Vía crucis 2020: Jesús camina a nuestro lado en tiempo de COVID-19 - Alfa y Omega

Vía crucis 2020: Jesús camina a nuestro lado en tiempo de COVID-19

Colaborador

Por Gerardo Dueñas, subdelegado de Pastoral de la Salud de Madrid y Javier Sánchez, capellán del hospital temporal de IFEMA

Camino de la cruz… Caminar nos suena extraño en esta Semana Santa de 2020, vivida en una cuarentena global. Hoy queremos ponernos en camino, sin salir a la calle, en el interior de nuestra casa, pero pisando sobre las huellas del Maestro, que subió a Jerusalén, la Ciudad Santa, a entregar la vida.

Hoy somos invitados a descubrir que Él camina a nuestro lado, que lo hace siempre para recordarnos que no estamos solos. De modo especial, hoy camina junto a cada uno en este tiempo de pandemia de COVID-19. Camina junto a quien enferma, quien cuida, quien muere, quien llora, quien sufre, quien padece… junto a todos. En este particular vía crucis que cada uno está haciendo subimos al Gólgota con la certeza profunda de que, a pocos metros de ahí, en un sepulcro nuevo y en un tiempo que se acerca, será Pascua.

Oración inicial

Señor Jesús, hoy quiero que des sentido a mi vía crucis personal, viviendo tu camino a la cruz, porque en tu vida encarnada y entregada encuentro la luz que ilumina la oscuridad de mis pasos.

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I estación: Jesús en el huerto de los Olivos

Entonces fue Jesús con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y dijo a los discípulos: «Sentaos aquí mientras voy allá a orar». Y llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a sentir tristeza y angustia. Entonces les dijo: «Quedaos aquí y velad conmigo» […], y oraba diciendo: «Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres Tú».

(Mt 26, 36-39)

«Quedaos aquí y velad conmigo». Somos invitados a quedarnos aquí, en casa, como decisión moral, como responsabilidad personal y como signo de solidaridad y fraternidad. Debemos quedarnos, pero abiertos a la humanidad que padece e invitados a orar y a velar, a gritar al Padre lo que no entendemos, confiando en su voluntad. Jesús, cuando se acercaba el momento de la traición, de dar la vida, va a Getsemaní para encontrar fuerza y sentido apoyándose en el Padre.

«Que pase de mí este cáliz, pero no se haga como yo quiero, sino como quieres Tú». Dios siente tristeza y angustia, Dios no comprende, Dios experimenta la soledad de los suyos, que duermen. Ha anunciado la Buena Noticia, ha curado, ha escuchado y consolado, ha devuelto la dignidad… y ahora está solo. Dios se ha hecho humano, como tú y como yo, encarnado, para dar sentido a nuestras angustias, miedos e incapacidad de comprender, y nos enseña a confiar: «Que pase de mí esta pandemia, que pase de mí el sufrimiento, la enfermedad y la muerte…, pero que se haga como Tú quieres, porque tu voluntad es mi plenitud, vivida en la realidad de nuestra historia, entremezclada con la vulnerabilidad y el dolor».

El mal, cuando se hace presente en nuestra vida, como ahora lo padecemos todos a nivel global, nos interpela e interroga: «¿Por qué, Señor?». A Jesús también le sucede y, en Getsemaní, postrado rostro en tierra, nos recuerda que el vía crucis comienza confiando en nuestro Padre Dios: «Hágase tu voluntad».

Padre mío, Padre nuestro, si es posible, que pase cuanto antes la enfermedad, la muerte y el dolor, pero que sea tu voluntad. Padre mío, Padre nuestro, si esta pandemia no puede pasar sin que yo la padezca, hágase tu voluntad.

Protégeme, Dios mío, de Ricardo Cantalapiedra

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II estación: Jesús, traicionado por Judas, es arrestado

Todavía estaba hablando cuando apareció Judas, uno de los Doce, acompañado de un tropel de gente, con espadas y palos […]. Después se acercó a Jesús y le dijo: «¡Salve, Maestro!». Y lo besó. Pero Jesús le contestó: «Amigo, ¿a qué vienes?». Entonces se acercaron a Jesús, le echaron mano y lo prendieron. […] En aquel momento todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.

