¿Crees tú en el Hijo del hombre? - Alfa y Omega

¿Crees tú en el Hijo del hombre?

IV Domingo de Cuaresma

Daniel A. Escobar Portillo
‘Curación del ciego de nacimiento’. A. N. Mironav

El pasaje de la curación del ciego de nacimiento nos sitúa, de nuevo, en el contexto de confesión de fe bautismal que destacan las lecturas del Evangelio de estos días. Tras escuchar el reconocimiento que la samaritana hace a Jesús como agua viva, en este domingo comprobaremos que el ciego curado confirmará su fe en el Hijo del hombre.

La centralidad de la persona

El texto parte de una disputa habitual en la mentalidad de ese tiempo. Cuando alguien tenía una grave enfermedad se consideraba que esta era consecuencia de un pecado, o bien propio o de sus padres. Por eso, antes de describir la curación, el evangelista alude a la pregunta de los discípulos al Maestro sobre si pecó el ciego o sus padres. Jesús responde con un tajante «ni este pecó ni sus padres» y presentará ese caso como la ocasión para realizar las obras del que le ha enviado, es decir, manifestar el amor y la misericordia de Dios con los débiles. Sin quitar nada al valor de la curación física del ciego, las palabras del Señor revelan desde el principio el deseo de subrayar que ninguna persona puede ser considerada de menor valor que las demás ni por su enfermedad, ni por su pecado, como nos hacen ver otros pasajes evangélicos conocidos, como, por ejemplo, el encuentro entre Jesús y la mujer adúltera o la misma parábola del hijo pródigo. Por otra parte, en su modo de obrar Jesús no se detiene en aspectos secundarios de la persona con la que se encuentra. Ni siquiera establece una conversación con el ciego antes de la curación, sino que actúa directamente para solucionar la ceguera.

El modo de curar al ciego

Es significativa la manera que Jesús tiene de devolver la vista al enfermo. Escupe en la tierra, hace barro, se lo unta en los ojos al ciego y lo manda ir a lavarse. Se trata de una acción con gran paralelismo con la creación del hombre a partir del barro. Además, este gesto nos recuerda a la unción del rey David por parte del profeta Samuel, que no por casualidad escuchamos como primera lectura de este domingo. Si el barro se refiere a la creación, la unción aludirá a una misión recibida. Ciertamente, el que ha recibido la vista experimentará ahora su vida como un nacer de nuevo, puesto que su existencia ha cambiado de modo completo. Pero al mismo tiempo recibe una tarea, la de anunciar a los demás aquello que ha sucedido. Y es aquí donde se produce un vivo e intenso diálogo entre los judíos y el que había sido ciego. Es interesante observar que el enfermo curado da testimonio de unos hechos constatables por todos. En un primer momento ni siquiera se refiere a la identidad de quien le ha devuelto la vista. Se limita a constatar que era ciego y ahora ve. Con ello observamos que no se trata de una curación oculta, o de una especie de impresión interior de la acción del Señor. Todos pueden darse cuenta de que este era ciego y ahora ve. Sin embargo, la cerrazón de los fariseos constata al mismo tiempo que el corazón del hombre puede no reconocer las evidencias más claras de la vida.

En clave bautismal

El periodo de Cuaresma ha sido tradicionalmente reconocido como un tiempo de purificación e iluminación, especialmente para los que van a recibir el sacramento del Bautismo en la Vigilia Pascual. El relato del ciego de nacimiento nos ayuda a comprender que el itinerario de fe es un progresivo encuentro con la luz de Jesucristo. La Iglesia ha visto en la piscina de Siloé una imagen de la fuente bautismal, donde el que ha sido ungido con óleo será capaz ahora de reconocer a Jesucristo como el Hijo del hombre, a través de los graduales pasos de crecimiento en la fe que aparecen en el pasaje de este domingo.

Evangelio / Juan 9, 1. 6-9. 13-17. 34-38

En aquel tiempo, al pasar, vio Jesús a un hombre ciego de nacimiento. Entonces escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado)». Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: «¿No es ese el que se sentaba a pedir?». Unos decían: «El mismo». Otros decían: «No es él, pero se le parece». Él respondía: «Soy yo». Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista. Él les contestó: «Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo». Algunos de los fariseos comentaban: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado». Otros replicaban: «¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?». Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?». Él contestó: «Que es un profeta». Le replicaron: «Has nacido completamente empecatado ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?». Y lo expulsaron.em

Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: «¿Crees tú en el Hijo del hombre?». Él contestó: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?». Jesús le dijo: «Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es». Él dijo: «Creo, Señor». Y se postró ante Él.