Cardenal Juan José Omella: «Si somos tan poca cosa, ¿por qué vivir el enfrentamiento y la insolidaridad?» - Alfa y Omega

Cardenal Juan José Omella: «Si somos tan poca cosa, ¿por qué vivir el enfrentamiento y la insolidaridad?»

Alfa y Omega tenía pendiente conversar con el nuevo presidente del episcopado español desde su elección a principios de mes. En esta entrevista a distancia, debido al Estado de alarma, el también arzobispo de Barcelona habla de la pandemia del coronavirus, de sus consecuencias sociales y de la presencia de Dios en estos momentos

Fran Otero
Foto: María Pazos Carretero

¿Cómo es el día a día de un cardenal en tiempos de confinamiento?
Estoy confinado en casa, tal como nos piden el Gobierno y las autoridades sanitarias. ¿Qué hago en casa? Aprovecho para rezar un poco más, celebrar la Eucaristía por toda la gente: sanitarios, enfermos, familiares, por los que no pueden trabajar o ven peligrar su trabajo… Respondo a los correos y llamadas de teléfono. También hago llamadas para acompañar a los que están solos… y respondo a los medios de comunicación social que siguen trabajando sin parar, tal como hacéis vosotros, el equipo de Alfa y Omega.

La Comisión Ejecutiva ha publicado varias notas estos días, ¿cómo ejerce la presidencia de la Conferencia Episcopal en tiempos de coronavirus?
Los nuevos estatutos de la Conferencia Episcopal Española nos piden que tratemos de trabajar más en comunión, sinodalmente. Por eso he tratado de que los comunicados emitidos desde la Conferencia Episcopal fuesen consensuados por todos los miembros de la Comisión Ejecutiva y no únicamente por el presidente. Entiendo que es eso lo que pidieron los obispos al elegirme.

Cuando suceden cosas imprevisibles y dolorosas como esta crisis, siempre surge la pregunta: ¿dónde está Dios?
El coronavirus nos ha cambiado la vida y nos hace entrar en una situación de incertidumbre, de miedo y de cansancio: unos estresados por combatirlo y otros agotados por estar encerrados en casa.

Esta situación me hace pensar en los apóstoles viviendo una situación similar de angustia: la barca zarandeada por las olas en medio del lago Tiberíades. Despiertan a Jesús porque estaba durmiendo y Él les dice: «Hombres de poca fe, ¿por qué dudáis?». Y calmó la tempestad.

Sí, nos toca pasar por este momento difícil. Parece que Dios está ausente o dormido, pero no dudemos de que Él nos acompaña y comparte nuestros miedos, nuestras angustias, nuestro cansancio y nuestro dolor. Él nos ama y nos ayudará a salir de esta situación, como ayudó a los apóstoles a salir de la tempestad.

Pidamos insistentemente que ayude a los especialistas a encontrar el remedio a esta epidemia. Pidamos que nos ayude a todos a ser solidarios con los que más sufren.

Y no olvidemos que después de la tempestad llega siempre la calma. Que después de esta vida nos espera Dios con los brazos abiertos para ofrecernos una casa y un lugar en el que no habrá llanto ni dolor, donde seremos felices con Él y con todos los santos. No perdamos la esperanza. El Señor nos acompaña siempre y estará con nosotros hasta el fin del mundo. Así nos lo prometió y yo lo creo firmemente.

¿Cuál debe ser la misión de la Iglesia en estos momentos?
Tratar de iluminar el camino incierto y doloroso que atravesamos. Dar consuelo y esperanza. Y me alegra ver cómo hay tantas y tantas iniciativas que se han puesto en marcha para acompañar a la gente a través de las Misas televisadas y radiadas. Es curioso cómo se ha puesto en marcha en muchos lugares esta cercanía a la gente a través del streaming.

Es muy importante ayudar a vivir la relación con Dios a través de la oración. Y es necesario acompañar a la gente que sufre cansancio, miedo, soledad, que no tiene medios de subsistencia. Cáritas, que es la misma Iglesia, trata de llegar al mayor número posible, con los sencillos medios de los que dispone. Pero están también los comedores de las parroquias y otras iniciativas de comunidades religiosas o de personas particulares que ayudan a resolver muchos problemas de sufrimiento. Y algo que siempre ha hecho la Iglesia, ofrecer personas y dependencias, si fuese necesario, para ayudar en esos momentos de colapso en los hospitales.

