El regreso del hijo - Alfa y Omega

El regreso del hijo

Maica Rivera

Esta meditación de Ricardo Menéndez Salmón surge del fallecimiento de su padre, a los 72 años, en la unidad de paliativos del Hospital de la Cruz Roja de Gijón durante la tarde del 12 de junio de 2015. El autor se había marchado de su lado poco después del mediodía, dando relevo a su madre en el cuidado de la agonía; algo que se traduce simple y dolorosamente en «Yo no estaba con él», la tercera frase del libro que nos cae como una losa, y que se hará más grande, más pesada, hasta casi el final. De este golpe seco brota ya «el llanto sin lágrimas de un hombre de 47 años» que se irá dando cuenta a lo largo de la escritura de cuánto daño le hizo su padre, pero también de cuánto lo amó y cuánto lo añora. Nos cuenta Menéndez Salmón su «infancia secuestrada» a causa de la temprana dolencia cardíaca del progenitor, que transforma el hogar en «la casa del dolor» donde «la enfermedad se apropia de los afectos y las costumbres». A los 11 años él es demasiado vulnerable para no quedar traumatizado por ese imperio de la angustia; crecerá lleno de temores y arrastrará la hipocondría y también la falta de fe hasta la edad adulta. Además, la tormenta familiar perfecta se completará con el drama del alcoholismo, agravado por la tendencia de los suyos a «ocultar los problemas bajo la máscara de las buenas formas».

A la sombra del padre igualmente, Menéndez Salmón evoca su juventud, nos subraya que pertenece a la generación que cumplió 20 años en 1991 y que «la prosa» que escuchaba con sus iguales era «la del nihilismo milenarista que llamaba ya con fuerza a nuestra puerta» mientras que su empeño personal se centraba en «romper con la familia, escapar de casa». Sin embargo, el recuerdo al que se aferra de aquella década es el del abrazo de su padre, con «su olor inconfundible, solo suyo», cuando le despide de la casa en la que consigue, al fin, independizarse. Este pasaje resulta muy revelador de las contradicciones entre las que se debate constantemente el autor, ese impulso de huir pero, en el fondo, desear siempre volver a los brazos paternos. «No entres dócilmente en esa noche quieta» arroja en esta tesitura muchas reflexiones en confrontación dual: sobre la muerte y la vida, el mal y la bondad. Todo el libro es un debatirse entre la luz y la nada. Nos deja la imagen conmovedora de unos corazones maltrechos, declarados «en tinieblas», que se duelen mucho ante lo que apenas son capaces de entender como «el silencio de Dios». Ante la adversidad, sin embargo, el necesario salto mental del «¿por qué a mí?» al «¿para qué?» lo vemos, aunque no se lea explícitamente. Hay que esperar a las últimas 35 páginas para comprender la profunda humanidad de esta obra de poderosa literatura.

Este adiós al padre es un lamento de silencios y ausencias, es una elegía y una expiación, una radiografía de almas con luces y sombras, pero, sobre todo, es un desnudarse del hijo, con sus debilidades y miserias, para intentar dar el paso definitivo de madurez del hombre: dejar de ser «el niño herido».

No entres dócilmente en esa noche quieta
Autor:

Ricardo Menéndez Salmón

Editorial:

Seix Barral