo son dos de los rasgos del rito etiópico o ge’ez, gran desconocido en el catolicismo occidental. La Iglesia está poniendo en marcha un ministerio para atender a los fieles que han emigrado a Europa

María Martínez López
En el rito etiópico los ‘debteras’ acompañan la liturgia cantando himnos o con bailes. Marcan el ritmo con los bastones de oración, usados también por los fieles para apoyarse durante las largas oraciones. Foto: Petros Berga

Cuando llega el Domingo de Ramos, los fieles del rito etiópico se engalanan con coronas y anillos de hoja de palma. Comienza así la Semana Santa que, según su calendario, concluyó el domingo pasado con la Pascua. De estos días, la celebración más distinta al Triduo latino es la de Viernes Santo, «larga, hermosa y especial», explica a Alfa y Omega desde Adís Abeba el padre Petros Berga, visitador apostólico para los fieles católicos de rito etiópico en Europa. «Hay tres momentos de oración: a las nueve de la mañana, recordando el juicio ante Pilato; a mediodía, cuando Jesús fue entregado para ser crucificado, y a las tres de la tarde», hora de su muerte. Si de ordinario ya es común que los etíopes se postren en el suelo al rezar, ese día se repiten mucho más las genuflexiones. «Y se come gulban, un plato típico de los funerales».

La Vigilia Pascual, en la medianoche del domingo, no es muy distinta a la latina salvo por la ausencia del rito del fuego. Al terminar, las familias se reúnen para comer el pollo o el cordero que ha matado el hombre de la casa. Se trata de una fiesta social similar a la Navidad, con la que se rompe el ayuno. «Las prácticas ascéticas juegan un papel muy importante en nuestra vida espiritual», explica Berga. «Ayunamos más de 200 días de nuestro calendario. Se considera casi un sacramento. Durante los 55 días de la Cuaresma no comemos ni bebemos nada hasta las tres de la tarde; después, nos abstenemos de carne y de productos de origen animal».

Este año, el Estado de emergencia por la pandemia de COVID-19 ha impedido estas celebraciones en Etiopía. «La gente lo ha echado mucho de menos. Les encantan las fiestas religiosas». Por eso, el sacerdote está convencido de que se volcarán de forma especial en la fiesta de Meskel o de la Santa Cruz, el 28 de septiembre. «Es una de las dos principales fiestas de Etiopía, junto con la Epifanía», comparte. «Ese día es festivo. La noche anterior se quema un árbol hecho de palos, mientras los sacerdotes y los fieles rezan con velas, cantan y tocan los tambores tradicionales a su alrededor».

1.700 años de historia

El rito etiópico o ge’ez lo comparten, con matices, las iglesias etíopes y eritreas católicas y ortodoxas o tewahedo. Toma su nombre de la lengua semítica del antiguo reino de Aksum, en el que todavía se celebra parte de la liturgia. En el caso católico, este equivalente del latín se mezcla con las lenguas modernas. Aunque los cristianos etíopes se consideran herederos del eunuco al que bautizó el apóstol Felipe, su origen más rastreable es la evangelización de san Frumencio, en el siglo IV. «La larga historia de nuestra Iglesia ha sido confirmada por descubrimientos arqueológicos recientes», como el de una iglesia de comienzos de ese siglo en la ciudad aksumita de Beta Samati. La cultura ge’ez se enriqueció después con las aportaciones de los Nueve Santos, en el siglo V, y un siglo después de san Yared, quien dio un fuerte impulso a la poesía y la música litúrgica o zema, la única africana con un sistema de notación.

Así fue naciendo una liturgia mucho más sobria de lo habitual en el resto del África subsahariana. Está emparentada con el rito alejandrino de las iglesias coptas, y a la liturgia de la Palabra y la liturgia eucarística añade diversas oraciones preparatorias, de alabanza a la Trinidad (trisagion), o largos ritos de reconciliación e intercesión. La Misa del domingo dura unas tres horas. «Un elemento característico es la variedad de plegarias eucarísticas o anáforas», añade el sacerdote etíope, pues pueden elegir entre las latinas y variantes de las siriacas y coptas.

Otra fuerte influencia en el rito etiópico es la del judaísmo. Esta religión tuvo en su día muchos creyentes en la zona, que se consideran herederos del rey Salomón y la reina de Saba. «Los etíopes no comen carne de cerdo, y en las iglesias ortodoxas se guarda y venera una réplica del Arca de la Alianza, el tabot», además de practicar la circuncisión y preceptos judíos de pureza ritual. En la Iglesia católica la influencia es menor y rara vez se lee el Antiguo Testamento, pero muchas de sus oraciones incluyen referencias al mismo.

A la unidad por la inculturación

Vinculada históricamente al Patriarcado de Alejandría, que en el Concilio de Calcedonia defendió el monofisismo, la Iglesia etíope lo siguió en la ruptura con Roma. Tras un milenio de separación, en el Renacimiento empezaron a llegar misioneros que intentaron devolver a los etíopes al catolicismo, con escaso resultado. Solo en el siglo XIX el misionero vicenciano san Justino de Jacobis logró un número de conversiones significativo y puso las bases para una Iglesia católica etíope. Su éxito se debió, explica el padre Berga, a que «aprendió la lengua ge’ez, estudió la cultura local e hizo un gran esfuerzo por hacer compatible la interpretación católica de la fe con las tradiciones locales».

