Sudáfrica: el COVID-19 ya no es cosa de ricos - Alfa y Omega

Sudáfrica: el COVID-19 ya no es cosa de ricos

Fueron turistas los que llevaron el coronavirus a Sudáfrica, como a otros países del continente. Pero ya se está extendiendo entre la clase media y algunos creen que es «imparable» su salto a los asentamientos más pobres y a las zonas rurales

María Martínez López
Un miembro de Cruz Roja Internacional enseña a unos niños a lavarse las manos para tratar de contener el COVID-19, en un asentamiento de Soweto (Sudáfrica). Foto: AFP/Luca Sola

Con 1.326 muertos al cierre de esta edición, Sudáfrica está a la cabeza del ranking del COVID-19 en África. Casi duplica los 656 casos de Egipto, el segundo, y quintuplica los 246 de Burkina Faso, el siguiente subsahariano. La pandemia aterrizó de forma suave, como en muchos otros países, con 13 personas que habían visitado Europa, y al principio estuvo bastante contenida en la región de KwaZulu-Natal. Pero luego llegó a Gauteng, donde se encuentran la capital administrativa, Petroria, y Johannesburgo, la ciudad más poblada (diez millones de habitantes en el área metropolitana). Esta ciudad es hasta ahora la más afectada, y allí el coronavirus ha pasado de los grupos más pudientes a la clase media, narra el padre Ibercio Rojas, comboniano en KwaZulu-Natal.

Se teme que el siguiente paso sean los townships (los antiguos guetos) y los asentamientos informales de la capital económica, donde se hacinan millones de inmigrantes, internos y externos. La mayoría no tienen trabajo estable. «Muchos se dedican a la venta callejera, y dependen de ella para comprar lo más básico», explica el padre Rojas, peruano. En estas condiciones, es casi imposible que cumplan el confinamiento, que empezó el jueves.

VIH y tuberculosis

El otro gran salto que descontrolaría la pandemia sería a las zonas rurales. «Llegará, es imparable», sentencia el doctor José Zaldívar, de origen cubano y afincado en la provincia de Limpopo. En las ciudades «el sistema de salud es bastante bueno. De momento todavía puede manejar la situación. En el campo es casi nulo», añade el misionero. El peligro es grande. Y real, pues «mucha gente ha salido de las ciudades hacia sus lugares de origen» para evitar el aislamiento.

Si a esto se le suma que el país tiene entre un 7 % y un 10 % de seropositivos, cuatro de cada diez sin acceso a tratamiento, no es de extrañar que el médico espere «una avalancha de casos en los próximos días o semanas», que el siguiente invierno se podría agravar. Sudáfrica es también de los países con mayor prevalencia de tuberculosis pulmonar: unos 300.000 casos al año, con una mortalidad del 10 %.

Los hospitales de las zonas con pocos casos, como el del médico cubano, se preparan intentando liberar todas las camas posibles. «Pero me temo que no haya suficientes medios de protección. La semana pasada ya tuvimos problemas con las mascarillas. Y muchos compartimos la opinión de que no hay capacidad de cuidados intensivos». En su provincia, hay 30 camas para seis millones de personas. «Ni siquiera en tiempos normales podemos poner ventilación a todos los que lo requieren».

¿El futuro de África?

Sudáfrica tal vez sea un pequeño adelanto de lo que puede llegar a ser la pandemia en el resto del África subsahariana, que de momento suma 2.862 casos. A la falta de personal sanitario (menos de dos médicos y diez enfermeras por 10.000 habitantes en muchos países, frente a los 40 y 50 de España), de medicinas y equipamiento, se suman peores condiciones de saneamiento e higiene, nutrición y salud general, que hacen que «todas las personas sean población de riesgo», apunta la religiosa de la Congregación de Santo Domingo y médico Cristina Antolín, con 32 años de experiencia en República Democrática del Congo y Camerún. «Por eso, aunque la curva no sea tan alta, va a morir más gente».

El país meridional, con su aceptable infraestructura sanitaria y mayor capacidad de hacer pruebas, puede incluso estar reflejando mejor lo que ocurre realmente en otros. «En Camerún la gente me dice que tres de los hospitales de la capital tienen muchos casos», aunque oficialmente no lleguen a los 150. La médico, con todo, reconoce que «hay mucha incertidumbre» sobre el lento crecimiento de los casos, que podría deberse en parte a otros factores como el calor, que el sistema inmunitario de algunas personas responda de forma diferente, o el consumo de antirretrovirales entre los seropositivos. Sí está segura de una cosa: el acierto de bastantes países de implementar desde los primeros casos el cierre de fronteras y medidas rigurosas de aislamiento. «Cuando no hay medios, la única solución es contener los contagios».