¿Es duro para un obispo tener que decidir la dispensa e incluso la suspensión de las Misas públicas?
La Eucaristía es el centro de la vida de los cristianos y, por supuesto, de los sacerdotes. Duele enormemente no poder ofrecer ese gran regalo que nos dejó el Señor de poder participar en la mesa de la Palabra y de la Eucaristía. Pero, gracias a Dios podemos hacerlo a través de la televisión y de internet. De esta manera las casas se convierten en Iglesia doméstica, donde se alaba al Señor, se escucha su Palabra, se ora personal y familiarmente.

Eso me recuerda que, en Japón, cuando llegaron los misioneros después de la gran persecución contra los cristianos en Hiroshima y Nagasaki, donde se habían quedado sin sacerdotes cerca de 200 años, encontraron pueblos en los que había cristianos, gente que rezaba el rosario, sabía recitar el credo, conocían la doctrina cristiana y el mensaje del Evangelio. ¿Quién y cómo habían conservado y trasmitido la fe? Gracias a las familias. En las familias, durante años y años se había rezado y se había transmitido la fe a sus hijos. Es hermoso ver que los cristianos de fe recia saben hacer de sus hogares, de sus propias vidas, un lugar sagrado para alabar y bendecir a Dios, tal como se hace en las iglesias.

Como dice, han surgido numerosas iniciativas para rezar, para seguir la Eucaristía. ¿Es una oportunidad para la creatividad y para la evangelización?
Es cierto. Como indicaba, hay iniciativas de diócesis, de parroquias, de particulares… Parece que todos hemos asumido esa petición que nos hace el Papa Francisco, la de ser Iglesia en salida, Iglesia más misionera.

El tiempo de Cuaresma parece propicio para vivir esta situación.
No esperábamos que la Cuaresma de este año iba a ser de otra manera a como la vivimos siempre. Sabemos, y así tratamos de vivirla cada año, que la Cuaresma es tiempo de conversión, un tiempo para tomar conciencia de que somos frágiles, de que la fuerza viene de Dios; un tiempo para intensificar la oración, la mirada amorosa a Dios, que es Padre de todos y que nos ama tanto que nos ha entregado a su Hijo que ha dado la vida por salvarnos; un tiempo en el que se nos recuerda que no solo de pan vive el hombre; tiempo en el que tenemos que aprender a descubrir la caridad, la solidaridad, y por lo tanto, para redescubrir que el otro es un hermano y no un enemigo y que lo mejor que podemos hacer es perdonarnos tal como el Señor nos perdona a nosotros; un tiempo en el que aprendamos a hacernos más samaritanos y cireneos de los más necesitados. Y, asombrosamente, el coronavirus nos ha forzado a entender más todo eso que tratamos de vivir cada año en Cuaresma.

Ojalá sepamos aprovechar bien este tiempo de confinamiento en nuestras casas para interiorizar este modo de vivir la Cuaresma.

A nivel social, hay mucha gente que se está quedando sin trabajo, muchos mayores solos, migrantes… ¿Le preocupe que esta crisis aumenta la lista de descartados de nuestra sociedad?
Me preocupa y ojalá eso preocupe a todos. Tendremos que hacer un esfuerzo para no olvidar a los más pobres y descartados de la sociedad, para no olvidar a los nuevos pobres que surgirán de esta crisis porque, además de epidemia sanitaria, es también una epidemia que ataca a la sociedad del bienestar. Tendremos que hacer lo posible por ser todos más solidarios y no descuidar a los que saldrán perjudicados por la crisis económica.

El cardenal Omella bendice los ramos en la Sagrada Familia, en marzo de 2018. Foto: EFE/Marta Pérez

¿Dónde deberían poner el foco la Administración y la sociedad en general?
Como nos recuerda el Papa Francisco, siguiendo las enseñanzas de Jesús en el Evangelio, deberíamos poner la mirada en los más pobres y deberíamos mirar desde los ojos de los más pequeños. Ojalá sea siempre así. Es más importante la persona que las cosas y es muy necesario estar pendiente del débil y necesitado. Poner el centro en la persona, y en particular, en la más frágil y necesitada. De esta manera podremos construir una sociedad más humana y humanizadora.

¿Han mantenido contactos con el Gobierno central y autonómico para analizar la situación u ofrecer la ayuda de la Iglesia?
Sí, es necesario, sobre todo en momentos como este, el sumar y colaborar. No sirven de nada el recelo y la confrontación.

La respuesta solidaria también está siendo un factor muy importante. Como dice una campaña de Cáritas Diocesana de Madrid, la caridad no cierra. ¿Cómo fomentarla en tiempos donde se limita el contacto?
La caridad, el amor, es siempre creativo. En cada Cáritas saben cuándo, cómo y de qué manera llegar a los más necesitados. Tienen una gran experiencia en ello y la sociedad confía mucho en el buen hacer de Cáritas. Ayudemos a que no se paralice esta cadena de caridad.

