Guardianes de nuestros hermanos - Alfa y Omega

Con motivo de la pandemia del coronavirus, se está dando en nuestra sociedad una apertura a la solidaridad con una belleza fuera de lo corriente. Todos tratamos de dar respuesta concreta al llamamiento que se nos hace. Todos somos responsables de todos. Os animo y aliento a comprometernos con decisión para ayudarnos unos a otros y eliminar este virus y sus secuelas. No podemos responder a la pregunta de Dios a Caín, «¿Dónde está tu hermano?», con su evasiva irresponsable: «¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?» (Gn 4, 9). Nuestra respuesta ha de ser la que nos enseña Jesucristo: todos somos garantes de la vida de los demás y guardianes de nuestros hermanos.

Me vais a permitir que os confiese que estoy viviendo estos días una experiencia de Iglesia impresionante. La belleza de lo que es la Iglesia fundada por el Señor brota de una manera genuina y espontánea. Ser miembros vivos de la Iglesia configura nuestra existencia. ¡Qué estampa más evangélica ver a sacerdotes, miembros de la vida consagrada y laicos, abnegadamente al lado y al servicio de personas y familias afectadas por el coronavirus! Late con potencia el deseo de su corazón de querer ser fieles a la misión de la Iglesia, expresando con obras esos principios de los cuales tantas veces hablamos: el de la solidaridad y el de la subsidiariedad. Ambos tienen de fondo la caridad que lo envuelve todo. Es importante comprender que estos principios no son solamente horizontales. Por el contrario, tienen una dimensión vertical hermosa, que les da una fuerza singular. Jesús nos manda hacer a los demás lo que queramos que los demás nos hagan a nosotros: amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos (cf. Mt 26, 39).

¿Os habéis dado cuenta de la fuerza que tiene para los cristianos ver que la solidaridad se eleva al rango de virtud social cuando se apoya en estructuras de fraternidad? ¿Qué son, si no, todas las obras y acciones que está realizando nuestra Cáritas Diocesana, Pastoral de la Salud, Pastoral de la Juventud, parroquias y otras muchas instituciones de Iglesia? La creatividad de la caridad, esa nueva imaginación de la caridad, me impresiona. Es una forma de actualizar en medio de la crisis el lema que nos lleva animando varios años: Entre todos, con todos y para todos. Un modo concreto de llevarlo a cabo en nuestra archidiócesis es la campaña: #LaCaridadNoCierra. Soy tu vecino de apoyo. Se trata de que en estos momentos nadie esté solo, que todos podamos ayudar. ¡Qué decisión más bella! Nace de vivir lo que es la Iglesia, de la necesidad de estar junto a los que más nos necesitan y de ponernos a su disposición. Es la decisión firme de cada persona de trabajar por el bien común, pues, efectivamente, todos somos responsables de todos.

Es importante experimentar en la propia carne lo que es ser miembros de la Iglesia. Provenimos de lugares muy diversos, de situaciones económicas y culturales distintas, incluso tenemos sensibilidades religiosas con muchos matices. No importa. Menos ahora. Es el momento de experimentar con intensidad cómo la Iglesia muestra su catolicidad, cómo ese nuevo Pueblo de Dios se amplía de tal manera que desaparecen todas las fronteras y nos vincula nuestra común bendita humanidad. Todos tenemos la gracia de vivir, como la Iglesia desde el inicio, su esencia más profunda que es la catolicidad. En estos días decisivos de dificultad, estamos dando innumerables muestras de cómo la Iglesia debe ser más que nunca lo que verdaderamente es: en el nombre de Cristo, abre fronteras, derriba barreras, no se olvida ni desprecia a nadie. Hoy tiene que abrazar a todos los seres humanos sin distinción, especialmente no olvidando a los que más lo necesitan. Hay tareas en la Iglesia que son escondidas y otras más visibles, pero todas ellas resultan necesarias para que la barca de Pedro pueda seguir navegando en medio de la tempestad para entregar a Cristo y poder regalar su salvación. La gloria de ser miembro de este Pueblo de Dios que camina y afronta todas las situaciones solo se puede expresar abrazando a todos los hombres.

¿Qué es lo más valioso de la Iglesia, cuál es el plus que aporta en esta hora? Os diría que la fuerza animante y transformadora del Evangelio. Se trata de un mensaje que no se impone, porque la fe en Cristo que anuncia la Iglesia solamente puede existir en libertad. Por eso, la solidaridad fraternal y la libertad, que suponen el respeto mutuo, la tolerancia y la apertura cultural, pero van más allá, han de caracterizar nuestro encuentro con el prójimo. ¡Qué fuerza tiene ver a la Iglesia en todas las partes de la tierra, en todas las culturas, entre todas las razas, pidiendo simplemente libertad para revelar a Jesucristo a quien no podemos esconder, quien nos amó hasta el extremo!

Lo que os digo es esencial para nuestra misión. Quiero seguir alentándoos para que seamos signos vivos de compasión, misericordia y esperanza en medio de la crisis. Recordemos aquellas palabras del Señor: «Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis; dadlo gratis» (Mt 10, 8). Me agrada recordaros tres vertientes de la acción de la Iglesia que nunca podemos olvidar y que manifiestan su naturaleza íntima, para que nos examinemos y veamos cómo las vimos en cada situación de nuestra vida:

1. Anuncio de la Palabra de Dios. Dejemos que sea la Palabra de Dios la que ilumine nuestras vidas y el momento en el que vivimos.

2. Celebración de los sacramentos. Ahora que no podéis ir a la Iglesia a celebrar la Eucaristía, os invito a vivirla siguiéndola por radio, televisión o internet. Todos los días celebro una Eucaristía a las 19:00 horas que se puede seguir en youtube.com/archimadrid.

3. Servicio de la caridad. Vivid para los demás, mostrad el rostro cercano de Cristo de modo concreto en vuestra familia, con los vecinos más necesitados.