Siempre perseguidos - Alfa y Omega

He leído muchos de los testimonios de las causas de beatificación de los nuevos 522 beatos. Y en todos ellos hay un mismo hilo conductor. Muchos de los martirizados eran de la misma congregación o de la misma provincia, pero la mayoría no se conocieron en vida. Sin embargo, su testimonio y su modo de obrar son sorprendentemente idénticos. Llama la atención tanto parecido en cada caso de martirio. Como si se hubieran puesto de acuerdo. Todos, los 522, murieron igual: dieron su vida y pronunciaron sus últimas palabras con una asombrosa similitud. Si alguien hubiera intentado poner a todos de acuerdo no lo hubiera logrado de una forma tan exitosa. Y si echamos la vista atrás, aquí en España, o en el resto del mundo, es todavía más llamativo que las coincidencias traspasen fronteras y culturas.

«Te amo, Jesús»; «No renuncio a mi fe»; «No hay premio más grande que entregar mi vida por Jesucristo»; «Te perdono»… Mientras eran torturados hasta la extenuación con el miedo, y el sufrimiento recorría cada célula de su cuerpo, ellos continuamente manifestaban su amor por Cristo. Hasta el final.

Y así pasó desde el comienzo. Si leemos las actas de la época de Diocleciano sobre la Gran Persecución, la más sangrienta durante el Imperio Romano, comprobamos que lo sucedido entonces, donde se estima que mataron a más de 3.000 cristianos, no se diferencia de lo que pasó aquí en España en el siglo XX, o en la actualidad en lugares como Pakistán, China, Sudán, India, Arabia Saudí, Vietnam, Irak, Bangladés…

Siempre igual: un amor insobornable por Jesús de aquellos que le han conocido y un odio a muerte por parte de sus perseguidores. Sucedió igual entonces que ahora. Distintas investigaciones estiman que los martirios a cristianos en el siglo XX superan en número a los acontecidos en los diecinueve anteriores. Hoy existe unanimidad en que la religión más perseguida en todo el planeta es el cristianismo, lo que supone que más de 350 millones de personas sufren a causa de su fe.

La Iglesia en España acaba de celebrar con alegría la mayor beatificación de la Historia. Eran hermanos nuestros del siglo pasado. Con mucha seguridad, los asesinados en nuestro siglo por no renunciar a su fe, como Shahbaz Bhatti, en Pakistán, serán los futuros Beatos del siglo XXI. Para acompañarnos y guiarnos.

La persecución, y en casos más extremos el martirio, está en el ADN del cristianismo. De ello es bien consciente el Papa Francisco, que siempre tiene muy presente a la Iglesia perseguida, necesitada y pobre. Así nos lo ha vuelto a recordar a los más de 600 trabajadores y benefactores de Ayuda a la Iglesia Necesitada de todo el mundo en reciente peregrinación en Roma. El motivo de la peregrinación era el centenario del nacimiento del fundador de esta obra, el sacerdote Werenfried Vaan Straten. Esta Fundación trabaja sin aliento para ayudar y sostener a los cristianos más abandonados, o con más dificultades, en las cuatro esquinas del planeta. Como los mártires de la Iglesia, estos cristianos perseguidos están en la vanguardia de nuestra fe. ¿Quién no se conmueve por su testimonio? ¿Cómo no rezar por ellos? ¿Cómo no ayudarlos?