Daño colateral - Alfa y Omega

Se aproximaban las fechas de Navidad cuando a Esperanza le tocaba una de sus muchas revisiones. Hace cuatro años le diagnosticaron cáncer de ganglios linfáticos y mama, y desde entonces hasta ahora ha vivido un sinfín de operaciones, quimio, radio, bacterias, dolor, heridas… traducido en miedo, llanto, insomnio, ingresos, tratamientos, visitas y mucho cansancio. Pero cada mañana, desde hace dos años, recibo su mensaje de buenos días con un emoticono sonriente que prometió regalarme el día de mi cumpleaños. Aquella revisión rutinaria se convirtió en once días ingreso y el oncólogo con la cara más seria de lo habitual: «Esperanza, hay que volver a intervenir y seguramente haya que hacer una mastectomía».

El Día de la Mujer me llamó: «Mañana empiezo con el preoperatorio». Sin saber que íbamos a entrar en el Estado de alarma por el coronavirus y que su cita para ese día se pospondría. Ahora, a la enfermedad se une el miedo a contagiar su débil cuerpo sin apenas defensas, y la preocupación por no ver a sus hijos y demás familia.

Esta mañana me llamó y me decía entre lágrimas: «Manolo, cuando recibí la bendición urbi et orbi del Papa sentía que me estaba hablando a mí, no sabes la de cosas que me dijo. Además, yo quiero recibir la indulgencia plenaria, pero si los capellanes del hospital están en cuarentena, quién me va a confesar y a darme la comunión». Te contesté: «Como siempre, el Maestro con el que pasas las largas noches del huerto de los Olivos será quien perdone tus faltas y alimente tu espíritu para que ni el COVID-19 pueda acabar con tu sonrisa ni con tu esperanza».

Con el artículo acabado recibo su llamada: «Me acaban de aplazar la operación 15 días. Así podrás ser tú quien me confiese y me dé la Unción de enfermos y la Comunión».