(Mt 26, 47-50. 56b)

Amigo. Beso. Lo prendieron. Hoy estamos valorando más que nunca los abrazos, los besos, el poder tocar y estrechar a nuestros seres queridos. Lo valoramos más porque no lo podemos hacer. ¡Cuántos pacientes hay ingresados en los hospitales que hace semanas que no tienen contacto piel con piel, solo a través de los guantes! Tocar es signo de presencia, es gesto de ternura, de cariño, de amor.

Y, sin embargo, a Jesús lo traicionó con un beso uno de los Doce, porque en el fondo no supo asumir que era discípulo del Maestro. Todos hemos tenido en nuestra vida la experiencia de sentirnos traicionados, vendidos de algún modo, por aquel a quien habíamos abierto nuestra vida y nuestra vulnerabilidad, por ese proyecto que no salió, por esa persona que cambió de intereses. Hemos de reconocer con humildad y lágrimas que, a veces, todos somos pequeños judas para los nuestros: en nuestras faltas de ternura, en nuestras infidelidades de corazón, en nuestras palabras dichas de más o de menos…

«Lo abandonaron y huyeron». La soledad. Esa pandemia tan dolorosa que hoy padecen de forma especial tantos mayores. A ellos, y a todos, Jesús nos dice: «No estáis solos». A pesar de las traiciones, a pesar de no tener a nadie al lado, «no estáis solos». Porque Él, que vivió la soledad, nunca abandona ni huye, sino que se acerca a todos, y de modo especial a quien sufre.

Señor Jesús, Tú que sufriste por la traición de un amigo, Tú que padeciste la soledad, llena mi vida de Ti y ayúdame a ser presencia tuya entre mis hermanos.

Hombre de barro, de Ricardo Cantalapiedra

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III estación: Jesús es condenado por el Sanedrín

Los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno buscaban un testimonio contra Jesús, para condenarlo a muerte; y no lo encontraban. El sumo sacerdote, levantándose y poniéndose en el centro, preguntó a Jesús: «¿No tienes nada que responder? ¿Qué son esos cargos que presentan contra ti?». Pero Él callaba, sin dar respuesta. De nuevo le preguntó el sumo sacerdote: «¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Bendito?». Jesús contestó: «Yo soy». El sumo sacerdote, rasgándose las vestiduras, dice: «¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Habéis oído la blasfemia. ¿Qué os parece?». Y todos lo declararon reo de muerte.

(Mc 14, 55. 60-64)

Tenemos presentes en esta estación a todos los condenados a muerte de nuestro mundo. Los condenados por la enfermedad, por la pandemia, por la insolidaridad de los demás. A los que reciben la condena de la enfermedad sobre la condena de la pobreza, la persecución, la violencia, el acoso…

En este momento, somos invitados a re-cordar (a volver a pasar por el corazón) y poner ante el Padre a los que viven un verdadero infierno cotidiano en sus propios hogares, donde hoy tienen que permanecer, sin poder evadirse.

También a los acosados en su día a día por la violencia cercana, por sus compañeros, por la incomprensión de todos. Cómo olvidar a tantos que sufren doblemente esta situación, dolorosa para todos, más para los que añaden herida sobre herida.

Señor, callabas ante las acusaciones injustas de quien te quería condenar a muerte antes ni tan siquiera de escucharte. Callabas, pero sabías la verdad, tu auténtica identidad. Hoy te pedimos por quienes son obligados a callar, con condenas injustas y cercanamente dolorosas. Te pedimos por quienes, por miedo, no pueden abrir la boca. Y queremos también que nos des la audacia creativa del Espíritu para no callar, como Iglesia, ante la injusticia, clamando y trabajando por la dignidad de todo ser humano.

Profeta salvadoreño, de Grupo Horizontes

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IV estación: Jesús es negado por Pedro

Pedro lo negó diciendo: «Ni sé ni entiendo lo que dices». […] Él de nuevo lo negaba. […] Él se puso a echar maldiciones y a jurar: «No conozco a ese hombre del que habláis». Y enseguida, por segunda vez, cantó el gallo.

(Mc 14, 68. 70-72)

No. No. No. Demasiados noes tantas veces, tanto negar a otros y tanto negarle a Él. No puedes, no eres capaz, no vales… y se van clavando en el corazón y en la vida.

