Territorios robados - Alfa y Omega

En la exhortación Querida Amazonia, Francisco afirma que «a las operaciones económicas, nacionales o internacionales, que afectan la Amazonia y no respetan el derecho de los pueblos indígenas a su territorio y su delimitación, a la autodeterminación y al consentimiento previo, hay que llamarlas con el nombre debido: injusticia y crimen».

Solamente en Brasil hay más de 800 territorios indígenas aún no reconocidos y demarcados, y la mayor parte de ellos se encuentra en la Amazonia. El Estado está obligado constitucionalmente a demarcarlos y, con ello, reconocer la posesión de ese territorio y el usufructo exclusivo de los bienes naturales por parte de las comunidades indígenas que lo habitan. Pero se niega a cumplir esta obligación, porque pesan más los intereses económicos que avanzan sobre estas tierras (madereras, petroleras, empresas mineras, minería ilegal de oro, …) y que tienen rostro de capital nacional e internacional, de algunas de esas grandes empresas en las que confiamos la estabilidad de nuestro crecimiento; eso es lo que Francisco llama «injusticia y crimen».

En una de las asambleas preparatorias al Sínodo un indígena tomó la palabra y, después de relatar cómo esos grandes proyectos invaden los territorios de los pueblos y los obligan a desplazarse, concluyó con una expresión severa: «Somos una región de territorios robados». Expresión que quedó citada, textualmente, en la exhortación de Francisco, en el número 11.

¿Qué tiene esto que ver con la misión? Tiene que ver, porque la transforma radicalmente. El documento final del Sínodo afirma lo que la Iglesia ya viene confirmando hace décadas: «Para la Iglesia, la defensa de la vida, la comunidad, la tierra y los derechos de los pueblos indígenas es un principio evangélico, en defensa de la dignidad humana: “He venido para que los hombres tengan vida y la tengan en abundancia” [Jn 10, 10]» (DF, 47). Una presencia eclesial en la Amazonia que no pase, necesariamente, por la defensa de la vida, los derechos y los territorios de los pueblos indígenas, denunciando como crimen la lógica de mercado, estará dando la espalda al principio que la sustenta: el sueño de Jesús de Nazaret.