Hoy en día, los católicos rondan el 1 % de la población en Etiopía, pero tienen «un papel creativo e influyente» en la educación, la sanidad y el desarrollo. Con los ortodoxos (43,5 %) «compartimos la misma cristología, basada en las enseñanzas de san Cirilo de Alejandría. En el cisma de Calcedonia influyeron las diferencias de lengua, cultura y orientación política, pero ahora se considera que la definición de la doctrina calcedoniana y no calcedoniana varían más en la formulación que en lo esencial». Sin embargo solo en tiempos recientes se han empezado a desarrollar algo iniciativas ecuménicas. El sacerdote lo considera «un imperativo para la conservación del cristianismo frente a la expansión del islam».

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El apóstol y el mártir

A san Frumencio (+383), el apóstol de Etiopía, se le llama Kesate Birhan (revelador de la luz) y Abba Salam (padre de paz). Nacido en Tiro (actual Líbano) a finales del siglo IV, él y su hermano Edesio fueron capturados cuando viajaban con su tío hacia el reino de Aksum, y vendidos como esclavos a su rey. Pronto se ganaron su confianza y llegaron a ocupar cargos relevantes. El monarca los liberó poco antes de morir, y su viuda les encomendó la educación del heredero, el príncipe Ezana. Los hermanos aprovecharon su privilegiada situación para difundir el cristianismo: animaron y ayudaron a los comerciantes cristianos que llegaban a la cosmopolita capital a practicar su fe en público y también predicaron el Evangelio, logrando algunas conversiones. Cuando el príncipe Ezana fue coronado, Edesio volvió a Tiro. Frumencio lo acompañó hasta Alejandría, donde pidió al patriarca Atanasio un obispo y misioneros para Aksum. El patriarca consideró que él sería el obispo más indicado y lo ordenó, en el año 328. A su regreso a Aksum, la conversión del rey Ezana dio un gran impulso a la difusión del cristianismo. A Frumencio se le atribuye también la primera traducción del Nuevo Testamento al ge’ez y el desarrollo y evolución de su alfabeto.

El beato Gabremichael es probablemente el etíope al que los católicos tienen más devoción. Nació en 1788, y en 1807 ingresó en el monasterio ortodoxo de Mertule Mariam. En 1841 fue designado para formar parte de una delegación enviada a El Cairo para pedir el nombramiento de un nuevo metropolita. Durante este viaje conoció a san Justino de Jacobis, por aquel entonces prefecto apostólico de Abisinia. Con él comenzó a profundizar en cuestiones teológicas, hasta que decidió pedir la admisión como católico en 1844. En 1851, el ya obispo italiano le ordenó sacerdote en secreto. Cuando en 1854 el nuevo rey hizo su profesión de fe en términos monofisitas, Gabremichael se negó a aceptarla. Como consecuencia, él y otros compañeros fueron flagelados y encadenados durante casi seis meses. Fue condenado a muerte dos veces, aunque las penas se le conmutaron por seguir al Ejército durante sus expediciones, encadenado. Murió en uno de esos viajes, y fue beatificado como mártir en 1926.

La catedral católica de San Antonio, en la eparquía de Emdeber, es un ejemplo de templo católico etíope de aspecto ortodoxo: con un iconostasio que oculta el altar a los fieles y totalmente cubierto de pinturas murales como estas, que muestran diversos episodios de la Pasión de Cristo (la última cena, el lavatorio de los pies, la traición de Judas, el juicio y la oración en Getsemaní), además del evangelista san Marcos. La pintura etíope, fuertemente influida por el estilo copto y con temática mayoritariamente religiosa, se caracteriza por sus trazos sencillos y vivos colores, con personajes de piel relativamente clara y grandes ojos en forma de almendra.

Petros Berga (Adís Abeba, 1967) sintió la vocación al sacerdocio «mientras estudiaba Filosofía en la Universidad de Utrecht» (Países Bajos). Se formó y ordenó en Haarlem, y siempre estuvo vinculado a las comunidades católicas etíopes del país, a muchas de las cuales ayudó a poner en marcha antes de ser llamado de vuelta a Etiopía. La creación en enero de la figura del visitador apostólico para los fieles etíopes de rito ge’ez en Europa, para la que ha sido elegido, «es un reconocimiento de este importante ministerio», al que se dedican ya varios sacerdotes, y «hace imperativo consolidarlo y expandirlo». Después de haber comenzado su labor en marzo en Alemania (en la imagen), una de sus prioridades es recopilar datos para conocer mejor la realidad de sus fieles, que estima en «varios miles». También tendrá que prestar atención «al acompañamiento y apoyo psicosocial, pues la mayoría son jóvenes refugiados».