No queremos meternos en líos, no queremos problemas, no queremos complicaciones… y nos da igual el sufrimiento o la enfermedad del otro.

No es mi obligación, no podemos darte lo que pides, no vuelvas… y nos resbala el dolor del pobre.

No es mi ser querido, no se cuidaba, no vivió como debía… y nos ponemos una coraza ante el duelo, la soledad, la adicción del otro.

No eres digno, no tienes derecho, no te lo has ganado… y nos vestimos de la dignidad del juez inmisericorde que se cree justo hasta el final.

No tiene solución, no se puede con esta persona, no le puede querer nadie… y nos olvidamos de que para Dios nada hay imposible, porque su amor es incondicional.

Pero Jesús no tiene miedo a nuestros noes, y nos mira como miró a Pedro aquella noche, recordándonos que Él ha venido a decir sí, y que ni siquiera el no de la muerte tiene la última palabra, sino el sí de la Resurrección.

Jesús, me miras con ternura y misericordia, cuando niego y te niego. Cuando te niego negando la dignidad, el respeto, el amor a quien lo necesita; cuando te niego al no descubrirte en el enfermo, en el doliente, en quien entrega su vida, en el pobre, en el último, en el que es invisible.

Mírame como miraste a Pedro, sin condenas ni miedos, sino con la certeza de amar incondicionalmente, para cambiar el corazón.

Jesús, enséñame a decir con mi vida sí a la vida, sí a la compasión, sí a la entrega.

El Señor es mi luz, del directorio franciscano

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V estación: Jesús es juzgado por Pilato

Pilato les dijo: «Pues, ¿qué mal ha hecho?». Ellos gritaron más fuerte: «¡Crucifícalo!». Y Pilato, queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.

(Mc 14, 14-15)

Queremos caminar un trecho del recorrido con algunos que son invisibles a nuestro mundo, pero que están sufriendo doblemente hoy, en esta cuarentena global. Son las personas que padecen problemas de salud mental. A la situación general se une el estigma que les hace no existir en el mundo o, peor aún, dar miedo. A Jesús también quisieron esconderlo, lo juzgaron «fuera de sí» (Mc 3, 21), porque no se adaptaba a la normalidad de su mundo.

Hoy, a nuestro lado, son multitud las personas que sufren en su psique, las que padecen algún problema de salud mental de todo tipo: desde la depresión hasta la esquizofrenia, desde la adicción hasta los problemas de alimentación, desde el trastorno de personalidad hasta la bipolaridad… Nos preguntamos si descubrimos en ellos a Cristo sufriente, que fue juzgado por quien tenía el poder solo porque se lo había dado uno más poderoso. Resuena en nuestro adentro: «Lo que hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40).

Padre bueno, te presentamos a todos los que sufren como consecuencia de problemas de salud mental. Nos cuesta descubrir su rostro, comprender su lenguaje, entrar en su mundo, reconocer su dignidad, compartir su soledad, y encontrar a tu Hijo en ellos.

Por eso te pedimos, Padre, que nos ayudes con la luz de tu Palabra y con la fuerza sanante de tu Espíritu. Haz, Señor, que nuestras comunidades sean para ellos y para sus familias un hogar cercano y acogedor, donde encuentren alivio en sus angustias, compañía en su soledad, una dignidad restaurada, y disfruten de luz y esperanza en el camino de su vida.

El pueblo gime de dolor

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VI estación: Jesús es flagelado y coronado de espinas

[Los soldados] Lo visten de púrpura, le ponen una corona de espinas, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo. «¡Salve, Rey de los judíos!». Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante Él.

(Mc 15, 17-19)

Vienen a nuestra oración los que son coronados y flagelados por el virus y por toda enfermedad y, además, no tienen los recursos para ser tratados, el bálsamo de la vía intravenosa o de la máscara de oxígeno y el respirador, el cuidado de los profesionales sanitarios y o el lugar donde reposar y dejarse cuidar.

Si a la pandemia se le junta la pobreza o la miseria, no podemos ignorar el resultado. Queremos pedir por los flagelados por el hambre, la sed, la falta de hogar y de condiciones dignas para beber. Traemos al camino de la cruz a los lejanos en los países empobrecidos, pero también a los pobres de al lado, que hoy lo están pasando peor que nunca en este cuarto mundo. Junto a ellos sigue permaneciendo, infectado y hambriento, Cristo. Porque «tuve hambre y me disteis de comer; estuve enfermo y me visitasteis» (cf. Mt 25, 35-36).

