Sor Angel, la monja médico: de asistir a migrantes en el Mediterráneo a atender a enfermos de coronavirus en Bérgamo - Alfa y Omega

Sor Angel, la monja médico: de asistir a migrantes en el Mediterráneo a atender a enfermos de coronavirus en Bérgamo

Pasa más de doce horas visitando a cientos de pacientes con coronavirus o sospechosos de tenerlo

EFE
Foto: EFE

Sor Angel Bipendu, una religiosa de la República Democrática del Congo, estudió medicina para poder ayudar aún más y después de pasar tres años en buques de la Guardia Costera italiana asistiendo a los migrantes ahora visita a los enfermos del coronavirus en el infierno de Bérgamo.

Esta monja de 47 años de las Discípulas del Redentor llegó hace 16 a Italia y en Palermo inició sus estudios de medicina «porque Dios lo quería» y porque sentía que podía «ser más útil así» y quizá volver un día a su África, donde siempre hace falta la mano de un doctor.

Como doctora forma parte de los voluntarios del Cuerpo de emergencias de la Orden de Malta (CISOM) y, a pesar de que le aterroriza el agua, no dudó en embarcarse durante tres años en los barcos de la Guardia Costera italiana para ocuparse de los migrantes rescatados.

Nunca se hubiera imaginado tras las terribles vivencias en el Mediterráneo que algo como lo que estamos viviendo podría pasar.

«No soy yo quien sigue las emergencias, son las emergencias que me persiguen a mí», dice amargamente Sor Angel durante una pausa de su trabajo, en el que pasa más de doce horas visitando a los cientos de pacientes con coronavirus o que sospechan que están enfermos.

«No tengo miedo», responde tajantemente cuando se le pregunta si teme el contagio después de estar todo el día con enfermos y después de que el virus haya causado numerosas víctimas entre los médicos y sanitarios de Bérgamo, en la región de Lombardía. Explica que al principio lo que tuvo miedo es de «contagiar a los demás».

«Yo trabajaba en la localidad de Villa D’Alme (en la provincia de Bérgamo) como médico de guardia nocturna y allí me tocó la emergencia, pero no tenia miedo por mí, tenía miedo porque yo era la única que salía de mi comunidad y temía que podía infectar a las demás hermanas», afirma.

Por ello, cuenta, que pidió permiso a la superiora para poder «aislarse» y no ser motivo de contagio y «poder estar más tranquila, más en contacto con los enfermos y ayudando».

Zogno, una de las localidades más afectadas

Ahora esta religiosa trabaja en la localidad de Zogno, de unos 9.000 habitantes, una de las más afectadas de toda la provincia de Bérgamo, si se cuenta que se han producido cerca de 90 fallecidos en el terrible mes de marzo.

«En las dos primeras semanas de la emergencia, la situación era muy difícil tanto para la gente como para los médicos. Las personas por miedo, por desconocimiento de lo que tenían, se quedaban en casa sin ayuda. Además muchos de sus médicos tuvieron que guardar cuarentena, o se enfermaron o incluso murieron. Se encontraron perdidos y solos», cuenta sobre la situación en Bérgamo.

Ahora como médico de las Unidades Especiales de Continuidad Asistencial (USCA), «vamos a los domicilios a cuidar a las personas enfermas de coronavirus, o que se sospecha que tienen síntomas y aún no han realizado las pruebas, o aquellas a las que es necesario activar una unidad especial para acompañarlos en el hospital porque necesitan ser ingresadas». «La situación es más tranquila que hace dos semanas, pero siguen siendo muchísimos los contagiados que necesitan ayuda», explica.

«En el convento soy monja; en el ambulatorio, médico»

Bajo el mono protector no puede llevar su hábito, pero siempre que entra en una casa se presenta: «Además de ser médico, soy una monja». «A veces es algo que sorprende. La gente no se lo cree. Cuando estaba en las guardias nocturnas y veían a una monja siempre me preguntaban dónde estaba el médico», explica, y cuenta «que alguno le dijo que las monjas tendrían que estar en el convento a esas horas de la noche».

«Pero yo no hago nada malo. Yo cuando estoy en comunidad soy monja y hago lo que se me requiere, pero cuando estoy en el ambulatorio hago lo que el Estado me pide», subraya con orgullo. Para muchos pacientes y sobre todo para muchas familias que han perdido a sus seres queridos, tener a una religiosa cercana en estos momentos consuela.

«Son muchos los pacientes que han muerto sin sacramentos, eran católicos y eran personas ancianas que iban a misa, a quienes les hubiera gustado tener la extremaunción, pero no se ha podido. Siempre que he tenido que ir a certificar una muerte, pido también si les gustaría que rezásemos un momento. Nunca lo han rechazado», asegura. Pero, «soy yo la que he rezado siempre por todos los pacientes», añade.

Ahora explica que le gustaría especializarse en cardiología o cirugía para ser más útil cuando, cada vez que tiene vacaciones, vuelve al Congo a dar una mano, aunque, asevera, «allí de lo que se mueren es de hambre».

Cristina Cabrejas / Efe