Lágrimas que consuelan - Alfa y Omega

Toca visita a una de las salas donde más agradecen la presencia de los sacerdotes, la unidad de quimioterapia ambulatoria. Cuando llego casi al final encuentro a Pedro; es la tercera vez que viene a quimioterapia y está bastante triste. Cuando me acerco se pone a llorar y, la verdad, no es fácil ver a un hombre de nuestros campos extremeños llorar –de pequeños nos decían que no podías llorar hasta que tuvieses las tripas en las manos–.

«¿Qué te causa tanta tristeza, Pedro?», le pregunté al acercarme. «Hace dos meses que me detectaron esto tan malo». Tan malo para Pedro que ni siquiera lo nombra. «¿Por qué me ha tenido que tocar a mí esto? Si yo soy un buen hombre y no le he hecho mal a nadie», asegura, mientras no para de llorar. Su mujer le coge la mano y me dice: «Es que todo nos toca a nosotros últimamente, tenemos muy mala suerte».

Mientras vamos hablando, Pedro va siendo consciente de que, además de miedos y amenazas, en su vida también han sucedido cosas muy buenas. Se considera un hombre luchador y fuerte, y así, hablando, sus lágrimas sanadoras van dando paso a las pequeñas esperanzas. Está empezando a relajarse y a dejar que aquel gotero de la vida que va entrando por sus venas haga su tarea.

Pero de nuevo me mira a los ojos y no se resiste a preguntarme: «¿Por qué Dios me ha mandado a mí esto, si yo nunca he hecho daño a nadie?».

Yo guardo silencio, porque el hospital me ha hecho comprender que Dios no necesita que le defienda y que Pedro, con esta pregunta, no está poniendo en duda su fe ni su amor a Dios. Pongo mi mano en la suya, notando la aspereza y firmeza de los hombres curtidos bajo el sol de Extremadura. Y recuerdo lo que hace unos días me contó una paciente: «El oncólogo me dijo que tenía un ángel, porque a pesar de mi enfermedad, siempre entro sonriendo para recibir el tratamiento».

A Pedro todavía no le ha llegado su ángel; aún le quedan noches en Getsemaní para poder sacar lo mejor de él mismo y poder pasar de sentirse abandonado por Dios a dejarse abandonar en Dios.