En otros lugares, a la pandemia se le une la persecución a causa de la fe. Traemos a los cristianos perseguidos, encarcelados, marginados, condenados a muerte, en este siglo XXI que va camino de ser el nuevo siglo de los mártires. Porque «bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa» (Mt 5, 11).

María, Madre de la ternura, Virgen de la alegría en Caná, Auxilio de los cristianos, con el Papa Francisco nos dirigimos a ti: «Ayúdanos, Madre del Divino Amor, a conformarnos a la voluntad del Padre y hacer lo que nos diga Jesús, que ha tomado sobre sí nuestros sufrimientos y ha cargado con nuestros dolores para llevarnos, a través de la cruz, a la alegría de la Resurrección. Bajo tu protección nos acogemos, santa Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos siempre de todo peligro, oh, Virgen gloriosa y bendita».

Nada te turbe, de Taizé

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VII estación: Jesús es cargado con la cruz

Y lo sacaron para crucificarlo.

(Mc 15, 20)

En este camino en el que acompañamos a Jesús –aunque, en verdad, es Él quien nos acompaña a nosotros–, aparece la cruz. Tantas veces no queremos ver la cruz, vivimos de espaldas a ella, como si no existieran ni la enfermedad, ni el dolor, ni la muerte… pero aparece, aparece una y otra vez. Y, en esta ocasión, aparece grande y mundial, en pleno siglo XXI, el siglo de la técnica y la tecnología, para descolocar nuestra vida.

Una cruz que sale, que no queremos, porque es pesada y lugar de muerte. Trabajamos entregando la vida para eliminarla de la humanidad pero, a pesar de ello, sigue presente. Hoy le ponemos el nombre de coronavirus, pero ayer era cáncer, otro día será ruptura, accidente, infarto, soledad…

¿Y Dios? Ante la cruz, Dios, en Jesús, está debajo, cargándola, sosteniéndola, llevándola para dar sentido y para recordar que sí, que es pesada, pero que también es camino de Resurrección. En palabras de la monja mística y renovadora, la doctora de Ávila, «en la cruz está la vida y el consuelo, y ella sola es el camino para el cielo».

La respuesta en esta vida al problema del mal, de la enfermedad, del sufrimiento y la muerte, es Jesús en la cruz. Jesús no da una respuesta teórica al mal, sino que lo padece y asume. En su cruz da sentido a nuestras cruces, a nuestro sufrimiento.

Hoy queremos pedir también por todos los que hacen de su vocación su profesión y luchan por quitar las cruces y, cuando no se puede, luchan por sostenerlas y darles sentido. Pedimos por auxiliares, enfermeros, celadores, médicos, policías, militares, transportistas, cajeros, religiosos, voluntarios de Pastoral de la Salud, capellanes de hospital y por cuantos aplaudimos cada tarde, al anochecer.

Cargas con la cruz, Señor Jesús, y callas. Ahora queremos contemplarte en silencio, en tu cruz, para que nuestra vida sea un lugar donde Tú puedas salvar.

Anda con el que sufre, de Kairoi

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VIII estación: Jesús es ayudado por el cirineo a llevar la cruz

Pasaba uno que volvía del campo, Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo; y lo obligan a llevar la cruz.

(Mc 15, 21)

En estos días estamos viendo a Jesús crucificado en tantos enfermos que cargan con la cruz de su dolor y no pueden con ella. Son muchas las familias que siguen soportando esa cruz, y a veces sin saber a dónde lleva. Los vemos en la calle, en los hospitales, en la puerta de enfrente de casa… y sentimos que en ellos el Crucificado se nos manifiesta, se nos hace presente, nos mira con cariño y nos pide ayuda.

Nos dice que cuenta con nuestro esfuerzo, con nuestro compromiso con cada uno de ellos. Como creyentes, en estos días de dolor no podemos mirar para otro lado. En palabras de san Óscar Romero, el santo de América, no podemos «consistir la religión en cosas teóricas […], la religión no consiste en conservarse limpio». Tenemos que mancharnos con el dolor de nuestros hermanos que sufren. Nosotros, creyentes, somos los pies y las manos de los crucificados por la enfermedad, en estos días y siempre.

