Monseñor Cobo: «A lo mejor no se nos escapa el tiempo» - Alfa y Omega

Monseñor Cobo: «A lo mejor no se nos escapa el tiempo»

Monseñor José Cobo, obispo auxiliar de Madrid, ha escrito una reflexión «a mis amigos que se quedan en casa», en la que se pregunta «si no podemos cambiar el ritmo de verdad». Este parón «puede ser una oportunidad en la medida que, con lucidez, incorporemos un cambio. Dejar de darle vueltas al «sálvese quien pueda», o al esfuerzo desgastador de «llenar las horas y las ocupaciones», y atrevernos a acoger la pregunta fundamental, que no es tanto ¿por qué me sucede esto?, sino más bien: ¿para qué nos sucede esto?»

José Cobo Cano
Foto: Pixabay

Cuarentena sobrevenida, cuaresma insólita que a lo mejor esconde su sabiduría. Sin casi creerlo aún, nuestra casa se ha cerrado, los planes y plannings se han cancelado. Y no por unos días solo.

Habituados a la sobreabundancia de encuentros, abrazos, planes y proyectos, nuestros ojos estaban multiplicándose entre las pantallas y nuevas pestañas. Nuestros oídos entre apps, mil músicas, plegarias y noticias. De repente parece que todo cambia el paso.

Al principio nos quedamos perplejos. Pero siempre la creatividad es generosa y multiplica nuevas posibilidades, alternativas en la red, películas, reuniones virtuales, Misas, adoraciones… El tiempo recluido puede, de repente, ser sobresaturado con nuevas ocupaciones, con más pantallas o nuevos recursos que nos vuelvan a la normalidad anhelada. Necesitamos estar saturados.

Pero me pregunto si no podemos cambiar el ritmo de verdad. Este parón puede ser una oportunidad en la medida que con lucidez incorporemos un cambio. Dejar de darle vueltas al «sálvese quien pueda», o al esfuerzo desgastador de «llenar las horas y las ocupaciones», y atrevernos a acoger la pregunta fundamental, que no es tanto ¿por qué me sucede esto?, sino más bien: ¿para qué nos sucede esto? De repente lo que en un primer momento parece una maldición o una prueba insuperable, se convierte en oportunidad que no puede desperdiciarse, si dejamos que nos resitúe vitalmente.

A lo mejor esto nos sirve para comprender que caminamos siempre juntos. Que nadie se salva solo, que ante Dios no hay fronteras, aunque las fabriquemos con insistencia.

A lo mejor esto nos sirve para poner a las personas ante Dios en primer lugar y contemplarnos como creaturas, no como pequeños dioses aparentemente seguros, pero ocultando nuestras fragilidades y vulnerabilidades.

A lo mejor esto nos hace valorar la importancia de una salud universal y solidaria, que sustente el bien común.

A lo mejor comenzamos a valorar lo débil de nuestra omnipresente economía y aprendemos a fortalecerla con nuevas alternativas que ayuden a las personas después de estos momentos.

A lo mejor, esta cuarentena súbita es una oportunidad para entrar en el desierto y aprender a escuchar la voz de Dios en el silencio, o en la vulnerabilidad propia y ajena; incluso en el miedo o entre los aplausos desde la ventana, que nos recuerdan que dependemos unos de otros.

Siempre ha estado ahí la voz de Dios. A lo mejor nos damos cuenta que la habíamos ahogado entre otras voces, o entre mil preocupaciones que ahora se volatilizan por efímeras, aunque antes nos atrapaban y ahora descubrimos que no eran fundamentales.

A lo mejor ahora podemos entrar en el desierto del cuarto, de la casa, para poder escuchar las notas fundamentales de la vida, lo que realmente merece a la pena.

Cierto que tendremos tentaciones. Siempre habitan las puertas de cada desierto. Podemos maquillar el silencio, o la rutina familiar, llenándolos de nuevos fuegos de artificio, y sin cambiar nada entrar en la vorágine de llamadas, juegos, canales de YouTube, videoconferencias, televisión… Todos son unos recursos admirables y portadores de la bondad de la comunicación, pero fuera de medida es volver al principio. En desmedida no habrá servido para nada esta oportunidad, y la vida se irá, una vez más, como arena entre los dedos.

Tentación también es olvidar a los que están cerca de nosotros. Aquellos que pared con pared, día a día, habitan nuestros espacios comunes. Simplemente estar con ellos y para ellos. Conversar, llorar y reír desde el alma. Ahora es posible porque el corazón está más a flor de piel.

Incluso podemos dejar la puerta abierta a la vieja tentación de no afrontar la debilidad, la enfermedad y el sufrimiento. Este tiempo nos abre al viejo aprendizaje humano de acoger la fragilidad como compañera de viaje en la vida, aunque a veces nos resistimos a aceptarla en nosotros o cerca, muy cerca de cada uno. Es momento de escuchar a san Pablo, que nos anima a hacer nuestro su canto: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte». Nos ayuda a ser más humanos y a caminar siempre hacia Dios.

El primer Domingo de Cuaresma salimos con Jesús vencedores de las tentaciones. Con Él seguiremos adelante en este nuevo desierto, camino hacia tierras mejores.

A lo mejor podemos parar de verdad y escuchar. Dios no deja de hablar.

A lo mejor este tiempo complicado es lugar para que sientas el abrazo que Dios desde hace tiempo te está dando. Pero no olvides que dependemos unos de otros. A lo mejor esta es la gran lección que incorporamos a nuestra forma de orar y pensar. No podemos orar ni salvarnos en solitario, sino en solidario. La vida, como vemos es débil, y hemos de protegerla juntos.

La cuarentena no nos aísla, sino que nos conecta desde el hondo silencio de la espera. Conectados a los cercanos y a los que huyen no solo del virus, sino de guerras, de la pobreza o del paro.

A lo mejor entramos en la espesura del tiempo de confinamiento y nos topamos con lo esencial.

Para ello tendremos que, antes que planificar y organizar, entrar en la humildad de acoger lo que la vida nos trae. La clave es acoger y abrazar la realidad en Dios con la mirada de los pequeños. Y luego buscar cómo se hacen nuevas todas las cosas: llamar por teléfono, echar de menos a los nuestros, los ayunos que se nos vienen encima, y que ofrecidos son una oportunidad.

A lo mejor es un tiempo nuevo para vivir el compromiso no solo desde el hacer cosas, sino redescubrir cómo podemos darnos y acercarnos desde el corazón. Conectarnos vitalmente desde la oración y el silencio, al drama de nuestros hermanos que esperan nuestro corazón entregado antes que nuestras cosas.

Decía una canción: «¿A dónde irán los besos que no dimos?» Me pregunto a dónde irán los abrazos que se contienen ahora, a dónde los encuentros y las risas compartidas. La respuesta es sencilla: el amor no se confina. Aparece el momento de seguir dándolos, pero en forma de oración, de silencio y de entrar en esa espesura de la vida que es más fuerte que la cuarentena o los aislamientos. Es tiempo de ensanchar el alma y desde Dios conectarnos más.

No estas solo. Busca a Dios y en su corazón nos encontrarás a todos. Y te encontrarás a ti.

Ánimo, que a lo mejor hacemos de este un tiempo nuevo. Feliz oportunidad.