Somos libres para amar - Alfa y Omega

Somos libres para amar

En estos días de Navidad, hay muchas personas que no pueden celebrar el nacimiento de Jesús junto a su familia; entre ellas, los más de 70.000 presos que cumplen condena en las cárceles de nuestro país. La semana pasada, el cardenal arzobispo de Madrid, don Antonio María Rouco, visitó a los reclusos en la prisión de Soto del Real, al norte de la capital, para manifestarles que «el hombre nunca es libre cuando hace el mal, sino sólo cuando hace el bien»; y que «uno sólo puede ser libre perdonando y amando»

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Un momento de la celebración en la cárcel de Soto del Real

«Creo que Dios me tiene aquí porque, si no hubiera acabado en la cárcel, me podría haber pasado algo peor. Yo estoy aquí por un tema de drogas, vivía en un ambiente complicado; si hubiera estado en la calle, me habrían pegado tres tiros, seguro»: quien así se expresa es uno de los casi dos mil presos que cumplen sentencia en la cárcel de Soto del Real, en Madrid. Le esperan doce años de prisión; hasta que salga, mirará todos los días las fotos que guarda en su cartera, las de sus tres hijos y de su mujer; su hijo más pequeño murió hace unos pocos meses, sin haber cumplido un año de edad.

Si la vida ha sido dura con este hombre, también es verdad que en la cárcel ha encontrado una fuerza con la que no contaba. «Dios siempre me ha ayudado; aquí rezo todos los días, y podemos hablar con el capellán siempre que queramos. Y todos los domingos voy a Misa, de doce a una: me da una paz increíble».

Él ha sido uno de los presos encargados de introducir la imagen de Nuestra Señora de la Almudena en el auditorio de la cárcel de Soto del Real, donde la semana pasada el cardenal Rouco celebró la Eucaristía y administró el sacramento de la Confirmación a 18 presos, en la tradicional visita que hace todos los años por Navidad a los presos de este centro penitenciario.

La fuerza de un Niño

«Venimos a mostraros nuestra preocupación por vosotros; también vosotros sois miembros de la Iglesia en Madrid», dijo a los reclusos el cardenal Rouco al comenzar su homilía. El arzobispo de Madrid manifestó su interés «por vuestros problemas e ilusiones, dificultades y esperanzas», y señaló que «hay males que todos queremos evitar: la pérdida de libertad, la enfermedad, la muerte… Sin embargo, hay males que son el origen de todos los demás males; por ejemplo, vivir sin Dios, vivir sin reconocer a Dios, sin relacionarnos con Él, que es Quien nos da la luz y la fuerza para vivir. Lo peor que nos puede pasar en esta vida es romper con lo más profundo de nuestro ser, con nuestra alma; ése es el verdadero mal. La destrucción interna de nuestra libertad es lo peor que nos puede ocurrir, porque nosotros somos criaturas de Dios; y Dios nos ha hecho a cada uno de nosotros para la libertad y la eternidad».

«En estos días Navidad -continuó el cardenal arzobispo de Madrid-, celebramos la llegada del Emmanuel: Dios con nosotros. Navidad es celebrar la aparición del Hijo de Dios, que resuelve el problema del mal. Si uno se deja amar por Él, entonces es capaz de utilizar su libertad amando. El hombre nunca es libre cuando hace el mal, sino sólo cuando hace el bien. Uno sólo puede ser libre perdonando y amando».

«¿Y quién nos puede dar la fuerza para amar así? -preguntó el cardenal Rouco-. El que nos da la fuerza para amar de esta manera es el Niño que nació en Belén, el mismo que murió en la Cruz. Al llegar la Navidad, ¡sabemos que estamos liberados! Podemos amar a Dios y podemos amar a los hermanos. Es posible vencer el mal con el bien, y vencer el odio con el amor. ¡Podemos hacerlo! Sólo tenemos que creer, dejarnos llenar de la luz de Dios; sólo tenemos que llenarnos de la luz de ese Niño».

Los presos son personas

Don Paulino Alonso, capellán de la cárcel de Soto del Real, comparte con los presos su día a día y, para él, la labor más importante que puede hacer la Iglesia, a través de los capellanes, es, sobre todo, estar con ellos: «Lo que más necesitan los internos –afirma– es que estemos con ellos, que les acompañemos. Yo voy a la prisión todos los días, entramos en los módulos y hablamos con ellos, nos cuentan sus cosas, compartimos un cigarro o jugamos a las cartas, por ejemplo; sólo a veces alguno nos pide confesión. Ellos están deseando que lleguemos, porque los escuchamos y los ayudamos. Luego, todo ese trabajo que hacemos durante la semana da su fruto en la celebración de la Eucaristía el domingo. Van a Misa porque lo necesitan; aunque la gran mayoría no es practicante, cuando entran en la prisión han de aferrase a algo, y por eso se agarran a Dios mientras están aquí».

La cosa cambia cuando cumplen sentencia y abandonan la prisión; en este punto, don Paulino subraya que es fundamental «hacer llegar a la sociedad que los presos son personas, y que debemos atenderlos como se merecen».