Señor, en estos días contemplo diferentes cruces y crucificados, contemplo tu presencia viva y real en tantos seres humanos que me necesitan.

Tú me miras en ellos y me dices que me quieres a su lado. Gracias por contar conmigo, gracias por hacerme partícipe y mediador de tu salvación. Te pido que no mire para otro lado, que llore con los que lloran en estos días.

Ayúdame a sentir que solo puedo llamarme cristiano si soy capaz de ayudar cada día al que me encuentro y me necesita.

Alégrense, preocúpense, de Luis Guitarra

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IX estación: Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén

Lo seguía un gran gentío del pueblo y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por Él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque, si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?».

(Lc 23, 27-28. 31)

Todos estamos llorando… y mucho. Nos encontramos abatidos y, a menudo, desesperanzados. Hay momentos buenos y momentos menos buenos. Lloramos por el vecino de casa que está en el hospital, por el amigo que acaba de fallecer, por el padre de un familiar que está en la residencia, por el inmigrante que no tiene dónde ir, por el preso aislado de familia y de voluntarios que lo visiten… Lloramos por todos y nos sorprendemos metidos quizás en un túnel profundo. Es importante llorar con los que lloran y sentirse afligido por el llanto de los otros.

El Papa Francisco nos decía que una gran enfermedad de nuestro mundo «es que se nos ha olvidado llorar». Pero ojalá que nuestras lágrimas puedan ser redentoras; ojalá que no sean solo de impotencia o de compasión, sino de amor y compromiso con el que está sufriendo. Ojalá que nuestras lágrimas sean fuente de vida, de comprensión, de ayuda, que rieguen el surco de tantas cruces y las conviertan en vergel de vida y de Resurrección.

Que sintamos que el Dios de la vida enjuga nuestro llanto cada vez que nos fundimos con el llanto de los otros… y que, en el llanto del hermano y con el hermano, descubramos en estos días el llanto del mismo Dios, que no nos abandona, que nos acompaña, y se compadece de nosotros.

Señor Jesús, estamos delante de Ti y nos sorprendemos muchos días llorando, como aquellas mujeres que se encuentran contigo, camino del Calvario. Necesitamos llorar porque no entendemos nada, porque no sabemos qué está pasando; pero necesitamos sentirte cerca en este llanto, junto a nuestros hermanos que sufren.

Ayúdanos a descubrir que solo serán redentoras nuestras lágrimas cuando sean como las tuyas, cuando esas lágrimas nos comprometan con aquellos que en estos días sufren la cruz de la enfermedad y de la muerte.

Solo le pido a Dios, de Mercedes Sosa

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X estación: Jesús es crucificado

Lo crucifican.

(Mc 15, 24)

Cuántos crucificados por la enfermedad, por el dolor, por el paro, por la cárcel, por las fronteras y regímenes injustos… Asistimos a la crucifixión diaria de muchos seres humanos y casi no nos damos cuenta, sus cruces no nos afectan.

«El pueblo crucificado» siempre es el que pierde, siempre es el que es despojado de todo, como el mismo Jesús en el Evangelio. Es más, a veces hacemos de sus cruces la fuente de nuestro bienestar y comodidad.

En estos días, como siempre, Jesús es crucificado en muchas situaciones de dolor y de injusticia. ¿Qué nos llevamos nosotros? Esperemos que los cristianos solo nos llevemos esa experiencia de sentir la cruz como algo nuestro, como algo que reclama no solo nuestra atención, sino nuestro compromiso con ella.

Jesús se despoja de todo, y como dice san Pablo, «se vacía de su rango de Dios». Ese despojarse, dice también el apóstol, es ser Dios. Es también una invitación a mi despojamiento personal: qué me sobra a mí, qué tengo que quitar de mi vida para que los crucificados formen parte de ella. Ellos también se sienten despojados de casa, de trabajo e incluso de vida. ¿Cómo me sitúo yo ante ese despojo? ¿Tomo parte con los crucificados de nuestro mundo?

