Resistencia sin violencia - Alfa y Omega

Resistencia sin violencia

Maica Rivera

Austral Esenciales nos deja esta obra maestra de ficción corta que Herman Melville, padre de Moby Dick, incluyó en sus Cuentos de piazza (1856). Da voz a un soberbio abogado con oficina en Wall Street que decide ampliar su pequeño negocio con la incorporación de Bartleby, un personaje muy peculiar que romperá el equilibrio de su vida acomodada. Colocará al pálido y silencioso joven en un rincón cerca de su puesto, junto a una ventana casi cegada, y semiaislado por un biombo estratégico, para alejarle de su vista pero mantenerle al alcance de sus órdenes verbales. Sin embargo, todo será infructuoso en este último punto: a cada déspota petición que solicitará al oficinista, fuera de las competencias establecidas entre ambos, este contestará con un irrevocable «preferiría no hacerlo». Y así se mantendrá el nuevo empleado día tras día, estoico con la tirana autoridad, suscitando tensiones crecientes en la oficina donde pasarán del estupor a la indignación y casi a la violencia física a causa de la crispación que a todos suscita su insubordinación. Por supuesto, la mayor desesperación será la del mezquino jefe, total incompetente para gestionar el conflicto, mientras que Bartleby se irá creciendo visiblemente en excentricidad, inclinado a la frecuente ensoñación frente al muro de la ventana. Finalmente, alegando cierta ceguera, el escribiente acabará negándose incluso a seguir escribiendo. Sin embargo, no querrá abandonar su escritorio, convertido en el hogar que no tiene. La incomprensión de la sociedad unida a la incapacidad o el voluntario rechazo del pobre oficinista a expresarse y relacionarse le conducirán a la cárcel, donde decidirá extinguir definitivamente su mínima comunicación con los demás para dejarse morir, acaso había muerto antes sin nadie darnos cuenta. Se producirá así el único corte que el autor contempla posible para romper la espiral, el sacrificio del inocente en el cénit de la enigmática alegoría que pasará a sugerirnos interpretaciones menos pesimistas tras habernos recordado el existencialismo de Kafka y planteársenos como precursora del absurdo de Beckett. Nótese la tormenta de sentimientos que este tránsito interior nos suscita. Bartleby desconcierta, y pronto conmueve, nos obliga a reflexionar sobre las razones por las que desarma a todos su mansa disidencia y a repensar qué profunda denuncia social esconde su pertinaz don de la asertividad.

Lo más fácil de ver es la crítica al capitalismo deshumanizador y la alienación de la persona. El narrador, caricatura de la filosofía utilitarista, peca, sobre todo, de hipócrita, disfrazando de caridad, compasión y amor fraternal su cobardía para afrontar la situación. No obstante, y a pesar de que ya será demasiado tarde para recuperar al escribiente, al final de la historia el abogado ofrecerá instintivamente a Bartleby su casa para acogerle. Es decir, una luz posible se estará ya abriendo paso en el espejismo nihilista y la muerte del inocente no será en vano; asistimos al milagro de la redención del narrador en el inesperado gesto que apunta al esperado cambio de conciencia.

Bartleby, el escribiente
Autor:

Herman Melville

Editorial:

Austral