«La Iglesia abre de par en par sus puertas a todos, porque es madre» - Alfa y Omega

«La Iglesia abre de par en par sus puertas a todos, porque es madre»

Ricardo Benjumea

En Pentecostés, nace una Iglesia en salida. Y una Iglesia que no «cierra la puerta en la cara a nadie, ni siquiera al más pecador, ¡a nadie! Y esto por la fuerza, por la gracia del Espíritu Santo. La madre Iglesia abre, abre de par en par sus puertas a todos porque es madre».

«Como aquel día de Pentecostés, el Espíritu Santo es derramado continuamente también hoy sobre la Iglesia y sobre cada uno de nosotros  para que salgamos de nuestras mediocridades y de nuestras cerrazones y comuniquemos al mundo entero el amor misericordioso del Señor. Comunicar el amor  misericordioso del Señor: ¡Esta es nuestra misión!».

Tras el rezo del Ángelus, el Papa aludió a «los acontecimientos de los numerosos prófugos en el Golfo de Bengala y en el mar de Andamán», que Francisco sigue «con viva preocupación y dolor en el corazón».

«Expreso mi reconocimiento por los esfuerzos realizados por los países que han dado su disponibilidad para recibir a estas personas que están afrontando graves sufrimientos y peligros. Animo a la comunidad internacional brindar a ellos la asistencia humanitaria», añadió el Pontífice, que recordó también la beatificación en la víspera, en El Salvador y en Kenia, de monseñor Óscar Romero y la religiosa italiana sor Irene Stefani.

Del «arzobispo de San Salvador, asesinado por odio a la fe mientras estaba celebrando la Eucaristía», el Papa dijo que se trata de un «diligente pastor», que «siguiendo el ejemplo de Jesús, ha elegido estar en medio de su pueblo, especialmente de los pobres y de los oprimidos, incluso a costo de su vida».

Sor Irene Stefani, italiana, de las Misioneras de la Consolata, sirvió «a la población keniana con alegría, misericordia y tierna compasión». Que «el ejemplo heroico de estos Beatos suscite en cada uno de nosotros el vivo deseo de testimoniar el Evangelio con valentía y abnegación», dijo el Papa.

Palabras del Papa antes del rezo del Ángelus:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La fiesta de Pentecostés nos hace revivir los inicios de la Iglesia. El libro de los Hechos de los Apóstoles narra que, cincuenta días después de la Pascua, en la casa donde se encontraban los discípulos de Jesús, «vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento (…) y todos quedaron llenos del Espíritu Santo» (2,1-2). De esta efusión los discípulos son transformados completamente: el miedo se cambia en coraje, la cerrazón cede el lugar al anuncio y toda duda es aplastada por la fe llena de amor. Es el bautismo de la Iglesia, que así comenzaba su camino en la historia, guiada por la fuerza del Espíritu Santo.

Aquel evento, que cambia el corazón y la vida de los Apóstoles y de los demás discípulos, se repercute inmediatamente fuera del Cenáculo. En efecto, aquella puerta mantenida cerrada durante cincuenta días, finalmente es abierta de par en par, y la primera comunidad cristiana, ya no replegada sobre sí misma, comienza a hablar a las muchedumbres de diversa procedencia de las grandes cosas que Dios ha hecho (cfr. v. 11), es decir, de la Resurrección de Jesús, que había sido crucificado. Y cada uno de los presentes escucha hablar a los discípulos en su propia lengua. El don del Espíritu restablece la armonía de las lenguas que se había perdido en Babel y prefigura la dimensión universal de la misión de los Apóstoles. La Iglesia no nace aislada, nace universal, una, católica, con una identidad precisa pero abierta a todos, no cerrada, una identidad que abraza al mundo entero, sin excluir a nadie. A nadie la Iglesia cierra la puerta en la cara, ¡a nadie! Ni siquiera al más pecador, ¡a nadie! Y esto por la fuerza, por la gracia del Espíritu Santo. La madre Iglesia abre, abre de par en par sus puertas a todos porque es madre.