Estos días, hablando con las Hermanas de la Caridad, las de la madre Teresa de Calcuta, me comentaban: «Se nos ha agotado el almacén de comida. Necesitamos alguien que nos ayude a ir a los supermercados a reponer la comida y necesitamos furgonetas y voluntarios. Seguro que Cáritas podrá ayudarnos». Mi respuesta fue que eso era evidente. Y les pregunté: «¿Pero disponen de dinero para la compra?». La respuesta fue: «Sabe que vivimos de la providencia y siempre nos sorprende, hoy mismo hemos recibido la cantidad suficiente para comprar la comida que necesitamos para varios días».

Emociona ver la solidaridad de la gente. En los momentos de mayor crisis surge ese fondo de amor y de humanidad que maravilla, asombra y nos hace reconocer que hay más bondad que maldad en el corazón humano.

¿Cree que esta crisis es una cura de humildad para el hombre de hoy, fundamentalmente para el que vive en Occidente?
Ciertamente. Conviene recordar lo que dice san Pablo en una de sus cartas: que todo concurre para nuestro bien (Rm 8, 28-30). No podemos olvidar que de todo podemos sacar provecho. Y una gran lección que podemos aprender es que somos frágiles y no somos tan importantes como, a veces, creemos. Experiencias como estas nos sirven para recordar que en este mundo estamos de paso y que vamos camino de otra vida en la que nos espera Dios, nuestro Padre que nos ama. Es una ocasión para abrirnos más a la fe en Dios.

Podemos descubrir que esta epidemia nos iguala a todos. El virus no distingue estamentos sociales, ataca por igual a pobres y a ricos, a asiáticos y a europeos. Es cierto que algunas personas y edades son de alto riesgo, pero todos somos susceptibles de contraer la enfermedad. Si somos tan poca cosa y tan parecidos, ¿por qué vivir el enfrentamiento, la desunión, las peleas y la insolidaridad? Es una invitación a recuperar el valor de la fraternidad.

Esta situación también nos puede ayudar a vivir más la solidaridad. Nos necesitamos todos y de manera especial los más vulnerables. ¿Seremos capaces de replantearnos la sociedad del bienestar? El Papa nos recuerda muchas veces que esta economía en la que se ha instalado nuestro mundo es una economía que mata. ¿No llega el momento de abrirnos a una economía más solidaria, más de comunión?

«No estáis solos»

¿Qué mensaje lanza la Iglesia a tantas personas que están sirviendo a la sociedad ahora?
No estáis solos. Os acompañamos con nuestra cercanía y afecto. Os acompañamos también con nuestra oración. Gracias de todo corazón.

A los poderes públicos…
Gracias por vuestro enorme esfuerzo en atender esta emergencia producida por la pandemia del coronavirus. Soy consciente de que no siempre es fácil tomar decisiones impopulares pero, a veces, lo exige el bien común de todos los ciudadanos. Hoy, más que nunca, las autoridades necesitáis de nuestra oración intensa para que el Señor os ilumine y os dé la necesaria serenidad para tomar las decisiones que sean oportunas.

A los trabajadores de los centros sanitarios y farmacéuticos…
Quiero agradecer de todo corazón la labor inmensa que estáis realizando tantos médicos, enfermeros, farmacéuticos, auxiliares y personal administrativo y de limpieza de los centros hospitalarios. Vosotros estáis regalando todo vuestro saber, vuestra energía y vuestro tiempo por atender a nuestros hermanos y hermanas enfermos. Lo hacéis conociendo el riesgo de contagio de este virus. Algunos de vosotros os habéis infectado durante vuestra atención a los contagiados. Gracias por todo este servicio y por el amor con el que atendéis a los enfermos y acompañantes.

A los contagiados por el virus y a los que estáis en cuarentena…
Vosotros estáis siendo los primeros en padecer los efectos de este virus. Nos dicen los expertos que tarde o temprano muchos de nosotros pasaremos este mismo proceso. Gracias por vuestro testimonio de entereza, gracias por vuestros detalles con las personas que os atienden y cuidan de vosotros con tanta entrega generosa. Gracias por poner todo lo que está de vuestra parte para evitar nuevos contagios. Todos vosotros estáis presentes en nuestras oraciones, pedimos por vuestra pronta recuperación.

