Volver al humanismo - Alfa y Omega

En 2020 celebramos el centenario del nacimiento de Miguel Delibes (Valladolid, 17 de octubre de 1920). Dejó este «mundo de abyección y egolatría» –así lo denominó sin tapujos– hace diez años, el 12 de marzo de 2010. Doble efeméride que, de nuevo, pone sobre la mesa la centralidad de este clásico de las letras españolas.

Fue Delibes un hombre de fe heterodoxa, en lo que acompañó a su tocayo Miguel de Unamuno. Una fe cristiana pluriforme (siempre confesada, nunca escondida) que, en Delibes, estuvo unida de manera inexorable a un profundo sentido de hermanamiento con los más desfavorecidos y que puso de manifiesto a través de una abierta censura a cuanto nos deshumaniza. Resultan peligrosamente actuales, casi dolorosas, sus palabras en Un mundo que agoniza (1975), donde leemos que «la alienación se produce como fenómeno general y masivo»: hemos creado un escenario en el que nadie reflexiona por sí mismo y en el que se han impuesto las consignas fáciles, eliminando así el desarrollo de un pensamiento crítico propio. Mas, también y sobre todo, recalca Delibes que hemos abandonado el horizonte de la trascendencia y, con ello, toda aspiración espiritual, que «es borrada en las nuevas generaciones», mientras los estudios de Humanidades «sufren cada día, en todas partes, una nueva humillación». Nuestro universo se ha cosificado y solo existe un juego, el de producir y consumir, que nos aboca, por añadidura, a abusar sin descanso de la naturaleza «como si hubiéramos de ser los últimos inquilinos de este desgraciado planeta, como si detrás de él no se anunciara un futuro».

Es aquí inevitable recordar aquel diálogo en La sombra del ciprés es alargada (1948), en el que uno de los protagonistas asegura que estamos apegados al ideal del cuerpo, «mas habiendo detrás un alma, merced a la cual el cuerpo alienta, supone una aberración vivir solo para el mundo». Por contrapartida, para el ser humano que tiene fe «la dicha no es de este mundo». Aunque no solo hemos extraviado nuestra condición espiritual, sino que hemos creado con ello una dinámica de seres aislados que se asemejan demasiado a las cosas, intercambiables los unos por los otros.

El último Delibes cayó en un pesimismo atronador. Sin embargo siempre mantuvo una doble fe: confiaba ciegamente en que esa olvidada trascendencia retornaría algún día y, en segundo lugar, se encomendaba a la curiosidad humana, característica que nos dota de un instintivo ahínco por conocer el porqué de cada suceso.