20 de octubre: santa Magdalena de Nagasaki, la virgen que se presentó voluntaria al martirio
Su familia fue asesinada por no apostatar, y ella dedicó su vida a colaborar con los misioneros de Japón en la evangelización. Sufrió una nueva forma de tortura
El caso de Magdalena es especial: era una de las pocas mujeres en un mundo de hombres. La escena se sitúa en Japón, en el siglo XVI. Hasta allí habían llegado los jesuitas en 1549 para la primera evangelización. Pronto se incorporaron los agustinos, cuya presencia en el país se remonta al año 1602. Pero unos y otros eran insuficientes para una ingente labor que se vio apoyada por grupos de varones que ejercían de catequistas para sus coetáneos una vez que ellos mismo habían sido bautizados.
A todos ellos se sumó Magdalena después de haberse quedado huérfana. «Sus padres y hermanos habían sido martirizados y, tras este suceso, ella decidió entregarse por entero al Evangelio», explica el agustino recoleto Pablo Panedas, autor del epistolario de sus dos hermanos de congregación que ejercieron de padres espirituales de la joven, que terminó corriendo la misma suerte que su familia.
De los años anteriores al martirio se tienen pocos datos, aunque existen dos fuentes documentales. Por un lado se encuentran los cronistas —en su mayoría agustinos y dominicos— que «tienden a aureolar su figura», afirma. Por otro, están los testimonios de los comerciantes portugueses y de los japoneses expulsados de su país que testificaron sobre el proceso de martirio. A este segundo grupo pertenece quien hizo de intérprete entre los perseguidores y los cristianos arrestados. «Él se encargó de revisar los libros en portugués que llevaba Magdalena». Tras su lectura, «dice que eran obras de fray Luis de Granada», lo que revela que la santa «sabía leer y hablar portugués. Es decir, que tenía una procedencia culta», detalla el agustino.
También se sabe que era originaria de la zona de Arima, que es el lugar donde los jesuitas iniciaron su predicación. Lógicamente, las primeras conversiones de japoneses se produjeron allí. Entre ellos se encontraban los padres de Magdalena, cuya familia ya era cristiana cuando ella nació, en 1611. «Si hubieran sido de otra zona, sus padres no habrían podido conocer el Evangelio aún y ella no habría sido cristiana desde el nacimiento, como así fue», aclara.
La última certeza que se tiene de la vida de la santa previa al martirio es que fue virgen. «Todos los testigos afirman que Magdalena no se casó porque había hecho voto de virginidad, lo que le permitió dedicarse en exclusiva a la evangelización». A partir de ahí, los datos son algo más vagos. «Los misioneros vivían a salto de mata, donde podían. Se escondían por el día y evangelizaban por la noche, y nunca estaban mucho tiempo en ningún sitio porque les iban persiguiendo. Ella, al parecer, seguía una dinámica parecida. Se encontraba en los alrededores de Nagasaki, quizá de los montes, y atendía a grupitos de cristianos que malvivían en las cuevas», sostiene Paneda.
Ejemplo para los cristianos
Pero entonces, sus maestros, los dos agustinos recoletos, fueron apresados y martirizados, «y ella seguramente sintió la tentación de entregarse, de unirse a ellos, y dejarse matar también». Sin embargo, con el martirio de los agustinos ya no quedaban sacerdotes en el entorno de Nagasaki y decidió continuar adelante con su labor catequética y consoladora. «Entre sus quehaceres incluía el cuidar y animar a los cristianos ante la persecución». Con el tiempo llegaron nuevos misioneros, entre los que se incluía el dominico siciliano Jordán Ansalone, al que se unió en su labor. Pero este también fue martirizado y ella optó por seguir sus pasos para «dar ejemplo al resto de cristianos, ya que algunos de ellos habían claudicado ante el martirio y apostatado». De esta forma, «se presenta voluntaria ante las autoridades», quienes «intentaron disuadirla» de su labor, pero, tras fracasar ante la «firmeza de sus convicciones», decidieron acabar con su vida en el año 1634.
Para martirizarla usaron una técnica relativamente nueva. «Nagasaki había cambiado de gobernador hacía poco tiempo y el recién llegado estrenó su propio método de tortura», revela Pablo Paneda. El suplicio aparece bien documentado en la película Silencio, de Scorsese, que se basa en el libro homónimo del escritor católico japonés Shusaku Endo. «Envolvían por completo a la persona en cuestión —salvo la cabeza—, con una tela, y la colgaban por los pies de una horca. Además, introducían su cabeza en una especia de pozo que previamente habían llenado de sustancias malolientes». Por último, «le hacían una pequeña incisión detrás de la oreja para que fuera saliendo poco a poco la sangre que se acumulaba en la cabeza». Lo habitual era que los cristianos murieran muy rápido, «pero los testigos afirmaron que Magdalena de Nagasaki aguantó 13 días con una alegría admirable», concluye el agustino recoleto.