A otros os toca pasar por la incertidumbre de la cuarentena. No os encontráis mal, pero os toca seguir estas medidas de prevención. Gracias por vuestra paciencia. Aunque no os lo parezca, puede ser un tiempo ideal de retiro personal y espiritual. Vais a tener tiempo libre. Que no os roben todo el tiempo las tecnologías. Sí, dedicad tiempo para pensar, para repasar vuestra vida, para pensar hacia dónde y cómo queréis orientar el resto de vuestras vidas en este mundo, a la espera del encuentro definitivo con Dios.

A las personas de riesgo: mayores, niños y enfermos crónicos…
Este tiempo de incertidumbre puede ser para vosotros de una mayor preocupación y angustia al ser conscientes de vuestra fragilidad. Debéis saber que no estáis solos, que contáis con nuestra oración y con la cercanía atenta de todos los fieles de esta diócesis. No dejéis de pedirnos ayuda, atención, escucha, etc.

Por favor, os pido que sigáis con atención y responsabilidad todos los consejos e indicaciones de nuestras autoridades. Ellos velan por todos nosotros y, de una manera particular, por cada uno de vosotros. Os invito encarecidamente a quedaros en casa y a participar en la Misa diaria o dominical a través de la televisión o de la radio.

Los niños y niñas seguro que os habéis dado cuenta de que vivimos un momento singular. Pueden parecer unas vacaciones, pero bien sabéis que se trata de un tiempo que va a poner a prueba vuestra paciencia. Puede ser un tiempo ideal para dejar que crezca vuestra creatividad. Os pido que ayudéis mucho a vuestros papás y mamás. Ellos necesitan de vuestra colaboración. La mejor manera es que seáis obedientes, que les ayudéis en las tareas de la casa, que sepáis distinguir los momentos de hacer deberes de los de jugar. Y, en estos días, que, seguro que van a ser bastante largos, no os olvidéis de Jesús y de la Virgen María. En familia y personalmente rezad, hablad con Dios, confiaos a los ángeles de la guarda.

A los padres y madres y a los profesores…
No siempre somos conscientes de la hermosa labor de los padres que cuidan y educan a sus hijos. Gracias por la entrega generosa que tenéis hacia los hijos. Ellos son el futuro de la sociedad y de la Iglesia. A pesar de que a veces os toca sufrir, los hijos son la alegría de padres y abuelos. Son un regalo que Dios os confía.

Estos van a ser tiempos de roces y de pasar mucho tiempo juntos. No va a ser fácil, pero os animo a seguir educando a vuestros hijos, no abandonéis esa misión tan hermosa que, en primer lugar, os corresponde a vosotros en beneficio de toda la sociedad. ¡Cuánto debemos a nuestros padres y abuelos! Este tiempo que nos toca vivir es también una gran oportunidad para el diálogo profundo en familia, para repensar nuestros esquemas de valores. Pidamos a Dios que os ilumine y que os guarde siempre en su paz.

Y agradezco también a los profesores la paciente y exigente labor de formar a los alumnos. Seguid haciendo este apasionante trabajo en conexión directa con los padres. Esta crisis a buen seguro va a generar muchas preguntas profundas en nuestros niños y jóvenes. Será una gran oportunidad para ir a fondo, para promover los valores humanos, éticos y espirituales. Recordadles que no consiste todo en saber mucho para ganar mucho dinero. Ayudadles a descubrir los valores de la solidaridad, de la fraternidad, de la convivencia, de la tolerancia y del respeto a la diversidad.

A los presbíteros, diáconos, consagrados, consagradas y agentes de pastoral…
Gracias por la labor impresionante que realizáis en las distintas parroquias, lugares de culto, en los distintos ámbitos de la pastoral. También a vosotros os preocupa la situación que estamos viviendo por causa de esta pandemia.

Procurad estar cerca de quienes sufren y lo pasan mal, aunque solo sea porque sienten la soledad y la angustia del contagio de la enfermedad. Estad disponibles en todo momento para acoger y atender a todos. A veces basta simplemente escuchar, dar una palabra de consuelo y de ánimo. Durante estos días, aprovechad de una manera particular el teléfono, internet y las nuevas tecnologías para estar muy cerca de vuestros feligreses.

A los trabajadores de supermercados y de servicios de limpieza…
Compartimos vuestra preocupación y vuestros miedos. Pedimos con vosotros y por vosotros para que no os falte lo necesario para vivir y que podamos salir pronto de esta situación de angustia y dolor. ¡Qué el Señor os bendiga, os guarde y os conceda a todos su paz!

Por último, no quiero olvidar a tantísimos autónomos y pequeños empresarios que afrontan esta situación con tanta inseguridad y preocupación. Recemos por ellos, demos a conocer su situación a las autoridades y ayudémosles en lo que esté en nuestras manos.