República Democrática del Congo: el lujo de un hospital con agua

El hospital de Monkole, a 25 kilómetros de Kinsasa, con sus 100 camas, sus seis respiradores y su fama de limpieza y de tener agua potable, está designado para tratar casos de coronavirus en su zona. De momento no hay. La directora de su escuela de enfermería, la española Candelas Varela, explica que la mayor parte de los 98 casos de COVID-19 del país (con ocho fallecidos) se concentran en Gombe, la zona rica de la capital, y parecen bastante controlados. Aunque preocupan algunos positivos en las problemáticas provincias de Ituri y Kivu del Sur, al este. Además del cierre de fronteras, la capital se ha aislado internamente y se ha decretado un confinamiento intermitente: tres semanas de cuatro días de aislamiento y dos sin él, para no ahogar la economía de subsistencia.

Además de la falta de material de protección (el Gobierno no ha respondido a su petición), a Varela le preocupa que la gente deje de ir al hospital. «Habrá personas con síntomas de COVID-19 que no vengan por miedo al estigma o a que las pongan en cuarentena. También estamos preparándonos para que se compliquen otras enfermedades, como la malaria», al no acudir al centro médico por «el pánico» al contagio.

Liberia y Sierra Leona: el fantasma del ébola

El 16 de marzo Liberia (en la imagen) informó de dos casos de COVID-19. Desde entonces, durante dos semanas solo se detectó uno más, aunque en los últimos días han llegado a seis. La vecina Sierra Leona se mantuvo libre del coronavirus hasta que esta semana surgieron dos casos sin conexión entre sí. Aunque estos últimos aumentos llamen a la prudencia, la causa de estas bajas cifras no es solo atribuible a la falta de información fiable. Tras la «devastadora» epidemia de ébola de 2014 a 2016, «el Gobierno no quiere asumir riesgos», comparte desde Lunsar Michael Koroma, delegado de los hermanos de San Juan de Dios para ambas naciones. En Sierra Leona se han resucitado las comisiones oficiales contra el ébola. También la población, «que en 2014, al principio, no creía en los mensajes del Gobierno, ahora acepta las medidas». Al menos las decretadas de momento: cierre de fronteras y de los centros educativos, cancelación de celebraciones religiosas y promoción de medidas de higiene. Más difícil será asumir el confinamiento, anunciado si surge un solo caso. «Será un grave desafío», sobre todo en las zonas rurales. «La gente tiene que salir de casa para sobrevivir». De hecho, aunque la población acata las medidas, ya hay descontento por sus consecuencias económicas. En Liberia, que ha asumido restricciones similares, «pronto habrá escasez de combustible y de medicinas. Aquí en nuestro hospital ya faltan».

Costa de Marfil: «Cristo no permanece encerrado»

El 16 de marzo, con solo seis casos confirmados, el Gobierno de Costa de Marfil impuso restricciones en los vuelos, para cerrar las fronteras terrestres cuatro días después. Y el día 23, al llegar a los 25 contagiados, se declaró el Estado de alarma, se cerraron los locales de ocio y se anunció que, a partir del 29, se prohibiría todo el transporte no esencial con Abiyán, la capital económica. Sin embargo, estas medidas no han conseguido frenar los contagios, que al cierre de esta edición alcanzan los 168, más del doble que una semana antes (80).

El mismo día 23, el sacerdote Norbert Abekan, de la parroquia de la Sagrada Familia de Abiyán, decidió sacar al Santísimo por las calles del barrio de Riviera 2. Era el primer domingo en el que en esa diócesis, y en otras tres más afectadas, no se celebraban Misas con fieles. «Las iglesias están cerradas. Pero Jesucristo no puede permanecer encerrado –afirmó–. Queremos ser como un asno sobre el que Él cabalgue. A través de este barrio vamos a confiarle toda la ciudad, el país, África y el mundo entero». A su paso, los fieles salían a la puerta de las casas y se arrodillaban para recibir la bendición: «Que la sangre de Cristo os proteja».