Sacerdote en cuarentena por coronavirus pierde a su padre, pero «Dios nos quiere» - Alfa y Omega

Sacerdote en cuarentena por coronavirus pierde a su padre, pero «Dios nos quiere»

Ángel Amigo es un sacerdote madrileño que perdió a su padre por coronavirus el viernes. Él lo ha padecido y su madre también, y hoy están en cuarentena de aislamiento. «Todo esto, aunque nos duela, es por puro amor de Dios, porque nos quiere», afirma al mismo tiempo que pide: «Aprovechad, hablad, rezad juntos, somos familia»

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Ángel Amigo celebra la Eucaristía estos días en cuarentena en su casa

Párroco de Colmenarejo, un pueblo de la sierra de Madrid, hace unos días, «en plena fiebre de noticias por el coronavirus en Italia», Ángel Amigo empezó a padecer los síntomas típicos de la pandemia, y después de él fueron sus padres. Así empezó un rosario de visitas a ambulatorios y hospitales del que él y su madre han podido salir. No así su padre, que falleció el viernes.

Pocas horas antes de fallecer su padre, Ángel pudo ir a verle a la UCI, «con mucho gel, con mascarilla y con todos los cuidados posibles. Gracias a eso pude dar la Unción a mi padre y perdonarle sus pecados, porque si no, mi padre se habría ido sin los sacramentos». Las siguientes horas fueron «muy duras», porque «no pudimos ver el féretro. No hemos podido pasar por esa fase del duelo. Le dejamos en el hospital, y de repente te tienes que poner a arreglar papeles. Está siendo muy duro».

Ángel y su madre incluso tuvieron que seguir por móvil el responso a su padre delante de la puerta del crematorio, sin bajarse del coche, por precaución. «Nos ha resultado muy duro el no poder velarle. No hemos podido ni despedirnos».

Al habla el sábado con Alfa y Omega, Ángel afirma que «nos quedan ocho días de cuarentena, no nos podemos dar ni siquiera un paseo y estamos rodeados de todas las cosas de mi padre, viendo su programa de tele favorito… Mi madre está muy triste. Está siendo muy difícil y casi cruel».

Hoy los síntomas han remitido tanto para Ángel como para su madre, y él intenta continuar como puede su vida de oración habitual: «Yo sigo celebrando la Misa por mi pueblo todos los días. De hecho la voy a celebrar en cuanto te cuelgue el teléfono, junto a mi madre. La vamos a ofrecer por todos los enfermos de este virus y por todos los profesionales sanitarios que a día de hoy se están volcando en este tema, y por todos los casos cercanos de los que nos vamos enterando». Su vida espiritual sigue siendo intensa pero «echo mucho de menos el sagrario, poder sentarme delante para estar con el Señor y hablar con Él».

Con los sacerdotes de la zona sigue teniendo contacto vía WhatsApp: «Me están acompañando mucho por teléfono, y me consoló mucho también que al crematorio fueran algunos de mis compañeros». Sobre la decisión de suspender el culto público en la diócesis, Ángel comenta que «para mí eso es querer a la gente. No sabemos cómo parar todo esto, por eso para mí esta decisión es un acto de amor. Nos basta con saber que el Señor dice que allí donde estén reunidos dos o tres en su nombre allí estará Él en medio de ellos».

La contrapartida de todo esto para él es una sensación de «soledad» por no poder salir a atender a la gente. «Me siento impotente, y la gente también: una señora de la parroquia me ha escrito pidiéndome que fuera a llevarle al Señor, aunque fuera dejándole en el buzón, pero eso es imposible. Es un dolor muy grande el no poder ir a las casas, y para la gente es un dolor muy grande también el que no pueda ir. Precisamente porque les quiero no puedo ir. Es una mezcla de rabia y de impotencia».

Para Ángel, todo esto que está pasando es «una Cuaresma diferente» en la que «el Señor nos está imponiendo una penitencia a todos». Esta va a ser una Semana Santa «en la que los sacerdotes vamos a estar solos, pero celebrando el Triduo Pascual por el bien de las almas de todo el mundo».

Ángel junto a sus padres en una peregrinación a Tierra Santa

Sin embargo, a pesar de todo, «y con todo el dolor que tengo en el corazón por haber enterrado ayer a mi padre, pienso que esta situación es una bendición», asegura Ángel. «Te lo digo llorando, y parece contradictorio, pero es lo que pienso. Por ejemplo, hace mucho que no tenía tiempo para sentarme a hablar con mi madre. Y ahora estoy con ella cocinando y poniendo lavadoras, juntos todo el rato. Pienso en cómo estará la gente ahora y me digo: “¿Cuánto hace que no tenemos tiempo para estar con nuestras familias, para hablar?” Nos tenemos que dar cuenta de esto. Ahora habrá muchos padres agobiados por el cierre de los colegios, pero ¿cuánto tiempo hace que no te sientas a hablar con tu hijo, o con tu padre? ¿Cuánto hace que no hablamos? Habla con tu madre, con tu hijo, con tus abuelos. Llama por teléfono a esa persona que hace tiempo que no ves. Es un tiempo de bendición. Reza en familia, rezad el rosario en familia. ¿Cuánto hace que no rezamos el rosario juntos? ¿Cuándo fue la última vez que vimos la Misa en la tele? Es tiempo de estar juntos».

Por eso, para Ángel estas semanas de «castigo divino», como lo menciona riendo, «nos van a hacer mucho bien a la humanidad. Un detalle: China ha estado paralizada y han bajado los niveles de contaminación. Esta situación puede ser una bendición, nos tiene que hacer pensar: ¿qué estoy haciendo todos los días con mi vida que me estoy cargando el mundo, que me estoy cargando mi familia, que me estoy cargando el amor? Yo, por ejemplo, he decidido cuando salga de la cuarentena que mi vida va a ser mucho más pausada. No se puede atender a todo el mundo con prisa. Nos tenemos que plantear cosas…».

A día de hoy, Ángel es un párroco sin contacto con su parroquia, aislado en su casa, pero recoge el reto de Alfa y Omega de poder dirigirse a una parroquia improvisada: los miles de lectores que leerán estas líneas. ¿Qué les diría, desde su aislamiento? Ángel rompe a llorar y dice: «Yo os diría que Dios os quiere mucho, que todo esto, aunque nos duela en el alma, es por puro amor de Él, porque nos quiere, porque quiere que paremos, que volvamos a ser personas, que podamos mirarnos a la cara, que no estemos discutiendo siempre. Este tiempo nos va a ayudar a todos a darnos cuenta de la bendición tan grande de poder tener la Misa, de tener sacerdotes, de tener catequistas, de tener voluntarios de Cáritas… Dios quiere que seamos una familia, y no lo somos. Creo que lo que más ofende a Dios hoy es que la Iglesia no es una familia. Estamos todos agobiados y cansados. Yo creo que Dios nos ha parado para que nos demos cuenta de que somos una familia y nos tenemos que querer mucho».