Señor Jesús, déjame mirar al mundo como lo miras Tú desde la cruz. Déjame que sienta lo que sientes Tú por tantos hombres y mujeres crucificados. Déjame sentir su mismo dolor y su mismo sufrimiento. Te pido que no esté al margen de los que hoy están sufriendo por la enfermedad del virus o por la soledad, que me despoje como Tú de todo mi egoísmo y comodidad y descubra que la cruz puede ser fuente de vida y de amor si soy capaz de comprometerme con los que, hoy y siempre, son víctimas de ella.

Dios, de Pedro Guerra

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XI estación: Jesús promete su Reino al buen ladrón

Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía: «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio este no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Jesús le dijo: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso».

(Lc 23, 39-43)

En estos momentos de dolor y de tristeza por el virus es fácil increpar a Dios y pedirle respuestas, es fácil situarnos fuera, es fácil criticar. Muchos, incapaces de comprometerse y de dar soluciones, critican lo que hacen los otros; desde su sillón cómodo solo ven lo mal que los demás lo hacen.

Pero, ¿cómo me muevo yo? ¿Qué hago por aliviar dolores? Critico que el hospital no funciona, pero… ¿he hecho algo para que mi alrededor funcione mejor? Quizás no puedo montar un hospital, pero sí puedo escuchar a mi vecino, llevar el pan al anciano que vive cerca, o escuchar por teléfono al que se encuentra solo o ha perdido a su ser querido.

Hoy, sin embargo, como cada día, siento el amor y la comprensión de un Dios que es Padre-Madre y que desde la cruz me vuelve a decir que me comprende, que me quiere profundamente como hijo. Que no lleva cuenta de lo que hago, sino que solo quiere que sea feliz. Me vuelve a prometer el Paraíso, la felicidad para siempre. No mira lo que hago o dejo de hacer, solo mira que soy su hijo amado. Cuántas veces nos dicen eso las madres de los presos: «Voy a ver a mi hijo a la cárcel porque, por encima de todo, es mi hijo», y se nos llenan los ojos de lágrimas y el corazón de emoción al escucharlas.

De nuevo es Jesús el que nos convoca, con los brazos extendidos desde la cruz, a ese perdón, y nos invita también a reconciliarnos con el hermano y a no juzgar su vida, a sentir que todos tenemos por qué callar. Hacemos de nuevo nuestras las palabras de monseñor Romero: «A aquellos que son los causantes de tantas injusticias y violencias… a todos les digo: «No importan tus crímenes, son feos, horribles, han atropellado lo más digno del hombre , pero Dios te llama y te perdona»».

Señor Jesús, estoy a tu lado, me siento crucificado junto a Ti por muchas cosas, sobre todo por mi pecado, que me hace desentenderme de mis hermanos. Quiero experimentar tu abrazo de amor, quiero sentir que Tú eres un Dios misericordioso, acogedor, que me hace sentir el amor de Dios como Padre-Madre. Ayúdame a perdonar también yo a los demás, ayúdame a no juzgar a los otros, vivan como vivan y piensen como piensen. Dame un corazón capaz de acoger a aquellos que, sean como sean y hagan lo que hagan, me necesitan.

Bienaventurados seremos, Señor

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XII estación: Jesús en la cruz, la madre y el discípulo

Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora el discípulo la recibió como algo propio.

(Jn 19, 26-27)

María es expresión de la angustia de muchas personas que, en estos días, son víctimas de la enfermedad. María es el dolor de muchas madres que no pueden dar de comer a sus hijos, o que los tienen en la cárcel, o que no saben cómo aliviar sus llantos. María sabe de dolor, porque sabe también de amor. Es, sin duda, la ternura que busca angustiada una solución para sus hijos. Hoy y siempre es ella la que nos acerca a Jesús crucificado. Está al pie de su Hijo, sufriente, dolorido, asesinado por mostrarnos un camino de felicidad.

Hoy sentimos también así a María, al pie de nuestro dolor; la sentimos como Madre que nos entiende, que nos escucha, que nos quiere, que, incluso desde el silencio emocionado, nos dice que no estamos solos.

María también se siente «traspasada por la espada de la enfermedad, de la muerte y del dolor de sus hijos». Las madres siempre están cerca de sus hijos y así también las sentimos nosotros en estos días, estén donde estén: en sus casas solas, en el hospital, en la residencia, o ya junto al Padre Dios. Desde donde están sentimos también su abrazo, nos sentimos cobijados por ellas. Sentimos que no estamos solos.

