Vivir en la Iglesia nos da la fe - Alfa y Omega

Vivir en la Iglesia nos da la fe

II Domingo de Pascua

Daniel A. Escobar Portillo
‘La incredulidad de santo Tomás’. Coro de la catedral de Notre Dame de París (Francia). Foto: Lawrence OP

Durante los 50 días del tiempo pascual, nuestras celebraciones son una prolongación del Domingo de Pascua. En realidad, todos los domingos del año parten del domingo más señalado del año. Y, en último término, toda celebración cristiana tiene como origen ese primer día. Pero, además, san Juan se va a referir a este domingo como al octavo día. ¿Qué significado tiene este octavo día y por qué se repite la misma escena, la primera vez sin Tomás y la segunda con el apóstol presente? Más allá del profundo cambio en la fe de Tomás, pasando de la completa incredulidad a la confesión de fe más honda que encontramos en el Evangelio, el autor del texto ha buscado poner en paralelo el primer día y el octavo, con la finalidad de subrayar varios aspectos. En primer lugar, desde antiguo la tradición cristiana ha entendido que nosotros, como comunidad cristiana, nos hallamos entre el primer y el octavo día, tal y como aparece en el siguiente fragmento de la plegaria eucarística del domingo: «Hoy, tu familia […] celebra el memorial del Señor resucitado, mientras espera el domingo sin ocaso en el que la humanidad entrará en tu descanso». En segundo lugar, san Juan pretende mostrarnos que, desde el principio, existe un ritmo de convocatoria de la comunidad cristiana cada ocho días. De hecho, tenemos constancia de que la Iglesia comenzó a reunirse cada ocho días desde el período apostólico, incluso antes de extenderse entre los cristianos la celebración litúrgica anual de la Pascua, tal y como la celebramos nosotros.

El poder transformador de la fe pascual

El Evangelio de este domingo tiene como tema principal la fe, retomando de algún modo las confesiones de fe con las que culminaban los tres encuentros que leíamos durante la Cuaresma: Jesucristo como dador de agua (samaritana), luz (ciego de nacimiento y vida verdaderas (resurrección de Lázaro). Ahora ya no estamos simplemente anunciando lo que sucederá. Tras resucitar, Jesucristo ya no realiza signos que anticipan lo que ocurrirá, sino que con su propia Pascua ha sido llevada a cabo de modo definitivo la salvación. El pasaje insiste en que la fe se nos sigue comunicando a través de la vida de la Iglesia. Durante el tiempo pascual hay un modo peculiar por el que la Iglesia siempre ha transmitido la fe: el sacramento del Bautismo. Pocos términos son tan característicos de las oraciones de estos días como el de renacer. Volviendo de nuevo a los temas típicamente cuaresmales de este año, observamos con nitidez que a través del agua se nos daba la luz y la vida. Ahora se puntualiza que el renacer no es algo que sucede al hombre únicamente de modo individual. Por ello, la recepción del Bautismo y del resto de los sacramentos, surgidos de la Pascua, no puede ser comprendida como un acto individual de culto y de santificación del hombre. La aparición del Señor, tanto el primero como el octavo día, tiene lugar cuando estaban los discípulos reunidos en una casa.

La presencia del Señor en medio de ellos tiene varias consecuencias: la paz, la alegría, la valentía. En efecto, la transformación producida en el seno de la comunidad provoca un renacer, de tal modo que la vida de los discípulos no volverá a ser la misma desde el momento en que han visto al Señor resucitado. Por otro lado, la ausencia de Tomás de la primera manifestación del Señor permite comprender que si no se está en la comunidad, no se recibe la fe. No es posible tener un acercamiento verdadero a Jesucristo sin estar unido a Él por los sacramentos, y estos vividos en el seno de la comunidad, conforme la Iglesia dispone en cada momento, como administradora de los mismos. Así lo manifiesta el Evangelio al referirse al poder de perdonar o retener pecados.

La fuerza del Espíritu Santo

No debemos pasar por alto que el primer día no es solamente el de la Resurrección, sino también el de la venida del Espíritu Santo. Aunque el calendario litúrgico sigue la cronología de Lucas, que sitúa el don del Espíritu a los 50 días, san Juan afirma que en ese primer domingo el Señor sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo». Así pues, no puede separarse tampoco la Resurrección del envío del Espíritu Santo.

Evangelio / Juan 20, 19-31

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos». Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».

A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!».

Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto».

Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.