Irak: dramático SOS de una familia de cristianos refugiados - Alfa y Omega

Irak: dramático SOS de una familia de cristianos refugiados

Después de dejar su país, se encuentran en Georgia sin posibilidad de trabajar ni establecerse y buscan obtener un visado para Francia

Aleteia

«Tenéis que saber lo que nos pasa…», dicen presentando el plato que han realizado para Pascua: unas galletas hechas con frutos secos y huevos duros pintados de colores vivos.

El año pasado, celebraron esta fiesta con sus familiares y vecinos en Irak. En aquella época nadie había oído hablar de la organización Estado Islámico.

Para la fiesta de Pascua de 2015, los padres y sus cuatro hijos viven exiliados en Georgia, en un alojamiento provisional, sin saber lo que les sucederá mañana.

Huida desesperada

Vivían en Ankawa, en los alrededores de Erbil (Kurdistán iraquí) cuando, en el mes de agosto de 2014, vieron de repente su barrio invadido de soldados kurdos. Eso significaba que los combates llegaban hasta ellos: los yihadistas del Estado Islámico no estaban lejos.

Rápidamente llenaron su coche con ropa y algunos juguetes para el pequeño de 6 años y se fueron. La mayor parte de sus vecinos cristianos hicieron lo mismo y se reencontraron en el aeropuerto de Erbil.

«Una semana antes, estábamos en la boda de un primo, sin sospechar que tendríamos que huir», explica el padre de familia, un ingeniero de 49 años que trabajaba para el gobierno iraquí hasta agosto de 2014. Su esposa era profesora de arameo, la lengua natal de esta comunidad caldea.

Partir sin importar a dónde

En el aeropuerto de Erbil, la multitud era aterradora. El padre intentó encontrar seis billetes para huir. Sólo encontró plazas gracias a un amigo que trabajaba en una agencia de viajes, y en un avión que partía a Tbilissi, en Georgia.

No conocían casi nada de este país, pero se veían impulsados a viajar por las noticias terribles que llegaban de Irak. Su mayor miedo: que las mujeres fueran secuestradas.

Al aterrizar se vieron obligados a vivir en un hotel, lo que socavó sus economías ya maltrechas por el precio de los billetes de avión: mil dólares, ¡cinco veces más que el precio normal!

Rápidamente se dieron cuenta de que no podrían establecerse allí. Los propios georgianos intentan salir de su país para encontrar trabajo porque el país atraviesa una grave crisis económica marcada por una altísima tasa de paro.

La familia iraquí está completamente perdida. «Estamos deprimidos –lamenta la madre de familia-, solos, sin nadie que nos ayude, nadie habla arameo, ni kurdo, ni siquiera árabe o inglés».

Un día, al tomar un taxi, el chófer les oye hablar entre ellos en arameo y llama a uno de sus amigos caldeos, que conoce esta lengua. A pesar de las diferencias de dialectos, logran entenderse, y la familia se entera de que existe una comunidad caldea en Georgia.

Con la ayuda del taxista, se encuentran con el obispo de Tbilissi, el padre Benjamin, que les encuentra una vivienda asequible e invita a sus feligreses a ayudar.

Solidaridad caldea

La cálida bienvenida de sus hermanos en la fe, que hablan un arameo parecido al suyo, les salva de la depresión. «Nos dan todo lo que pueden, son atentos y muy amables pero no nos pueden dar lo que necesitamos», explica la madre.

Georgia es pobre, de hecho, y tiene un flujo de refugiados tan alto que rara vez ofrece permisos de residencia. La familia no se plantea regresar a Irak; tienen demasiado miedo y ya no esperan ver que la situación mejore.

Viendo que no podrán trabajar en Georgia, intentan obtener un visado para Europa. Han escuchado la promesa de Francia de acoger iraquíes perseguidos; incluso su comunidad ha sido visitada por el embajador de Francia en Georgia, pero ha sido en vano. Su situación permanece inexplicablemente bloqueada.

«Habría sido mejor que nos dijeran que no desde el principio -expresa la madre-. ¡Nos dejan sin noticias, sin saber nada desde hace meses!».

Así que esperan, en la estrechez de su vivienda temporal, con creciente preocupación: a final del mes de mayo, sus pasaportes habrán caducado y les será imposible renovarlos. Entonces estarán condenados a la clandestinidad y sus esperanzas de partir a Europa se alejarán todavía más.

Sylavin Dorient / Aleteia