La torre de Babel - Alfa y Omega

Comencemos por los nombres propios de las personas. Muchos llevan nombres, que al entorno familiar y social en el que viven les parecen extraños o sin significado; a veces ni siquiera son nombres, sino apodos o meros sufijos o prefijos. En otros casos, lo que un día fue signo de diferenciación (¡las diferencias les parecen a muchos el novamás de la identidad!), ya no es sino una repetición aburrida, traída por la moda, que sigue siendo la dictadora sin rival.

No entiendo que tanto movimiento feminista por el mundo haya sido incapaz de acabar con esa primordial discriminación que es la palabra hombre, entendida siempre como varón. Hombre (del latín homo: ser humano) es el nombre de la familia humana, por encima de todo género. Varón se contrapone a mujer, y macho a hembra, pero no hombre a mujer. Si esto lo tuviéramos claro, sabríamos que el habitual género masculino gramatical preponderante no equivale a varón, sino a hombre-ser humano, que incluye los dos géneros, sin necesidad de decir a cada paso muchos y muchas, todos y todas, y otras gansadas. Claro que con esto del bisexualismo y transexualismo, que han hecho lo que ni el Parlamento inglés podía hacer hasta hace poco, no sirve de mucho la respetable gramática clásica, y la confusión se multiplica.

Los sustantivos de la tercera declinación latina sirven para los dos géneros: así juez (judex), consorte, intérprete, amante…: no decimos consorta, intérpreta o amanta. No añadamos a las discriminaciones acuñadas en el lenguaje en favor del varón y no de la mujer expresiones estrafalarias, con el ingenuo propósito de trabajar por la igualdad, que no debe ser fea ni ridícula.

Como de política y religión, por imperativo social, no se habla, al menos nos evitamos cometer tantos disparates casi como frases. Los medios de comunicación están llenos de errores, y no sólo cuando transcriben latinajos, sino cuando relatan sesiones parlamentarias o ceremonias religiosas. Leo en una revista que un párroco aprovechó la homilía para hacer la colecta. Parece un chiste: ¿iría el bendito perorando mientras alargaba el platillo)?

En el lenguaje, mínimo, que trata la vida moral, ha desaparecido la distinción -ya sé que abusiva muchas veces- de bueno y malo, de justo e injusto, verdadero y falso, por la de razonable o comprensible. Razonable y comprensible puede ser todo, pero de ahí no se pasa, y ni eso tiene mucho que ver con la ética y la moral, que casi nunca se distinguen, por cierto. Y dale con la ética y la estética, que parecen casi lo mismo.

Ya he hablado otras veces de los muchos errores en el lenguaje de la elemental vida pública. Está claro que han desaparecido los terroristas, los fanáticos, los bárbaros, los extremistas, los extremosos… Ahora todos son radicales (hombres de raíces: ¿de cuáles?).

Y no hay manera de meter en la cabeza a políticos y comentadores (ellos suelen ser más nacionalistas que nadie) que no pueden decir nacionalistas (partidarios de una nación), como si dijeran un insulto. Pero que tampoco pueden llamar así a los que son, y así se quieren, soberanistas, independentistas o separatistas. Vanamente.