María, como madre, también las protege a ellas y les da su cariño. En cada madre, acogemos también el amor de María, lo acogemos en nuestro corazón, en nuestra casa, en nuestro dolor; nos sentimos abrazados y queridos por la Virgen.

Madre, sentimos tu abrazo redentor, sentimos que acompañas nuestro caminar, que sufres con cada uno de nosotros, tus hijos e hijas. Haz que podamos sentirnos cobijados por tu amor, haznos capaces de descubrir que tus lágrimas nos redimen, que nos hacen ser fuertes, que nos hacen germinar en vida nueva. Te pedimos que nosotros también abracemos a nuestros hermanos y hermanas, que los acerquemos a ti. Danos un corazón nuevo y agradecido, capaz de acoger también, como tú, a quien nos necesita.

Santa María de la Esperanza, de J. A. Espinosa

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XIII estación: Jesús muere en la cruz

Y a la hora nona, Jesús clamó con voz potente: «Eloí Eloí, lemá sabaqtaní» (que significa: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»). Algunos de los presentes, al oírlo, decían: «Mira, llama a Elías». Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber diciendo: «Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo». Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró.

(Mc 15, 34. 36-37)

El grito de Jesús al Padre desde la cruz es, sin duda, el grito que en estos días de enfermedad y de virus muchos hemos lanzado. «Señor, ¿dónde estás?», le preguntamos a diario. Dónde estás que no nos ayudas, dónde estás que no detienes la infección, dónde estás que no haces que los hombres podamos tener una solución a los diferentes problemas… ¿acaso nos has abandonado?

No encontramos respuesta para tanto sufrimiento. Los hospitales están llenos, los sanitarios no dan abasto para atender a todos, se acumulan los cadáveres, muchos pasan hambre por falta de trabajo, otros se encuentran en la calle, son muchos los que en las fronteras reclaman un lugar para poder vivir, el mar se traga cada día a centenares de seres humanos que buscan una vida digna y decente… «Señor, ¿dónde estás?».

Jesús muere con cada ser humano que sufre y que fallece. No somos números, no somos uno más, somos especiales, porque cada hijo y cada hija es especial. En cada muerte, Jesús es clavado. Él siente el peso de nuestras cruces, y nosotros sentimos que no estamos solos, que alguien va delante de nosotros, haciendo suyo nuestro dolor. Ahora no podemos desesperarnos, mirar al Crucificado tiene que ser fuente de esperanza de que todo puede cambiar. En estos días, el Crucificado mira al mundo, como tantas veces, y llora por él; desde esa cruz, nos abraza y nos redime.

Tampoco entiende, como nosotros, el porqué de tanto sufrimiento. También mira al Padre y le pide que no nos abandone, que nos haga sentir su fuerza, su espíritu, su aliento. El grito de Jesús en la cruz es el grito de todos nosotros hoy. Que sintamos que ese grito no queda en el aire, sino que Dios lo escucha y lo hace suyo.

Padre, en estos días te miramos y te pedimos que nos escuches. Miramos al cielo esperando que no nos dejes, que no nos abandones. Nosotros solos no podemos, danos tu fuerza, tu Espíritu; haznos sentir que no estamos solos. Padre, no nos abandones, sabemos que solo acudimos a Ti cuando te necesitamos, pero tu eres Padre-Madre y por eso nos conoces y nos cuidas. Que, desde ese sentirnos abandonados y débiles, podamos resucitar, y podamos seguir sintiendo que, en Jesús, Tú eres Dios con nosotros, que sufres con nuestro dolor y nos redimes.

Oh, Dios, por qué, de Ricardo Cantalapiedra

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XIV estación: Jesús es puesto en el sepulcro

[José de Arimatea] compró una sábana y, bajando a Jesús, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro, excavado en una roca, y rodó una piedra a la entrada del sepulcro.

