Monseñor César Franco: «El mundo es el lugar donde Dios nos muestra su amor» - Alfa y Omega

Monseñor César Franco: «El mundo es el lugar donde Dios nos muestra su amor»

Monseñor César Franco, obispo auxiliar de Madrid, inauguró, el pasado lunes, el ciclo de conferencias sobre el Credo que, cada dos lunes, a las 19 horas, acoge la Sala Capitular de la catedral de la Almudena, hasta junio. Su intervención se centró en el primer artículo de la fe: Creo en Dios Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra. Así responde a nuestras preguntas:

Redacción
‘Tapiz de la Creación’ (siglo XI). Museo Capitular de la catedral de Gerona. Foto: Kippelboy

El primer artículo del Credo dice que Dios es Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible e invisible, ¿por qué es importante recordar esto hoy?
Sin duda, es importante y urgente. La primera frase de la Biblia dice: «Al principio Dios creó el cielo y la tierra». Este tipo de contrastes —cielo y tierra; visible e invisible— remite a la totalidad. Dios es el Creador de todo. Y crear, como sabemos, significa hacer de la nada. Si nos tomásemos en serio esta afirmación, nuestra visión del mundo cambiaría totalmente. Entenderíamos, en primer lugar, por qué la contemplación de la Creación nos lleva de inmediato, con una lógica limpia e implacable, al concepto de Creador como Autor de la vida, y reconoceríamos en el mundo el lugar donde ha querido manifestarnos su amor y entrar en relación amigable con nosotros, como hizo con Adán y Eva, con quienes paseaba en el Edén, según dice el relato del Génesis. También cambiaría nuestra comprensión del hombre, de la relación mutua entre el hombre y la mujer y de su vocación a conservar y perfeccionar la tierra, del trabajo…

¿En qué sentido?
Muy sencillo. Vivimos en un mundo que exalta la ecología, que, como cuidado de la naturaleza, merece tomarla en serio. Ahora bien, la ecología, tomada en su conjunto, significa respeto total a la naturaleza, y, de modo especial, a la ecología del hombre, concepto que utilizó Benedicto XVI en su discurso en el Parlamento alemán. El Papa recordó que «el hombre posee una naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo. El hombre no es solamente una libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero también naturaleza, y su voluntad es justa cuando él respeta la naturaleza, la escucha, y cuando se acepta como lo que es, y admite que no se ha creado a sí mismo». Piense las consecuencias que se derivan del hecho de la creación del hombre por parte de Dios. Los problemas que se debaten hoy en la sociedad sobre la vida, el aborto, el mal llamado matrimonio homosexual, el respeto de la naturaleza en su integridad, suponen un atentado contra el hecho mismo de la creación, y, por consiguiente, sobre el Creador.

¿Quiere esto decir que hay que defender un concepto fixista de la creación, que hace imposible la intervención del hombre?
No, de ninguna manera. El relato de la creación del libro del Génesis deja claro que Dios ha querido llamar al hombre para colaborar con él en el mantenimiento de la creación, y llevarla a su perfección, siempre con la conciencia de que este mundo creado tendrá un fin. Hay que reconocer que la Creación no está abandonada a un destino incierto, sino que Dios la cuida con su Providencia. Y el hombre, con su vocación al trabajo, colabora con la Providencia de Dios y conserva el orden de lo creado. Para ello, necesita aceptar y respetar la razón, el logos, que Dios ha impreso en la naturaleza, de modo que ésta alcance su vocación y su destino últimos. Cuando no hace esto, el hombre se vuelve contra el Creador y su obra, es decir, peca, y hace del cosmos ordenado y bello, un caos que se vuelve contra el mismo hombre.

No es fácil entender que el pecado del hombre pueda afectar de este modo a la creación hasta desvirtuarla y privarla de su sentido último.
Observe bien y verá que así sucede. El relato del Génesis, en este sentido y teniendo en cuenta su propio género literario, lo presenta admirablemente. El pecado de Adán y Eva introduce, por envidia del diablo, un principio de desorden en las relaciones personales y con el mundo creado de consecuencias dramáticas. Empezando por el desorden con el propio Dios, cuya relación con el hombre pasa de la amistad a la enemistad. El hombre se oculta de Dios, le da la espalda y lo mira con sospecha y recelo, como oponente a su libertad. La relación de igualdad y armonía entre el hombre y la mujer pasa a ser de dominio y posesión. Engendrar los hijos, trabajar la tierra adquieren una penalidad y sufrimiento que no estaba en el plan original de Dios cuando nuestros primeros padres fueron creados en justicia y santidad. En definitiva, por el pecado, el hombre contempla la creación con el egoísmo radical del pecado que busca su propio beneficio al margen de las leyes del Creador. Cuando las respeta, el progreso de este mundo es evidente; cuando no las respeta, el deterioro y la muerte avanzan irremediablemente. Porque el pecado del hombre, como dice san Pablo, no sólo le priva a él de la libertad, sino que también priva a la creación de su libertad, entendida como destino hacia Dios.

Estamos, pues, ante un misterio enorme…

Ciertamente, así lo ha dicho recientemente el Papa, al comentar este artículo del Credo. Es un misterio que sólo se esclarece en Cristo, y siempre en la fe. No hay que olvidar que la primer Creación apunta a la segunda, que tiene lugar, como la primera, en Cristo muerto y resucitado, donde los grandes misterios de la primera, el pecado, la muerte, el sufrimiento, etc. reciben la respuesta definitiva en Aquel a quien llamamos Nuevo Adán, el Hombre perfecto, y que aparece ya en la lejanía cuando, a nuestros primeros padres, se les anuncia que una mujer y su descendencia pondrán fin a la enemistad entre Dios y el hombre.