Rembrandt y el retrato en Ámsterdam - Alfa y Omega

Rembrandt y el retrato en Ámsterdam

El Museo Nacional Thyssen-Bornemisza acoge desde el 18 de febrero hasta el 24 de mayo de 2020 esta exposición deslumbrante comisariada por Norbert E. Middelkoop: Rembrandt y el retrato en Ámsterdam, 1590-1670

Ricardo Ruiz de la Serna
‘Gobernantas y celadoras de la Spinhuis’, de Dirck Santvoort. Foto: Museo Thyssen-Bornemisza

Hemos interrumpido a este hombre mientras trabajaba en su escritorio. Está copiando algo de un libro. Nos mira boquiabierto. Rembrandt (1606-1669) lo ha retratado así, con la pluma en la mano y un papel sobre un libro. Parece estar copiándolo; bueno, en ello estaba hasta que hemos irrumpido nosotros con nuestra mirada inquisidora y un poco indiscreta. Estos caballeros de los Países Bajos no están acostumbrados a la presencia del visitante moderno. Bienvenidos a uno de los lugares de mayor cultura y refinamiento de la historia de Occidente: Ámsterdam en el siglo XVII.

‘Retrato de un hombre, posiblemente, Jan Jansz’, de Frans Hals. A la derecha: ‘Joven con gorra negra’, de Rembrandt. Foto: Cortesía Nelson-Atkins Media Services/Jamison Miller

Hemos llegado aquí gracias al Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, que acoge desde el 18 de febrero hasta el 24 de mayo de 2020 esta exposición deslumbrante comisariada por Norbert E. Middelkoop: Rembrandt y el retrato en Ámsterdam, 1590-1670. Gracias a una organización cuidada y respetuosa con el visitante, se entra por grupos cada 15 minutos y con hora. Así da gusto. Uno se va acostumbrando a la luz y el público no impide disfrutar de este viaje en el tiempo de la mano de Rembrandt, sus vecinos y sus competidores.

‘Retrato de un caballero, posiblemente Herman Auxbrebis’, de Rembrandt. Foto: Museo Thyssen-Bornemisza

Nuestro pintor es el modelo más luminoso de un tiempo de grandes pintores. Gracias al retrato, que celebra la individualidad, nos adentramos en la vida privada de estos mercaderes cuyos navíos llegan al Extremo Oriente, a China y Japón, a Java y a Sumatra. Para estos comerciantes no hay ruta impracticable ni mercadería que no pueda traerse si el precio es bueno o la comisión lo vale. Están naciendo el seguro privado, el préstamo sindicado y, en general, el capitalismo moderno. Vemos a los caballeros orgullosos de servir a su ciudad y a los burgueses de vida ordenada y religiosa. Los Países Bajos presumen de una tolerancia que atrae el talento de toda Europa. Es el tiempo de Descartes (1596-1650) y de Espinoza (1632-1677). El 18 de noviembre de 1676, el filósofo judío, expulsado de la sinagoga a causa de su doctrina, recibe la visita del filósofo, lógico, político y matemático alemán Leibniz en su casa de La Haya. Me hubiese gustado estar allí solo por verlo.

Familias y gremios

No pudimos asistir a esa visita, pero sí nos es dado adentrarnos en las casas de estos matrimonios que visten de negro –el más caro de los tintes– y gastan golas blancas y cofias. Han abrazado la Reforma. Practican una piedad grave y seria. Leen la Biblia y se dedican a los negocios o al cuidado de la familia. Se retratan en grupo cumpliendo con sus obligaciones ciudadanas o administrando los poderosísimos gremios de artesanos. Poca broma con este caballero –posiblemente Herman Auxbrebis– que luce sombrero y guantes y nos mira entre curioso y desafiante en este retrato que Rembrandt pintó entre 1656 y 1658. Casi se diría que es él quien nos contempla a nosotros expuestos en un museo. Reparen en la mirada de este Retrato de joven con gorra negra (1662). De nuevo, nos observa sorprendido desde ese lugar intemporal que Rembrandt crea con sus fondos.

Nacido en Leiden en el año del Señor de 1606, nuestro pintor llegó a Ámsterdam en la década de 1630 atraído por la cantidad de encargos de retratos que de allí le encargaban. La opulencia de las casas comerciales y la riqueza que llegaba de ultramar alimentaban una incansable demanda de cuadros. En esta exposición vamos a conocer a los rivales de Rembrandt. Aquí tienen sus obras. Así se dan fenómenos como la Florencia de los Médici, la Roma de los Papas o la Viena de fin de siglo. El talento atrae al talento. Ferdinand Bol (1616-1680) nos dejó este delicado retrato del niño Fredereick Sluysken, que atesora la National Gallery y llega ante nosotros en esta exposición maravillosa. Saluden a los Síndicos del gremio de orfebres de Ámsterdam (1626-1627) que pintó Thomas de Keyser (1596/97-1667). Presenten sus respetos a las Gobernantas y celadoras de la Spinhuis (1638) que vemos aquí inmortalizadas por los pinceles de Dirck Santvoort (1609-1680). No pasen de largo este Retrato de hombre, posiblemente Jan Jansz. Soop de Fran Hals (1582/83-1666) que da gloria verlo.

‘Síndicos del gremio de orfebres de Ámsterdam’, de Thomas de Keyser. Foto: Museo Thyssen-Bornemisza

Ahora bien, Rembrandt era distinto. Era un genio. Tenía el don de la luz y de la penumbra. Tal vez tuviese razón Alberti cuando le escribió esos versos: «A ti, nocturno, por la luz herido, / luz por la sombra herida de repente; / arrebatado, oscuro combatiente, / claro ofensor de súbito ofendido». Compruébenlo en el grabado de Jan Six (1647), tan delicado que parece un exlibris de algún bibliófilo de Groningen o Leiden. Le tengo que preguntar a mi librero de Utrecht si no circulan por ahí volúmenes que lleven etiquetas con esta imagen de un joven que lee a la luz de una ventana. Quizás Occidente sea, en el fondo, esto, una lectura continua de Homero y de Virgilio, de la Biblia y los cantares de gesta, de los filósofos y los poetas. También el Doncel de Sigüenza espera leyendo que llegue el Juicio y en su serenidad adivinamos la confianza –es decir, la fe– en que hay algo más allá de esta vida que sería un poco más triste y más solitaria sin Rembrandt.