(Mc 15, 46)

Jesús muere o, mejor dicho, es asesinado, como son asesinados cada día muchos seres humanos, por diferentes motivos. En estos días vemos cómo muchas personas han fallecido por COVID-19. La vida les ha sido arrebatada por algo aún desconocido. Pero a diario, otras muchas personas son víctimas de enfermedades conocidas, como son la injusticia, la falta de comida o de casa, la falta de cariño, la falta de una tierra en paz… Y nosotros cada día podemos colocar a esas personas en sepulcros, como colocaron a Jesús.

En la tumba de Jesús, y junto a Él, están enterrados muchos muertos de nuestro mundo a los que casi no hacemos caso, nos estorban como estorbó Jesús. Eso sí, ponemos a esos muertos y asesinados en sábanas, con perfumes, en tumbas preciosas… quizás para que perdamos de vista que, en muchas ocasiones, somos cómplices de esas muertes.

Hoy Jesús es enterrado con muchos seres humanos que sufren; se identifica plenamente con todos ellos. Ese Jesús nos sigue llamando a sus seguidores, a los cristianos, a estar cerca de los más sufrientes y a sacarlos de sus sepulcros. Quizás sea también el momento de pensar en nuestros propios sepulcros, en lo que nos impide vivir y ser felices.

El Dios de Jesús nos llama así a liberarnos de todas nuestras ataduras para poder liberar a nuestros hermanos. No es un Dios de muertos sino de vivos, por eso quiere que sus hijos y sus hijas vivan, pero que vivan felices, plenamente; que disfruten de una tierra que es para todos, que sean sensibles al dolor de los demás, que alivien sufrimientos y anuncien ese año de gracia que Jesús, desde el comienzo de su misión, nos promete.

Señor Jesús, tantas veces te colocamos en un sepulcro perfecto y bonito, te enterramos porque quizás no queremos saber nada de Ti, porque Tú también nos estorbas, como estorbaste a los jefes religiosos y políticos de tu tiempo.

Te pedimos que en estos días y siempre, sintamos que nos llamas a una vida nueva, a una vida plena y feliz. Que no seamos cómplices de muertes, que seamos siempre como Tú, fuente de vida y de liberación. Danos un corazón nuevo que sea capaz, no de hacerte un sepulcro, no de enterrarte, sino de anunciarte vivo y resucitado a nuestros hermanos, en medio de tanta desgracia, en Galilea, donde Tú quieres estar. Que en las Galileas de cada día, donde vivimos, podamos darte a conocer como un Dios de vivos, porque nosotros hacemos de la vida un lugar de plenitud y felicidad, al estilo del Evangelio.

Gracias a la vida, de Violeta Parra

Vía crucis del Centro de Magisterio La Inmaculada de Granada

Por Constanza López Schlichting

Constanza López Schlichting nació en 1971 en Madrid. Licenciada en Historia del Arte por la UCM, realiza cursos de dibujo, modelado y cerámica, y decide dedicarse a la pintura.

En 1998 se va a Berlín, y allí, en la Universidad de Bellas Artes (Actualmente UdK, Berlín), estudia con el pintor Klaus Fussmann, y aprende dibujo, pintura y grabado.

De su amistad con el pintor berlinés Achim Niemann en la Kunsthochschule Berlín-Weissensee (Escuela superior de Bellas Artes Berlin-Weissensee) surge el gusto por lo sencillo y el lenguaje reducido.

Expone en las ciudades de Leipzig, Lüneburg (donde el galerista Jürgen Meyer le dio el primer voto de confianza y su apoyo), Gadendorf (Schleswig-Holstein) y Berlín.

Su formación se enriquece realizando cursos con maestros como Alfredo Piquer, Joan Hernández Pijoan o Antonio López. Después de pintar varios años las ciudades de Madrid y Milán, continúa su obra pictórica y expone en Italia, España, Alemania, Panamá y EE. UU.

Ha participado en distintas ferias internacionales, entre las que destaca la Feria Internacional de Arte Estampa en 2017 (junto con la galería de Arte Montsequi). Seleccionada en diferentes concursos nacionales e internacionales. En los últimos tres años cabe destacar el certamen Reina Sofía de Madrid, la bienal BACS de arte religioso de la ciudad francesa de Menton, y la bienal de San Lucas de Plasencia, entre otros.

En su trayectoria ha realizado casi una veintena de exposiciones individuales en Europa y más de una treintena de exposiciones colectivas. Su obra se encuentra en colecciones públicas y privadas.