El Espíritu Santo, derramado en Pentecostés en el corazón de los discípulos, es el inicio de una nueva estación: la estación del testimonio y de la fraternidad. Es una estación que viene de lo alto, de Dios, como las lenguas de fuego que se posaban sobre la cabeza de cada discípulo. Era la llama del amor que quema toda aspereza; era la lengua del Evangelio que atraviesa los confines puestos por los hombres y toca los corazones de la muchedumbre, sin distinción de lengua, raza o nacionalidad. Como aquel día de Pentecostés, el Espíritu Santo es derramado continuamente también hoy sobre la Iglesia y sobre cada uno de nosotros  para que salgamos de nuestras mediocridades y de nuestras cerrazones y comuniquemos al mundo entero el amor misericordioso del Señor. Comunicar el amor  misericordioso del Señor: ¡Esta es nuestra misión!

También a nosotros se nos da como don la lengua del  Evangelio y el fuego del Espíritu Santo, para que mientras anunciamos a Jesús resucitado, vivo y presente entre nosotros, enardezcamos nuestro corazón y también el corazón de los pueblos acercándolos a Él, camino, verdad y vida.

Nos encomendamos a la materna intercesión de María Santísima, que estaba presente como Madre en medio de sus discípulos en el Cenáculo: es la madre de la Iglesia, la madre de Jesús que se ha convertido en madre de la Iglesia. Nos encomendamos a Ella a fin de que el Espíritu descienda abundantemente sobre la Iglesia de nuestro tiempo, colme los corazones de todos los fieles y encienda en ellos el fuego de su amor.

Palabras después del Ángelus:

Queridos hermanos y hermanas,

Estoy siguiendo con viva preocupación y dolor en el corazón los acontecimientos de los numerosos prófugos en el Golfo de Bengala y en el mar de Andamán. Expreso mi reconocimiento por los esfuerzos realizados por los países que han dado su disponibilidad para recibir a estas personas que están afrontando graves sufrimientos y peligros. Animo a la comunidad internacional brindar a ellos la asistencia humanitaria.

Hace cien años, un día como hoy Italia entró en la Gran Guerra, esa inútil masacre: recemos por las víctimas, pidiendo al Espíritu Santo el don de la paz.

Ayer, en El Salvador y en Kenia, han sido proclamados beatos un obispo y una religiosa. El primero es monseñor Óscar Romero, arzobispo de San Salvador, asesinado por odio a la fe mientras estaba celebrando la Eucaristía. Este diligente pastor, siguiendo el ejemplo de Jesús, ha elegido estar en medio de su pueblo, especialmente de los pobres y de los oprimidos, incluso a costo de su vida.

La Religiosa, es Sor Irene Stefani, italiana, de las Misioneras de la Consolata, que ha servido a la población keniana con alegría, misericordia y tierna compasión. El ejemplo heroico de estos Beatos suscite en cada uno de nosotros el vivo deseo de testimoniar el Evangelio con valentía y abnegación.

Saludo a todos ustedes, queridos romanos y peregrinos: a las familias, los grupos parroquiales, las asociaciones. En especial, a los fieles provenientes de Gran Bretaña, de Barcelona, de Friburgo y el coro de los jóvenes de Herxhein. Saludo a la comunidad Dominicana de Roma, los fieles de Cervano (Frosinone), los militares de la Aeronáutica destacados en Nápoles, el Sagrado coro Jónico y los confirmandos de Pievidizzio (Brescia).

Hoy, en la fiesta de María Auxiliadora, saludo a la comunidad salesiana: que el Señor les de la fuerza para llevar adelante el Espíritu de San Juan Bosco.

Y a todos ustedes les deseo un buen domingo de Pentecostés. Por favor, no se olviden de rezar por mí. Buen almuerzo y hasta la vista.