La ciudad alegre y confiada - Alfa y Omega

«La tranquilidad pública es el mejor narcótico para disponer del tesoro de la ciudad, sin que a nadie le duela». Esta cita está tomada de la obra La ciudad alegre y confiada que el Nobel de Literatura Jacinto Benavente estrenó en el teatro Lara de Madrid el día 18 de mayo de 1916. La trama de la obra, cuya lectura les recomiendo, es sencilla: un pueblo, unos gobernantes y un dilema que trastorna la paz del gobierno de la ciudad. La aparente sencillez esconde, sin embargo, algunas de las grandes complejidades de la política: la obediencia al poder, la libertad de los pueblos, el dilema que en situaciones excepcionales se presenta entre la tranquilidad pública y la verdad, así como las eternas cuestiones relacionadas con la cohesión ciudadana y la asunción de responsabilidades políticas. Mucho han cambiado las cosas en España desde 1916 hasta nuestros días. Los españoles vivimos hoy en una democracia consolidada, existe alternancia de poder y pluralismo político, la prensa es libre y el rey reina, pero no gobierna. Nada parece hacernos dudar de la cohesión institucional. Y, sin embargo, ¿qué sucede con nuestra necesaria cohesión ciudadana?

«Las garantías de las ciudades son su ciudadanos», leemos en la obra de Benavente. Así lo exclama el Desterrado, personaje que representa al político conservador Antonio Maura, como conjura frente a los males que aquejan a las sociedades incapaces de frenar las tentaciones cainitas.

Todos sabemos que en los días pasados se han hecho cosas mal. De esto son responsables quienes tienen el deber de adelantar el futuro al presente. Tiempo habrá de exigir las debidas responsabilidades de manera justa y ordenada. Nada ni nadie nos exime de asumir los deberes propios de una sociedad consciente de sus derechos, deberes y libertades. Sin embargo, para llegar a ese momento, hay que evitar caer en tentación. Y para conseguirlo, como bien decía el Desterrado hace más de un siglo, es preciso dejar de «creerse cada uno mejor que los demás, solo porque ve las culpas de todos y con eso las suyas ya tienen disculpa…».

Muchos católicos se preguntan estos días qué hacer por el bien común de los españoles. He ahí una respuesta: cumplir con su deber ciudadano de evitar que estallen las costuras de una sociedad malherida y doliente que mañana necesitará de la verdadera fuerza política, que no es otra que la espiritual.