No es verdad 840 - Alfa y Omega

Sí; es verdaderamente revolucionario conservar la alegría hoy en día con la que está cayendo. Y es significativo que un humorista acierte al subrayarlo, precisamente en la prensa catalana: Algo más que un concierto ha titulado el director de La Vanguardia su columna habitual del pasado domingo. Efectivamente, lo que ocurrió en el campo de fútbol del Barcelona, el pasado fin de semana, más que un concierto fue un desconcierto; también para la inmensa mayoría de los catalanes, que son muchos más que los 90.000 que llenaron el Estadio y que pudieron enterarse, desconcertados, de lo independentistas que de repente se han vuelto el cantante que hasta hace no mucho cantaba Suspiros de España, o el creador de la rumba española. Hay que ver qué cosas logran las subvenciones, gracias al dinero de los ciudadanos del país del que se quieren separar y que no se sabe por qué el Gobierno otorga tan generosa como injusta e insolidariamente. Lee uno en los periódicos la intención de Mas de comunicar a Rajoy lo urgente que ve la consulta. ¿Se puede ser más cantamañanas? ¿Por qué quienes más engañan a los catalanes gestionando pésimamente lo que deberían gestionar decente, honrada y eficazmente, son los que más vociferan farisaicamente contra España? ¿Cómo es posible que esas voces farisaicas consigan, todavía a estas alturas, engañar a algún catalán más?

José María Carrascal acaba de escribir en ABC, bajo el título La gran mentira: «Cataluña se rinde a la llamada de la tribu en un mundo globalizado. Su nacionalismo mira al ayer más que al mañana y apela a la mentira más que a la verdad». Alguien tan mesurado como Jorge de Esteban ha escrito recientemente un antológico artículo titulado Hacia la independencia catalana, en el que recuerda que la Constitución española en vigor fue aprobada en Cataluña por el 88% de los que votaron en el Referéndum del 6 de diciembre de 1978, que tuvo un 67% de participación. El artículo concluye así: «Cerrar el grifo de la ayuda estatal podría ser un medio para lograr un acuerdo que evite la secesión de Cataluña».

Hay momentos en los que determinadas personas sólo entienden un lenguaje: el del bolsillo. Y, mutatis mutandis, viene a ser algo parecido a lo que está ocurriendo con lo de las becas. Los españoles ya pagamos suficientemente, con nuestros impuestos, la formación universitaria de nuestros hijos y nietos; por eso lo mínimo que se puede exigir a quien tenga una beca es que haga el esfuerzo de merecerla. ¡Qué menos que exigir un notable para el que quiera disfrutar de unos ingresos complementarios que le ayuden en su formación universitaria! Pues no señor; aquí se ha impuesto, desgraciadamente, la teoría socialista de que todos somos iguales. Y no es verdad. Afortunadamente, todos no somos iguales. Los hay más zoquetes y más inteligentes; los hay que se sacrifican y se esfuerzan y los hay que se pasan las horas jugando a las cartas en las aulas y en los pasillos universitarios. Y no puede aplicarse el mismo rasero a unos y a otros porque no es justo. Será muy socialista, pero no es justo. Durante muchos años en España ha habido que sacar un notable para poder tener beca y, además, no tener ni coche ni vivienda propios, y esperar a que el papaíto Estado nos saque las castañas del fuego es, aparte de una injusticia, una indecencia y una insolidaridad como la copa de un pino. Y para una vez que el igualitarismo socialista parecía haber encontrado la horma de su zapato en el señor Wert, he aquí que se rinde a la primera de cambio. Con gran decepción y descrédito, por cierto, entre quienes le admiraban como uno de los pocos políticos actuales responsables y coherentes. Como muy bien ha escrito Isabel San Sebastián hace poco, «si España llega a salvarse, será merced a una educación distinta, opuesta a la que reciben hoy sus hijos». Y ahora que el Presidente Rajoy ha logrado 1.900 millones de euros en Bruselas es justo resaltar que hay un ministro de su Gobierno, el de Agricultura, señor Arias Cañete, que ha conseguido más de 50.000 millones para el campo, que se dice pronto. Y una pregunta final: ¿con qué derecho toca el Gobierno el fondo de reservas de las pensiones? ¿Acaso es suyo?