Querida Amazonia - Alfa y Omega

El pasado 12 de febrero, cuando se cumplían 15 años del asesinato de la hermana Dorothy Stang, defensora de pequeños agricultores familiares en Brasil, el Papa Francisco hizo pública su carta Querida Amazonia; según él, una forma de «expresar las resonancias» que el Sínodo le había suscitado. Queremos compartir, en este y en otros textos, un poco de esta carta y de lo que está significando aquí, en la Amazonia.

Francisco insiste en un lenguaje positivo y humano al titular sus cartas –Querida Amazonia– y en continuar dirigiéndose a todos –«al Pueblo de Dios y a todas las personas de buena voluntad»– para que no quede solo en diálogos internos; para no esconder la lámpara debajo del celemín. El documento final del Sínodo nos hablaba de cuatro conversiones necesarias, una transformación radical como Iglesia y como familia humana. Francisco ahora nos habla de cuatro sueños. «Para muchos pueblos indígenas, los sueños son modos de decir la vida. Modos de saber qué es lo que debemos hacer», nos explicaba Tania, una indígena kichwa, laica y teóloga.

Sueño de una Amazonia que luche por los derechos, que preserve su riqueza cultural y que guarde su ambiente natural. Y sueño, en fin, con comunidades cristianas que sean capaces de encarnarse de tal forma en la Amazonia que den a la Iglesia rostros nuevos. Estos son los sueños que Francisco propone.

Luchar por los derechos de los pueblos de la Amazonia sigue siendo uno de los grandes desafíos. La cuestión es convencernos de que no se trata de algo relativo o secundario como Iglesia: es parte intrínseca, indispensable e inevitable de ser discípulo y misionero de Jesús de Nazaret. Reconocer la diversidad cultural es reconocer al otro en su forma de ser y de estar en el mundo, de comprender y abrazar el mundo; se trata de superar todo resquicio de colonialismo aún latente en muchas de nuestras formas de hacer y pensar. Preservar el ambiente natural de la Amazonia, como de cualquier lugar del mundo, es defender la vida y denunciar un modelo económico que ha declarado la guerra al ser humano y a las fuentes de la vida: al suelo, al agua, a la floresta, al aire, al clima. Y soñar con comunidades cristianas encarnadas es tomar en serio un Dios que se hizo carne y habitó entre nosotros; es abrazar la presencia del Espíritu en cada pueblo, en cada lugar, en cada tempo histórico.