Niños hambrientos, mujeres caídas: Dickens y la reforma social - Alfa y Omega

Hace unos meses The Guardian publicaba una foto de unos niños trabajando en condiciones terribles en una plantación de tabaco en África, con las palabras: «Ni siquiera Dickens describió un trabajo más duro». Es completamente cierto. Siempre se habría puesto de lado del oprimido.

Cuando Charles Dickens tenía 12 años encarcelaron a su padre por deudas en la prisión de Marshalsea. Su madre y los niños más pequeños también fueron a la cárcel. Charles vivía solo, en pensiones, y le encontraron trabajo en una fábrica de betún. El trabajo era duro, pero no era solo eso. Se sentía totalmente abandonado. «Sin consejos, sin orientación, sin que nadie le animase, sin consuelo, sin el apoyo de nadie de quien me pudiera acordar». La vergüenza y la vulnerabilidad –podría perderse completamente en el abismo de los barrios marginales de Londres y nadie se enteraría– nunca le abandonaron.

Parte de esta compasión la expresará directamente en acción. Ayudó a una amiga rica, Angela Burdett Coutts, a encontrar causas dignas de obtener su apoyo. Por ejemplo, escuelas de caridad para niños o Urania Cottage, un hogar para jóvenes expresidiarias y de los barrios bajos de Londres. Era mucho más pequeña que otras residencias porque tenía que ser un «hogar», «una familia alegre e inocente». Él microgestionó el proyecto completo. Escogió el mobiliario e incluso las telas para la ropa de las chicas. No deberían llevar uniformes, sería demasiado institucional. Él mismo entrevistó al personal y a las jóvenes. Programó un régimen estricto adecuado para que las chicas aprendieran a ser buenas doncellas domésticas. Pero se aseguró de que tuvieran poesía y música. Escribía sus historias, prohibiéndolas que se las contasen a nadie más. Eran un excelente material para un novelista. A cambio les daba un futuro, y disfrutaba pensando en sus finales felices.

Cuando se hizo famoso le pidieron a menudo que diera conferencias para recoger dinero para una u otra buena causa. En su periodismo denunció abusos y escribió para apoyar las campañas por la situación sanitaria, la educación y la emigración. En la primera entrega de su segunda novela, Oliver Twist, aparece uno de los fragmentos más famosos de la literatura inglesa: Oliver, de 9 años, es un huérfano al que han enviado a un asilo para pobres, una institución horrible. «Aunque no era más que un niño, se moría de hambre y la desdicha lo volvió osado. Se levantó de la mesa y, avanzando hacia el jefe, cuchara y escudilla en mano, dijo, un tanto alarmado ante su propia temeridad: “Por favor, señor, quisiera un poco más”». Una perfecta imagen de la inocencia quejándose contra la injusticia. Es así como Dickens comenzó a dar voz en sus novelas a los errores de la sociedad. Se dirigió a cuestiones específicas y a cosas que podían cambiarse. Desde el primer momento los políticos citaron en el Parlamento a Oliver Twist. Haciendo estos temas visibles, Dickens formó parte del ambiente de reforma.

Un cuento que nació de las minas

En 1842, su amigo Thomas Southwood Smith, médico y un pionero en la mejora de las condiciones sanitarias de los pobres, publicó su primer informe como inspector de las minas de carbón. Incluía una enorme cantidad de evidencias detalladas de la horrible situación de niños de 5 años o menos. El informe provocó la indignación. El gran reformista social lord Shaftesbury hizo una propuesta de ley que aprobó el Parlamento prohibiendo el empleo de mujeres y niños en las minas. Dickens apoyó esta campaña. En febrero de 1843, Smith le envió un adelanto de un segundo informe, que Dickens leyó «con gran dolor». En marzo, le escribió que tenía una idea que, dijo, habría de esperar «hasta finales de año», y garantizaba a Southwood Smith que «verdaderamente sentirá que ha caído un mazo». Así es como empieza a pensar en A Christmas Carol, y a escribirlo en seis semanas.

El momento era fantástico. El comienzo de los años 40 fue precisamente cuando la Navidad empezó a convertirse en una celebración. Pero también era una época de depresión económica y de hambruna. Este es el libro más expresivo emocionalmente de Dickens, con sus extremos de felicidad y de dureza. Al acabar su tiempo, el Fantasma de las Navidades Presentes abre su abrigo, y Dickens nos dice que «en los dobleces ha traído a dos niños: míseros, con aspecto lamentable, asustados, feos, sucios». «Este niño es la Ignorancia –le dice a Scrooge–. Esta chica es Necesidad. […] En su frente veo que está escrito “condenación”».

Con el pasar de los años, la visión de Dickens sobre lo que se podía hacer por los pobres se volvió más oscura, más pesimista, como sobre la situación de Inglaterra. Pero nunca perdió su fe en la gente corriente, en contraste con la gente en lo más alto de la sociedad. Lo vemos en sus novelas. El enfado de Dickens contra el sistema puede ser violento. Pero no abogaba por la anarquía o la revolución. Busca más los antídotos, las curas, los escapes que ofrecen los espacios seguros y los interludios del carnaval. Un hogar, más que un Edén pastoril o una ciudad divina es el gran lugar para Dickens, y puede encontrarse en muchos sitios extraños.

Jenny Hartley
Ha participado en el Congreso Internacional Charles Dickens en el 150 aniversario de su muerte, organizado por las universidades CEU San Pablo y Francisco de Vitoria